"Lárgate de mi país", le dice un fanático a Jorge Ramos, el periodista de origen hispano que, en una sala de prensa en Iowa, hacia preguntas “incomodas” a Donald Trump, el extravagante candidato republicano a la Casa Blanca. La xenofobia, el chovinismo, la demagogia, el odio racial, el linchamiento y otras miserias se intensifican en el planeta a raíz de la crisis global del capitalismo. Una crisis que va de mal en peor. En una autopista de la imperturbable Austria la Policía encuentra un camión abandonado con 70 cadáveres descompuestos. En una sola noche más de 4.000 personas cruzan los campos de maíz y las alambradas que separan a Serbia y Hungría. En las aguas del Mediterráneo una nave de salvamento sueca encuentra 50 cadáveres apilados en la bodega de una embarcación. El mar de Ulises hace su oficio y cada día engulle centenares de inmigrantes que navegaban a la deriva. Algunos cadáveres tienen la suerte de flotar y son llevados a tierra. Grecia debe “cumplirles” no sólo a los despiadados banqueros, sino también a los 160.000 inmigrantes que han recalado a sus puertos en lo que va corrido del 2015. El drama de la emigración fue brutalmente retratado por el Nobel John Steinbeck en Los Vagabundos de la Cosecha. Un singular reportaje que describe el éxodo de millares de granjeros del medio oeste norteamericano incordiados por la Gran Depresión, la voracidad de los bancos y el mal tiempo. Los empobrecidos “okies” eran recibidos con odio y discriminación por sus compatriotas de la rica California. Es la historia del capitalismo. Se necesitarían cientos de reporteros como Steinbeck para escribir la más grave crisis humanitaria que vive Europa desde la Segunda Guerra Mundial. El capital no tiene piedad. La inmensa mayoría de inmigrantes que están recalando a Europa proceden de Afganistán, Irak, Libia y Siria. Cuatro países desestabilizados por la OTAN. Las aventuras militares para conseguir territorio, petróleo y gas fueron un desastre. Europa paga las consecuencias de sus actos de piratería. Las cancillerías procuran remendar lo que está completamente roto. Los operadores políticos les piden a los generales que hagan milagros en el terreno. Los servicios secretos tratan de sellar alianzas con sus sempiternos antagonistas para frenar a enemigos que hasta hace poco eran tratados como amigos. Una crisis global que tiene su réplica en la frontera colombo-venezolana. Crisis que los operadores políticos y mediáticos abordan con visos teatrales y algunas payasadas. Sólo en la cabeza de los ilusos puede caber la idea de que, Maduro con sus amagues de boxeador, Santos con su ceño fruncido y Uribe haciéndose selfies en la frontera, quizá logren conjurar los problemas en la línea divisoria. Colombia y Venezuela tienen en sus respectivos territorios antiquísimas, endémicas y violentas cuestiones estructurales que se zanjan en los más de 2.000 kilómetros de frontera terrestre. La gente va hasta donde está el dinero. Es el abecé del modo de vida capitalista. El narcotráfico es una actividad capitalista regida por la ley de la oferta y la demanda. Con tal de comerciar su producto, a los narcotraficantes les importa un comino quién está gobernando en Colombia o en Venezuela. Militares y policías de los dos países son untados para que el negocio funcione. Hay corrupción a ambos lados de la frontera. Mientras Colombia no resuelva el asunto de la producción de narcóticos en su territorio y Venezuela tenga gente de la seguridad comiendo del pastel, no hay solución a la vista. El contrabando de gasolina, arroz, leche, salsa de tomate o de maquinillas de afeitar es un negocio jugoso del que viven ricos y pobres de Colombia y Venezuela. El contrabando llena bolsillos a unos pocos y les mata el hambre a miles. Los alcaldes de frontera saben de estas historias porque cepillan sus dientes con crema dental traída de Venezuela y alimentan a sus hijos con leche subsidiada por el gobierno de Caracas. Operadores privados y funcionarios corruptos venezolanos acaparan y embodegan productos de primera necesidad para venderlos a sus pares colombianos. No hay que buscar el muerto aguas arriba. Así funciona el capitalismo. Funciona a pesar de Santos, Maduro, Uribe y quién sabe cuántos más. Colombia es el país con más emigrantes en Suramérica. ¿Algún presidente se ha preguntado alguna vez por qué la gente se va del país? ¿Violencia? ¿Desempleo? ¿Desplazamiento? ¿Injusticia? ¿Inequidad? Varios millones viven en Venezuela, Estados Unidos, España, Ecuador, Argentina, Chile y otras latitudes. Los hay de todo. Pequeños empresarios, profesionales, aventureros, estudiantes, ladrones, cultivadores, artistas, asilados, enredadores, en fin. Comentaba un pequeño empresario colombiano radicado en China que los chinos, por ejemplo, están felices con las prostitutas colombianas que van llegando en pequeñas olas a sus populosas y ricas metrópolis. Puede que los narcotraficantes, acaparadores, y contrabandistas no conozcan el mundo de Nicolás Maduro, Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, pero sí conocen el suyo. El suyo es el mundo de la economía subterránea inseparable al capitalismo. Un discurso trasnochado me dirá alguien. Okey. Pero la realidad sigue trasnochando a quienes están al mando. En twitter: @Yezid_Ar_D Blog: https://yezidarteta.wordpress.com/author/yezidarteta/