Hace dos años Colombia enfrentaba unas elecciones históricas. Eran las primeras de los colombianos en paz. Sus estadísticas no mienten: fueron las más pacíficas en décadas. Estaban de finalistas los senadores Iván Duque y Gustavo Petro. Duque reunía el apoyo de aquellos que se opusieron al acuerdo; Petro, de los que estuvieron a favor. Había 30 por ciento que no votó por ninguno de ellos en la primera vuelta, pero sí respaldaba el acuerdo. En otras palabras, ese grupo decidía quién sería el presidente de los colombianos. No fue una decisión fácil para alguien como yo; finalmente apoyé la paz, pero tenía muchas dudas sobre Gustavo Petro para dar mi voto por él.
No quería que Colombia volviera a la guerra. Era demasiado el terreno que el país había ganado. Un ejemplo: el desarme de la guerrilla. Me alegraba el anuncio de Duque de no volver trizas el acuerdo. Le faltaban detalles, pero su posición era de avanzada. Petro, en cambio, era una incógnita, un salto al vacío. Me identificaba con el programa económico y la defensa del libre mercado de Duque. Además, a pesar de la retórica, era un Gobierno de continuidad de Juan Manuel Santos. Sí, continuidad. Fueron esos factores los que me persuadieron para votar por Duque. La pregunta, sin embargo, es hoy otra: ¿fue un error? ¿Era mejor la opción de Petro? En los últimos meses ese interrogante me ha dado vueltas en la cabeza. Más aún con la Ñeñepolítica.
En sus primeros meses de gobierno, Duque cumplió con lo prometido. Como malabarista, el mandatario supo manejar las fuerzas de la coalición. Era un Gobierno que miraba hacia el futuro. Todo cambió el 19 de enero de 2019. Ese día el ELN dinamitó no solo la Escuela de Policía General Santander, sino la narrativa renovadora del presidente. Es posible que haya pensado que la guerra, como Álvaro Uribe Vélez, aumenta la popularidad. Pero la Colombia de hoy es otra: en pocos meses la favorabilidad del mandatario se esfumó. No obstante, el cambio de su política siguió, y en particular en su posición frente a las Farc. Se optó por objetar unos artículos que impactan la Jurisdicción Especial para la Paz, una promesa electoral del Centro Democrático. Fue derrotado. Ampliamente. Resulta que los amigos de la paz son más que los enemigos. El partido del presidente no es mayoritario, algo que Duque aprendió tarde. La popularidad no va con un evento; es una acumulación de hechos.
Lo mismo le pasó con la política exterior. Convencido de que al régimen de Nicolás Maduro le quedaban unas “horas”, se la jugó por Juan Guaidó. Estaba equivocado. Maduro sigue en el poder y Guaidó, cada vez más solo. Y Duque, sin historia internacional. En menos de dos años, perdió el norte de Juan Manuel Santos. Colombia está reducida a teleconferencias con Ecuador y Bolivia sobre la covid-19. Bolivia con mandataria interina. Su apuesta con Donald Trump es un fracaso. Colombia no tiene acceso en Washington; solo críticas en el Congreso. Y Cuba, otrora el aliado de la paz, no existe. Otro error costoso e innecesario. Colombia solo tenía que seguir los protocolos, algo que los cubanos y otros aliados insistían. Con eso lograba el exilio de los elenos de La Habana. Peor aún, la semana pasada Duque volvió a pedirlos en extradición. “Yo le digo respetuosamente al Gobierno cubano, acá se trata es de que privilegiemos la relación entre Cuba y Colombia, y no la relación con el ELN”, dijo el presidente.
Donde se ve madurez en el Gobierno es en la política energética, discurso que se ha fortalecido hacia la transición de energía y el trabajo por una matriz limpia para el país; se hace eco de los logros de los renovables. También en comercio exterior, donde el aguacate, producto de burla a Petro en las elecciones de 2018, es hoy un símbolo del Gobierno de Duque. Un ejemplo de diversidad exportadora. Cuando hago las sumas y restas del Gobierno, mi balance es que no me arrepiento de haberle dado mi voto a Iván Duque. En parte porque aún hay tiempo para corregir el camino y retomar el rumbo. La covid-19 es una oportunidad única para rehacer su administración. De dedicarse a lo fundamental: sacar al país de la recesión e implementar cambios fundamentales. Y dejar para el cuarto de san Alejo las reformas al acuerdo y la narrativa de guerra. Ya no hay tiempo ni interés de los colombianos. Seguir las directrices del Centro Democrático lo llevará al infierno. Y, posiblemente, generará las condiciones para una victoria de Petro en 2022.
Y eso es inaceptable. Las mismas razones que expuse contra Gustavo Petro en 2018 siguen vigentes: un Gobierno de incertidumbre que espanta la inversión foránea y local. Parálisis es igual a un paso atrás. Colombia no puede darse ese lujo. Presidente Iván Duque, usted tiene la palabra.