Reconozco que el título podría generar incomodidad y resistencia entre muchas personas; sin embargo, estoy dispuesto a ‘darme la pela‘ y enfrentar los comentarios en contra y a favor de esta propuesta. Reconozco también lo impopular que significa sugerir un impuesto en medio de la actual crisis económica. En mi defensa, si se le encuentra ‘la comba al palo‘, esta propuesta no solamente ayudaría a conservar la Amazonía, también podría contribuir a los procesos de fortalecimiento económico sostenibles en Caquetá, Putumayo, Guaviare, Guainía, Vaupés, Amazonas y parte del Meta, territorios que -sumados- comprenden cerca del 46% del total nacional y de los cuales muy poco conoce la gran mayoría de los colombianos. Lo que la mayoría de los colombianos desconoce no es materia de aprendizaje en el colegio o la universidad: por ejemplo, que el agua que consumimos las bogotanas y los bogotanos proviene de la Amazonía, no de Chingaza. La Amazonía es una megafábrica de agua que fluye por los aires hacia Bogotá y que es captada en forma de humedad por los ecosistemas de páramo que están en el patio trasero de Bogotá (Chingaza). De ahí en adelante, viene la historia que usted sí conoce: el agua sale por su llave. Entonces, si esto es así, ¿por qué resultaría descabellado que quienes se benefician de la Amazonía no contribuyan a su conservación? En el período 2017-2019, les pregunté a cerca de 600 personas que habitan en el 54% del territorio nacional restante qué se podría hacer para conservar la Amazonía. El 95% de estos interlocutores dio respuestas que denotan una baja comprensión sobre nuestra dependencia de este ecosistema. Por ejemplo, recuerdo haber indagado sobre mi tema, la deforestación en el territorio amazónico, y en la mayoría de los casos los comentarios de los encuestados daban a entender que, pese a la importancia de la problemática, no era un asunto que impactara sus vidas directamente. Con lo anterior, quiero sustentar la necesidad de abordar el reto del cuidado de la Amazonía desde dos frentes en particular. El primero es: fortalecer la comprensión entre las colombianas y colombianos, estén donde estén, sobre la importancia de la Amazonía para sus vidas, su economía y su salud, en el corto y mediano plazo. El segundo es: hacerse corresponsables de su conservación y restauración. ¿Cómo? Le puede interesar: Bancolombia es el banco más sostenible del mundo, según Dow Jones La época en que yo pagaba un impuesto solidario Alemania es mi segunda casa, pues le debo mucho. Viví casi 10 años en él y durante cinco trabajé como consultor e investigador en temas medioambientales. Al llegar la declaración de renta, se veía reflejada una partida llamada “Impuesto de Solidaridad”, el cual correspondía al 5,5% del ingreso de renta de quienes generamos ingresos en la antigua Alemania occidental (la capitalista en tiempos de la Guerra Fría), y que estaba destinado a fortalecer la economía de los estados de la Alemania oriental (la comunista de otrora). Este impuesto comenzó en 1991, fecha en la que se produjo la Reunificación Alemana, y perduró durante 29 años hasta 2020, cuando se eliminó para el 90% de los contribuyentes germano-occidentales. El impuesto fue un factor determinante para disminuir la brecha entre las dos regiones alemanas, pese a que todavía persisten diferencias socioeconómicas entre ellas. En otras palabras, sin la existencia del impuesto, hoy se estaría hablando de dos regiones totalmente dispares. Traigo a colación esta anécdota porque me permite señalar un punto sobre los alemanes que podría dejarnos lecciones importantes a los colombianos: ellos asumieron con corresponsabilidad el desarrollo de la totalidad de su territorio. La ex Alemania occidental, a partir de la Reunificación, comprendió que la viabilidad de su modelo de progreso dependía del aumento del bienestar de la ex Alemania oriental. Planteando un paralelo: tal y como Bogotá depende del agua que se fabrica en la Amazonía. Sugerir un impuesto solidario en Colombia es un hecho controversial por varias razones, que no desconozco: para empezar, hay una creencia generalizada que se resume en la siguiente frase: “pa‘qué hacerlo si igual se lo van a robar”. Además, está la coyuntura de la pandemia y el tremendo impacto económico que ha tenido, y lo que seguramente nos queda por afrontar. Finalmente, aunque no menos importante, reina el escepticismo en la comunidad ambientalista sobre la efectividad de un impuesto como este para las arcas ambientales, como consecuencia de la falta de claridad que ha existido en otros impuestos similares, como el del carbono. Pese a lo anterior, quiero invitarlos a que profundicemos en este debate. Realmente, necesitamos hacerlo. Ser corresponsables del cuidado de nuestra Amazonía no es, ni debe ser, cuestión de un par de ambientalistas o de la comunidades que padecen en primera persona la deforestación. Anímense a hacer parte del cambio y construyamos entre todos una propuesta que les permita a nuestros hijos conocer de dónde viene el agua que consumen y tener acceso a este precioso líquido con solo abrir el grifo. ¡Hasta el próximo jueves! Le puede interesar: El Banco Mundial lanza fondo para apoyar desarrollo urbano sostenible