Se movió bastante la cosa política en estos días. En las toldas de Uribe es casi segura la conformación de una lista al Senado encabezada por el expresidente y la pronta definición de una candidatura presidencial. En las de Santos hay pocas dudas en la búsqueda de la reelección y en la ubicación de Germán Vargas Lleras como ariete en la confrontación con el uribismo. La incertidumbre es la izquierda. Es la situación más absurda. Nunca hubo un momento más favorable para la izquierda en Colombia. Pero la miopía de sus dirigentes es total. La paz que ha sido la bandera privilegiada de esta corriente política está en el centro de la agenda nacional. Un país negado siempre para la reforma agraria, para una verdadera inclusión política, para ensayar caminos distintos al represivo en el tratamiento de los cultivos ilícitos, para la reivindicación de las víctimas, para abrirle paso a la modernización y al protagonismo del sindicalismo, se empieza a mover, empieza a ceder un poco. Todos estos temas están en debate. Es un menú suculento, pero la izquierda está desganada. Entre tanto un exguerrillero viejo, entrañable y sabio, Pepe Mujica, el presidente de Uruguay, es la sensación en las redes sociales. Un país enorme, alegre y latinoamericano, liderado también por un sindicalista y una exguerrillera, le da lecciones al mundo de inclusión social, de rigor fiscal y de temperancia ante la crisis económica mundial. La Habana, otrora vilipendiada por radical, es ahora capital de la moderación y lugar privilegiado para el trámite de conflictos de la región. Una ciudad, Bogotá, que es la séptima economía de la zona, le da el timón de mando a un caracterizado vocero de la izquierda venido de la insurgencia. ¡Quieren más señores de la izquierda colombiana! Pero todos los dirigentes parecen haberse puesto de acuerdo para dar palos de ciego. Les ha dado por tomar una distancia recelosa de las negociaciones de paz de La Habana; incluso, al brillante y elocuente senador Robledo, se le ve coincidiendo con Uribe y Lafaurie en la idea de que no es legítimo negociar con las guerrillas las transformaciones del campo y mucho menos algunos cambios políticos del país. Petro, quien tenía la obligación de dar ejemplo de sentido común, buen gobierno y habilidad para las alianzas, naufraga en medio de la improvisación, el aislamiento y la soberbia. Los Garzones que se habían preparado toda la vida para liderar la agitación social, son ahora convidados de piedra del distante mundo del poder. Clara López, aliada siempre de los comunistas, le dio por romper con ellos precisamente ahora cuando estos quieren jalonar en serio a las guerrillas a la vida civil. Antonio Navarro, batallador como siempre, intenta animar un nuevo movimiento con anclajes en una voluble y escurridiza clase media ilustrada y uno que otro político sin ubicación precisa en ese arco que va de la derecha uribista a la izquierda radical que se agrupa en la Marcha Patriótica y en el Congreso de los Pueblos. De puro atrevimiento voy a enumerar puntos para un revolcón de la izquierda de cara a las elecciones de 2014. La reconciliación es la única gesta que puede redimir a la izquierda colombiana. Esa bandera no se la pueden dejar a Santos. No se la pueden dejar a los actuales líderes de la guerrilla. La izquierda tiene que estar en primera línea de esta batalla con todos los riesgos y los miedos al fracaso. La misión no es contener a las partes en La Habana, al contrario es pedir más y más, todo lo que puedan dar en desarme, desmovilización y reformas. La misión es también ir más allá de La Habana, aprovechar el momento para ponerse a la cabeza de un posconflicto que implique transformaciones profundas del país. Una coalición para enfrentarse a Uribe y a Santos tiene que incluir a la Marcha Patriótica y al Congreso de los Pueblos; a Progresistas, Verdes y Polistas; a las más diversas organizaciones sindicales, étnicas y sociales. La consigna es la paz y el eje es lo social. Esta coalición no puede equivocarse en la gradación de los rivales: el principal obstáculo para la paz negociada es Uribe y su aislamiento y su derrota política son claves para la reconciliación.