Mantener a un embajador que respalda públicamente una dictadura solo demuestra que el gobierno tolera a la pareja de sátrapas. Que no encuentra terrible su despótico gobierno y mira para otro lado cada vez que corren aún más la frontera ética. De no ser por el diferendo fronterizo, estarían rindiéndoles pleitesía como a Maduro.

Si el criminal Ortega y su deplorable y cómplice esposa Rosario fuesen de derecha, tras su último pisoteo de los derechos humanos, la izquierda latinoamericana y planetaria habría corrido a poner el grito en el cielo. Pero como la pareja es de su mismo espectro ideológico, prefieren hacer como que no supieron.

Que el gobierno de Nicaragua haya expulsado a los jesuitas, incautado su magnífica universidad y sus colegios, y los acusen de terrorismo y varias payasadas más, justificaría una convocatoria urgente de la OEA y un duro comunicado del Foro de São Paulo. Además, es una paradoja porque se trata de una orden religiosa, a la que pertenece el papa, que ha sido siempre zurda. 

Pero el secretario general de la OEA, el chileno Luis Almagro, reducido a mero guardián del fortín burocrático, prefiere conversar sobre lo divino y lo humano con Laura Sarabia. Y esa otra organización populachera, plagada de amiguetes de dictadores de su cuerda y liderados por el corrupto Lula, no se inmiscuye en asuntos que dejan en evidencia la brutalidad de los suyos.

Eché en falta alguna crítica del jesuita Pacho de Roux, muy dicharachero cuando presidió la Comisión de la supuesta Verdad.

Ni siquiera la derecha hispanoamericana ha salido a tronar voces de condena. Nunca supo defender a muerte los principios de su ideología, con la libertad sin ambages como principal bandera, y no parece que vaya a empezar ahora. Solo atinan a dar unos golpes esporádicos, como cuando lograron que el mundo respaldara a Guaidó y repudiara a Maduro, pero sin una estrategia clara.   

Ni siquiera el Vaticano actúa en América Latina con determinación frente a los tiranos que pueblan el continente. Una cosa es poner la otra mejilla y otra, bien distinta, dejar el camino expedito a los dictadores y condenar a los pueblos a unas vidas de súbditos sin derechos.

No basta con que el papa Francisco haya definido al régimen sandinista como “dictadura grosera” o que la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús pida a la “pareja presidencial el cese de la represión”. Deberían ser más contundentes. Jesucristo encarna la misericordia absoluta, pero hablaba a los fariseos y a los sumos sacerdotes con una dureza sin matices. Como hace monseñor Báez, al que el papa sacó de Nicaragua cuando sus compatriotas más lo necesitaban. 

Uno esperaría que desde los púlpitos de todas las parroquias movilizaran a sus feligreses para que tomen conciencia y hagan oír su voz de protesta ante tanto atropello a la Iglesia católica nicaragüense. 

Hace un par de años, esa misma pareja de sátrapas que debiera estar presa hasta el fin de sus días, echó como a perros a las admirables Hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta. Las monjas debieron abandonar a los más pobres entre los pobres y cruzar la frontera con Costa Rica, en donde las acogieron con los brazos abiertos, como las heroínas que siempre fueron.  

Y este año Rosario y Daniel condenaron a 26 años de prisión al valiente obispo de Matagalpa, Rolando Álvarez, con la descabellada acusación de “traición a la patria”, falso delito que también aplica con fruición el mafioso Maduro.

La inaceptable expulsión de los jesuitas, que afecta más a la población indefensa que a la misma orden, coincidió con el asesinato en Rusia del jefe de Wagner. Vladímir Putin, viva imagen de Stalin y aliado de sandinistas, chavistas y otros socialistas latinoamericanos, cobró venganza, preciso cuando se cumplían dos meses desde que Prigozhin protagonizó una fallida (por desgracia) insurrección para retar al zar.

Si alguien alberga alguna duda de hasta dónde llegan los mortíferos tentáculos del tirano del Kremlin, que repase los asesinatos, disfrazados de accidentes, suicidios, parricidios y demás, de quienes matricula de traidores a su causa.

Con lo despierto que era Prigozhin, parece increíble que no advirtiera que caería como todos los demás. Que creyera que su acordado exilio temporal a Bielorrusia, su enorme popularidad en Rusia o la importancia de su banda de asesinos a sueldo en África, le mantendrían a salvo. Olvida que Putin es el Cronos soviético. Se come a sus hijos porque prefiere enviar el mensaje de intocable, de verdadero heredero de Lenin y Stalin, de que no existe guarida en el planeta a salvo de sus sicarios, a los perjuicios que provoque cada crimen. Con el de Prigozhin ya verá la manera de seguir controlando el oro de Sudán o los diamantes de la República Centroafricana que le cuidaba Wagner.

Con ese despiadado criminal prefiere aliarse el Foro de São Paulo antes que con Estados Unidos. Aunque uno sostenga su poder sobre ríos de sangre y otro crea que solo las urnas deciden su destino.