La próxima semana el presidente Iván Duque hablará ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York. Es una oportunidad para expresar sus preocupaciones y oportunidades en política exterior. Es una cita obligatoria para un jefe de Estado.  En el pasado los mandatarios colombianos se dedicaron a temas internos, con un afán de defender al Gobierno de turno; la política internacional pasó a un segundo lugar. Unos más que otros. Por ejemplo, en los ocho años de Álvaro Uribe Vélez, la ONU fue un tribunal nacional, más orientado a los aplausos de los medios criollos. Es explicable el atractivo de lo doméstico; es territorio conocido para el mandatario. Y en Colombia, que nos creemos el ombligo del mundo, eso también genera votos a favor. Es asimismo un espacio para identificar a los aliados y enemigos. En la era de Juan Manuel Santos, todos los países eran amigos del proceso de paz. Para la ONU, no había un acuerdo similar y por eso tenía adeptos. Más aún con el papel que le pusieron al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en el proceso.

Duque tiene un gran reto: multiplicar el apoyo a la difícil situación con Venezuela. Ese es el tema central de la política exterior colombiana, que hoy no tiene respaldo unánime en la comunidad internacional. Lejos de unir, divide a América Latina. La intervención militar tiene pocos adeptos en la región. Y si bien 12 países votaron por la activación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (Tiar), dos de ellos –Chile y República Dominicana– fueron claros contra el uso de armas.  Es irónico haber acudido al Tiar, un tratado de escaso uso y con el cual Colombia tiene un historial conflictivo. En 1982, el país se abstuvo de invocar el Tiar para Argentina en la guerra de las Malvinas. Con esa posición se ganó el apodo Caín de América Latina. No es claro que este tratado de más de 70 años sirva para algo, en particular frente a Venezuela.  Parece tener otro fin: satisfacer a Estados Unidos, porque el Tiar incluye múltiples alternativas, entre ellas la militar.  El papel de ese país es crítico para la política internacional colombiana.  Desde el presidente Julio César Turbay no se había visto una influencia similar. Durante la administración de Turbay, Colombia actuó como comodín para obstruir el ingreso de Cuba al Consejo de Seguridad de la ONU. Fue tan eficaz que terminó elegido México. Duque tiene un gran reto: multiplicar el apoyo a la difícil situación con Venezuela. En 1981 fue capturada una lancha con armas que iban para el M-19. Las armas venían desde Cuba; de inmediato Turbay rompió relaciones diplomáticas. Lo comparó con Pearl Harbor: “Es como enviar ministros a Washington cuando al mismo tiempo van a bombardear buques en Hawái”. El Gobierno de Turbay, como el de Duque, era anticomunista.  En Nicaragua encontraron una feliz coincidencia, a causa de los sandinistas. A pocos meses de asumir el poder, los sandinistas dijeron que tenían un libro blanco que justificaba su soberanía sobre San Andrés y Providencia. La reacción de Turbay: viajó con casi todo el gabinete a las islas para ejercer soberanía e hizo pública su posición anticomunista. En 1982, la prensa reveló un convenio secreto militar que le hubiera otorgado a Estados Unidos el derecho a estar presente en la isla. Era un acto agresivo contra Nicaragua. Afortunadamente, el convenio no fue firmado, pero dejó al descubierto la tendencia política del Gobierno.

Casi 40 años después nos encontramos en una situación similar: naciones latinoamericanas en conflicto (Venezuela, Cuba, Nicaragua) con Estados Unidos y Colombia. El saliente asesor de Seguridad, John Bolton, los apodaba como la troika del mal. Colombia comparte esa visión: a Nicolás Maduro no lo trata –su interlocutor es Juan Guaidó–, Ortega vota siempre contra Colombia y con Cuba se acabó la luna de miel.  Esto último es preocupante, aunque alegre a los halcones en Washington. La diferencia con Cuba nace de no extraditar a los jefes del ELN. Los requiere la justicia colombiana por su participación en el atentado a la escuela de oficiales en enero. Cuba se ha rehusado al pedido porque se violaría el protocolo. Algunos conocedores comparten la negativa cubana –por el acuerdo existente entre los dos países– de permitir a los guerrilleros el libre tránsito en la isla durante las negociaciones. Al romperse el diálogo, tienen el derecho de salir de la isla, posición a la que se opone el Gobierno colombiano. El presidente Duque mantiene su preocupación. Una señal de que en la Casa de Nariño no hay asesores en diplomacia.

El asunto puede agravarse en las Naciones Unidas, donde las solicitudes se hacen con tacto. Si Duque toca el tema en la Asamblea, podría haber consecuencias infortunadas para las relaciones diplomáticas de los dos países.  Lo que no puede olvidar Duque es la crisis venezolana. Ese debe ser el foco del discurso, porque Colombia es víctima. Allí se pueden recoger aliados y buenas motivaciones. Nada de la disidencia de las Farc. No merecen ser mencionados.  Es, entonces, una demostración de poder, de querer mostrar que Colombia va adelante.