Entiendo que la intención de quien lo escribe y de quien lo publica es informar, incidir en la opinión pública y comunicar. Sin embargo, algo que también genera este tipo de mensajes es que uno queda con una mezcolanza de sensaciones que en lugar de motivar a la construcción, lo que hacen más bien es llamar a la angustia y a la impotencia. Digo esto a la luz de los mensajes de WhatsApp y FB que me envían varias personas cuando me comparten noticias de este corte. Lo positivo del asunto es que el tema Amazonia ya es un asunto de opinión pública, independientemente de la reflexión que acabo de hacer. Pero acompañado del mensaje que me envían quienes me contactan, sus comentarios, como dije anteriormente, expresan miedo, y generan una sensación de parálisis individual y colectiva (“mire este artículo Julio Andrés; tremendo, ¡qué cagada! ¿pero uno qué hace ahí, ah?”.... A esto es a lo que me refiero). Que este tipo de sentimientos se vuelvan recurrentes puede jugarnos en contra como sociedad. No hay nada más poderoso para lograr que nos cunda la inanición social y la indiferencia que el hecho de “normalizar cualquier asunto”. Esto se logra cuando existe un constante martilleo de información que si bien despierta la atención, posteriormente termina convirtiéndose en un sonsonete bulloso que deja de ser escuchado. Por ejemplo: así como cuando los bogotanos nos acostumbramos a ver la indigencia en las calles, problema que se reconoce en el subconsciente cuando caminamos por ahí, de igual manera nos va a terminar pasando con la Amazonia (si no es que ya está pasando como me lo indican los mensajes de WhatsApp que recibo casi a diario).
Sabía que iba a suceder y no por clarividente, sino porque así es como funciona el activismo mamerto ambiental de los colombianos, y podría decir que del mundo también. Semana y media nos duró la solidaridad con la Amazonia, los abucheos a Bolsonaro y las tendencias de los incomprensibles e incluso, tildados de inútiles #SaveTheAmazon y #PrayForTheAmazon…. El activismo colectivo y sin contenido, el cual no tiene propuestas, sino tan solo pancartas vociferantes, no logra defender a la Amazonia de la amenaza real de la deforestación; incide sí, lo logra, lo dudo. El activismo de otrora tenía otro tipo de características transformadoras en la sociedad y por eso lo hacía diferente por una razón: las causas movilizatorias eran pocas y asimismo lo eran los elementos informativos distractores de quienes las concebían y de quienes recibían las quejas. Hoy, a diferencia de lo que sucedía con la época en la que las mujeres luchaban por su derecho al voto, o más atrás, cuando se demandaban en las calles los preceptos de igualdad y fraternidad, las exigencias mamertas que erigen pancartas evocando la protección de nuestra selva, tienen como competencia cientos de causas igualmente legítimas (género, lgtbi(s), racismo, competencia con otros temas ambientales, corrupción, etc, etc, etc.). Hoy por hoy cada causa quiere ganar su espacio y cada día surge una causa nueva. La semana de la Amazonia ya terminó y ¿será que aquellos que repostearon algo sobre el tema, ya se les olvidó?
El activismo al que abogo es más silencioso, menos pretencioso, incluso, más sabroso y lleno de sensaciones experienciales. Es un activismo que cambia lo tradicional por lo nuevo; aquel que deja de un lado la retórica y vitaliza la acción. Se trata ni más ni menos que del activismo del consumo. ¿Ha pensado qué impacto puede generar que en su desayuno consuma chocolate de copoazú del Caquetá? ¿Se ha detenido a analizar cuánto bien colectivo podría generar invertir su tiempo en sus próximas vacaciones yendo a San José del Fragua-Caquetá? ¿Sabe cuánto significa un peso que sale de su bolsillo para algo que le enriquecerá a usted también, en términos de hectáreas de selva salvadas y familias amazónicas más felices? Estas preguntas no esconden ciencia alguna. Por el contrario, expresan el más versado de los sentidos comunes. Cuando los colombianos comprendamos que nuestros hábitos de consumo son uno de los grandes motores para conservar nuestros ecosistemas, no necesitaremos llenar la Plaza de Bolívar y salir de ella sintiéndonos “más ambientalistas” de lo que realmente podemos llegar a ser.
Conozco ambientalistas de cuchara y tenedor que contribuyen a que dos o tres familias caqueteñas o putumayenses mejoren en un 20% sus ingresos y con ello, tengan menores incentivos para “abrir monte” pa un nuevo potrero. Este tipo de ambientalistas no necesitan llenar plazas, ya lo hacen al llenar sus mesas. Las próximas columnas serán una seguidilla de productos amazónico que bien pueden ir conociendo poco a poco. Me dedicaré a sacarlos del anonimato y exponer sus atributos, beneficios y por supuesto, aquellos emprendedores del territorio más grande del país que aún pocos conocen. Estoy convencido de que podemos rehacernos como activistas… sueño con menos WhatsApp y pancartas y pasar a ver más charlas constructivas al son de un jugo de cocona o de arazá.