Hay una frase que circula mucho en Internet, atribuida a Gustavo Petro, que dice así: “Me acusan de intolerante. De hecho lo soy: no tolero que el Estado caiga en manos de las mafias, no tolero la desigualdad y la injusticia y no tolero la violencia eterna. Soy un rebelde intolerante contra la intolerancia”. Es una frase construida con una gran carga política, tanto en lo propagandístico como en lo ideológico, pero tiene el inconveniente de que no es cierta, o por lo menos no llega al fondo del problema, porque al Alcalde Mayor de Bogotá no se le acusa de intolerante sino de soberbio, de arrogante. Tan tolerante será Petro que incluso votó por Alejandro Ordóñez para su primer periodo, según dijo en respeto a sus creencias religiosas. Lo paradójico del asunto radica en que hoy su carrera política está precisamente en manos de un intolerante como el procurador, quien se apresta a fallar las más de 100 demandas elevadas por sus opositores ante su despacho, que hablan desde detrimento patrimonial y daño ecológico hasta abuso de autoridad. Y lo que se dice es que Ordóñez se agarrará de ellas para ceder a la tentación de enviar al asfalto a su más aguerrido contendor. ¿Cómo entender, de todos modos, que una medida de corte supuestamente disciplinario resulta de total conveniencia a sus intereses políticos? Una eventual sanción o destitución le daría a Petro una aureola de víctima, útil a su aspiración presidencial, que es precisamente lo que Ordóñez –y lo que él representa- está en condiciones de atajar. El propio Petro le dijo al portal Olapolitica.com que “la inhabilidad no acaba mi lucha, solo la pone en otro terreno”, lo cual sería señal de que no le molestaría ser destituido. Sea como fuere, el país y su capital se hallan ante un panorama preñado de tensión, desde todo punto de vista desfavorable a las legítimas aspiraciones de un proyecto de izquierda que con Petro a la cabeza vislumbraba por primera vez la posibilidad real de tomarse el poder por la vía democrática. Lo que el alcalde se niega a entender –y espero estar equivocado- es que esa 'agudización de las contradicciones' en la que se halla empeñado conlleva por un lado el desgaste de su propia causa, y por otro el fortalecimiento de su enemigo, en una espiral hasta cierto punto suicida, pues se la pasa repartiendo munición a diestra y siniestra para que lo ataquen. A Petro se le ve entonces en un plan de valeroso David contra Goliat, algo que registra muy bien en lo mediático y en lo político, pero tal vez no ha sido consciente de que sus muy poderosos rivales –y entre ellos se incluyen por supuesto todos los intereses que ha afectado como senador y como alcalde- por fin han encontrado un ‘árbitro’ que parece dispuesto a sacarle tarjeta roja en la mitad del partido. No hace falta ser un experto en teoría de las probabilidades para saber que la revocatoria del mandato impulsada por el godito Miguel Gómez está condenada al fracaso, pero no ocurre lo mismo con lo que pudiera salir de ciertos pasillos de la Procuraduría olorosos a ese incienso ceremonial que propende por el castigo a los réprobos y a los impíos, y a todo lo que se desvíe del único camino posible, el de “la luz, la verdad y la vida”. Es un hecho irrefutable que en más de una ocasión Petro la ha ‘embarrado’, en parte por improvisador y en parte porque gente de su propio equipo no le da la talla gerencial requerida, y ahí está el motivo básico por el cual su índice de favorabilidad mantiene una tendencia a la baja, al pasar del 43% de favorabilidad en noviembre del 2011 a un 33% el pasado mes de abril. Cifra que por cierto coincide con el porcentaje de votantes que lo eligió, el mismo 33%, en claro indicativo de cómo se halla su administración en cuestión de imagen: estancada. Nadie pone en duda que Petro es un hombre bien intencionado y honesto, y fueron precisamente sus aguerridas batallas contra la corrupción (dentro del Polo) y contra las muy uribistas mafias de la parapolítica enquistadas en el poder las que le dieron el reconocimiento político que lo llevó a ocupar el segundo cargo más importante de la nación. Pero es soberbio, entendida la soberbia como el “sentimiento de valoración de sí mismo por encima de los demás”. Y esto hace que hasta sus amigos más cercanos se hayan visto en la obligación de cantarle la tabla en público, en procura de bajarlo de esa nube de arrogancia que le impide aceptar sus propios errores. Hablando de errores, tal vez el más notorio está en que no ha intentado construir consensos en torno a temas fundamentales, por ejemplo con el Concejo Distrital. Eso estaría ligado al ADN de su soberbia, de la que más de uno –incluido el suscrito- quisiera que algún día lograra desmontarse, porque comparten con él muchos de los ideales propios de una izquierda democrática a la que se espera ver algún día gobernando a la nación entera, como ya ocurrió con el exdirigente sindical Lula da Silva en Brasil o con el extupamaro Pepe Mujica en Uruguay, poseedor este último de una sencillez y un don de gentes que ya quisiera uno ver en nuestro alcalde. Hoy Petro podría desactivar la bomba de tiempo que en lo disciplinario le tiene puesta el procurador debajo de su asiento, si tuviera la humildad –desde una perspectiva estratégica, incluso- de reconocer las equivocaciones que ha cometido, haciendo claridad en que ese nuevo enfoque autocrítico de su administración se sustentaría en el propósito de acertar y de abrir puentes de entendimiento, tanto con la ciudadanía expectante de dicho cambio como con su más insigne ‘perseguidor’, quien de ese modo quedaría neutralizado para aplicar todo el fuste de su látigo inquisidor, habida cuenta ya de la contrición y el propósito de enmienda… Twitter: @Jorgomezpinilla