“Hay que restaurar el alma del país”. Eso fue lo que dijo Joe Biden en su discurso de aceptación a la Presidencia de EE. UU., luego de recibir los resultados de una reñida elección. Tras una contienda que mostró lo mejor y lo peor de ese país, el discurso de Biden buscó ser un bálsamo para la división. En un tono resuelto, firme, calmado y convincente, Biden insistió en que no ve tintes políticos ahora que será el presidente de todos los estadounidenses –incluso de quienes más se opusieron a su candidatura– y extendió una mano compasiva a sus opositores para que hagan de la reconciliación un propósito común. Biden, quien se ha destacado por construir consensos con sus más férreos rivales en el Congreso, entiende que el rencor no es el camino que necesita su país en este momento. Con eso, ahora el balón está en la cancha de sus rivales políticos, quienes harían bien en leer el momento y actuar con la misma elegancia que demostró Biden o quizá botarán a la caneca una oportunidad (única) de salir de este enredo con dignidad. Un dilema similar tiene ahora el presidente Iván Duque, quien también dirige un país profundamente dividido por heridas políticas que han sido atizadas por discursos divisores y rivalidades personales que son aparentemente irreparables. Duque debe decidir si se inspira en Biden y entiende que está en una posición única para aprovechar el momento político y montarse al bus de la reconciliación y la unidad. Aprovechando que la mitad del país político está pensando en la elección de 2022, Duque haría bien utlizando el año y medio que le queda en el poder para consolidar su papel en la historia e intentar unir al país.  Lea también: UE espera firmar pronto contrato para comprar vacuna de Pfizer El legado del presidente Duque está en juego y es algo que sé que le importa personalmente, ya que aspira a pasar a la historia como un presidente transformador. Duque se enfrenta al ocaso de su presidencia y debe considerar si puede hacer cambios en tono –no en objetivos– que con su liderazgo puedan darle al país un rumbo común.  Las políticas de medioambiente y crecimiento verde, la implementación del desarrollo rural integral, y la infraestructura son tres áreas en las cuales Duque puede cooperar con partidos moderados e independientes y de oposición, para promulgar políticas que alienten la recuperación económica y aborden los problemas estructurales del país.  En medioambiente, Duque entiende que el calentamiento global y la deforestación son profundas amenazas para nuestra nación. Tanto así que ha buscado liderar consensos regionales para proteger la selva amazónica, guiar una transición energética y proteger la biodiversidad. Sin embargo, su discurso no se ha traducido en acciones concretas para luchar contra la ganadería extensiva, que es la principal responsable de la deforestación –y no solo el narcotráfico– en políticas robustas y bien financiadas que promuevan el crecimiento verde como herramienta para generar incentivos económicos en los municipios PDET o en la ratificación del Acuerdo de Escazú.    Le recomendamos leer: Biden desvela su comité para hacerle frente a la pandemia de la covid-19 El capítulo más importante y transformador del acuerdo de paz firmado entre el gobierno anterior y las Farc fue la propuesta para reformar el campo y la tenencia de la tierra. Duque sabe que es el punto más sensible para su partido, integrado por terratenientes y hacendados, y ha procurado prudencia en este asunto. Sin embargo, la aprobación del catastro multipropósito y su subsiguiente implementación le dan al Gobierno una oportunidad de ser osados en este tema. Duque, partiendo de la comprensión de que gran parte de la violencia en zonas rurales, gravita alrededor de la tenencia de tierra, y haría bien en profundizar la acción y coordinación del Estado en este asunto, evitando así futuros conflictos sobre la tierra.  Finalmente, el déficit de infraestructura que aún tiene Colombia representa también una monumental oportunidad para atraer una ola de inversión extranjera, inyectarle liquidez a la economía a través de un estímulo fiscal y lograr cerrar las brechas de competitividad, que son un obstáculo para que el país pueda alcanzar su potencial. Duque sabe esto, y por esto entiende que es necesario culminar las obras 4G dejadas por el anterior gobierno y embarcarse en la estructuración de un paquete de obras adicionales, llamadas 5G, que incluyan aeropuertos, carreteras, líneas férreas y puertos navieros. Para ello es necesario conciliar con las comunidades locales para que sus aspiraciones, objetivos y visones del territorio sean incluidos en estos proyectos de manera que se cierren brechas sociales estructurales.  Nada de esto será fácil y sé que la idea que planteo tendrá un muy pobre recibimiento entre los miembros del partido de gobierno, quienes han buscado de todas las formas posibles imponer su visión del país, legitimada por un triunfo electoral que carece del respaldo y la unión de todos los sectores políticos. Frente a las próximas elecciones, el Centro Democrático se prepara para dejar atrás a Duque e insistir en un discurso de división y miedo como principal bandera política. Le puede interesar: La OMS pide que no se "cierren los ojos" ante la covid-19 Duque sabe que llegó a su cargo gracias a su lealtad hacia Uribe, pero ha enfatizado también en que su presidencia es una oportunidad para tender puentes intergeneracionales que le permitan al país mirar hacia el futuro y enfrentar los retos venideros. No se trata de echar reversa o dar un giro total en sus principios y valores. Se trata de que el Presidente y la oposición encuentren caminos viables para trabajar juntos por el bien del país; se trata, como alude Biden, de restaurar el alma de una nación, promover la unidad y el balance. ¿Estarán Duque y la oposición a la altura del momento?