Que el director de la agencia de inteligencia estatal, exmiembro del M-19, siguiera en su puesto, pese a ser sospechoso de orquestar la entrega de dádivas a congresistas, junto con el ministro de Hacienda y otros altos cargos, resultaba inquietante. Si muchos no confiábamos en él antes del caso 4.000, ni decir cuando estaba en juego su pellejo.
Ha renunciado, pero no sabemos qué fichas deja y cómo será su venganza. Pueden espiar a la fiscal del caso, como tal vez hicieron con el magistrado de la Suprema. Hacer lo mismo con los investigadores. Con los políticos que compraron. Con los abogados de los principales actores de la “organización criminal”.
Si, presuntamente, fueron capaces de robar la ayuda urgente para La Guajira, importándoles un pimiento que se murieran de sed los niños y los abuelos, ¿qué relevancia tendrían unas simples chuzadas?
Recuerden que los M-19 petristas nunca repudian a su guerrilla, lo que implica que no rechazan sus métodos criminales y no tendrían reparos en replicarlos. Descarto por completo el de matar y secuestrar, ya no figuran en su repertorio.
Apunto a recurrir a unos delitos menores con el fin, por ejemplo, de escrutar las vidas de sus acusadores o de cualquiera que decida cantar. Para después arrojar los datos a las fauces del presunto corrupto y terrorista catalán de Palacio, Xavier Vendrell, y de René Guarín, otro M-19 que trabaja en la residencia presidencial.
No digo que todos los funcionarios que deja González estén dispuestos a cometer delitos. Solo que existen las herramientas y la falta de escrúpulos para llevarlos a cabo. Si la propia Verónica Alcocer pidió a la Fiscalía investigar el “fuego amigo” que la pretendía desprestigiar, y expertos de las cloacas palaciegas señalaban, entre otros, a González, ¿qué pueden esperar los enemigos?
Todo alrededor del 4.000 evidencia la podredumbre de un sistema político que Gustavo Petro y sus amigos no tienen intención de cambiar. Sin plata no hay paraíso ni votos para sus leyes.
Aunque diga lo contrario, el Gobierno Petro siempre aceptó el canje. Si le preocupara la decencia, la pulcritud, la ética, el embajador en Chile sería otro; nunca habría pedido a Nicolás que se callara, ni resucitado una embajada, 20 años sepultada, para silenciar a la garganta profunda del irascible Benedetti; y lo habría sacado tras las acusaciones de maltrato.
Y, por supuesto, jamás tendría al “sampersantista” Juan Fernando Cristo en su gabinete, que encarna a las pútridas costumbres parlamentarias. Estuvo en el salvamento de Samper, participó en el Gobierno Santos, que recurrió a Ñoño, a Besaile y a aquellos pestilentes cupos indicativos que Petro y otros quisieron encubrir. Prefirieron mirar para otro lado en aras de aprobar el funesto proceso de impunidad a las Farc.
Así que no venga ahora el presidente viajero a dar lecciones de nada. ¿Nunca vio pasar al elefante por Casa de Nariño cuando González estaba en el Dapre?
Por eso sonó a llanto de plañidera, a lágrimas de cocodrilo, su petición de perdón en el discurso del 20 de julio. Es muy fácil expresar arrepentimiento por un nombramiento y eludir la responsabilidad suprema del atraco.
No estamos ante un caso más de corrupción vulgar. No se trata de una pareja de hampones robándose una plata para comprarse una lujosa casa en Barranquilla. Ni pretendían competir con Emilio Tapia, el Chapo Guzmán de los robos al erario.
Que el dúo se llevó un buen billete y Olmedo López se creyó el rey del mambo, seguro. Pero el grueso del botín no estaba destinado a sus bolsillos. Ni decidían ambos todo el rumbo. Fueron, más que nada, unos obedientes y eficaces lavaperros. Igual que Sandra Ortiz, que hizo las veces de Rappi con los 3.000 millones para Name.
De los 1.000 de Calle no albergo dudas. No solo por el testimonio de Pinilla, sino por la oscura trayectoria de su clan familiar, incapaces de hacer política sin trampas. El hijo le aprendió las mañas al papá, igual que su hermano Gabriel, y Petro los conocía.
También debería la Fiscalía preguntar a María José Pizarro qué papel jugó en la trama. Cada vez que el Gobierno necesitaba cierta votación en plenaria, Name dejaba su puesto y lo ocupaba la citada senadora. La Silla Vacía reportó 8 ausencias de 13 sesiones. ¿Alguien se traga que eran casuales?
Ya nada sorprende, ni siquiera el que exista en la base de la pirámide de corrupción legislativa unos pagos por la sencilla labor de hacer o no quorum. Resulta menos comprometedor, pero igual de turbio.
Falta, además, mucha olla podrida por destapar en otro tipo de contratos. Pronto abrirán una línea relacionada con ambulancias y diversos servicios de salud.
La ultraizquierda sigue demostrando que son los reyes del continuismo corrupto y de la incoherencia. Borraron el #NosEstanMatando, el #MeToo feminista, y pronto jurarán que nunca acusaron a los medios de mentir cada vez que revelaban nuevos atracos petristas al erario.