A diferencia de mercados más avanzados en infraestructura y tecnología, el de Colombia vive la informalidad en algunas cadenas de aprovisionamiento de bienes primarios. En EE.UU se dijo recientemente que el problema es de demanda, no de oferta, cosa que tiene sentido. En Colombia, el problema es de demanda y de logística, pero se puede volver un tema de oferta. Volvamos a un tema clave de una clase de economía, la curva de oferta, la de demanda y su “mágico” encuentro en un equilibrio. Si suben los precios, el productor querrá ofrecer más y el consumidor comprará menos, distanciándose en el corto plazo del equilibrio. Entender las condiciones de este encuentro en medio de la pandemia nos sirve para evitar un desabastecimiento por ineficiencias, desinformación y comportamientos irracionales en la demanda.
Que haya irresponsables que compran cosas que luego arrojan a la basura, indiferentes a sus conciudadanos, es usual en una sociedad que ve la solidaridad como un comodín jurídico y no un reflejo de la empatía. De esta se burlan en redes sociales. Si compran como locos, aceleran la desconexión entre la oferta y la demanda. Pero el tema que nos debería preocupar es la combinación entre informalidad, incertidumbre, poder de mercado y cadenas de aprovisionamiento. Imaginen que ustedes quieren llevar fruta del campo a la ciudad. Ahora sucede que una transportadora les cobra tanto que prefieren dejarlas en el pueblo. No hay camión y así lo tuvieran, no alcanzarían a llenarlo. Si se arriesgan a recogerla en vehículo privado, con certificado de proveedor expedido por un cliente, les puede ir bien (llegan con la fruta) o mal (les inmovilizan el carro y les ponen una multa). Este pequeño “problema” se llama incertidumbre, y como lo vemos en distintos planos de la vida, nos retiene o nos hace actuar de formas inesperadas. La consecuencia, al cabo de un tiempo, es no tener claridad si vale la pena invertir en otra cosecha o es mejor dedicarse a alguna alternativa poco promisoria. Un avance importante ha sido el de dejar de cobrar peajes, pero otro tiene que ser una aclaración tajante a los funcionarios que ven el pico y género y los nuevos decretos como la oportunidad para lucirse sancionando. Recordemos que la idiosincrasia de Colombia alimenta sus ambiciones a punta de castigos, merecidos o no. Cuantas más señales de peligro y aumento de costos (por ejemplo, una multa) se les envía a los pequeños, más se encarecerán sus productos, bien sea por escasez o por ineficiencias logísticas. Volvamos al 2016, cuando el paro camionero trajo distorsiones logísticas, desabastecimiento y un aumento del nivel de precios en los alimentos. El desorden en el puerto de Buenaventura llevó a una escasez de fruta importada como el kiwi y la pera. Mientras tanto, productos como el plátano subieron cerca del 10%, mientras que el precio de la papa subió más del 20% y el de la cebolla larga se dobló. Eso no implicó que ese ingreso de más llegara a los campesinos, pues la intermediación también funge como extractor parcial de rentas. Los centros de acopio en Colombia no necesariamente le traen la eficiencia de mercado de la que habla la teoría. Se supone que ahí se fomentan las economías de escala, la transparencia de precios y la optimización logística con algo así como cross-docking y consolidación de mercancía. Pero hay suficientes reportes de especulación de precios e ineficiencias que pueden fomentar desabastecimientos no estructurales, que es justamente el riesgo que tenemos actualmente, producido esta vez por una pandemia.
El desabastecimiento puede generarse por este tipo de distorsiones que se pueden corregir con acciones que lleguen a los retenes de policía, a los funcionarios de las alcaldías, y a otros actores que tienen el deber de no torpedear la distribución capilar de alimentos. No toda la distribución se hace en vehículos de placa blanca, y, de nuevo, ahí tenemos la informalidad como un factor que nos hace, infortunadamente, diferentes y no comparables con los mercados más avanzados. Si se tratara de un posible desabastecimiento por fenómenos climáticos extremos, plagas o sustitución de cultivos en pro de proyectos mayores, como pasó en Cuba y en Guatemala a mediados del siglo XX, el tema sería mucho más complejo, porque habría una escasez de alimentos desde la producción en el campo. Entonces, nuestro riesgo está en el desabastecimiento por problemas de información, logística y los usuales dolores de cabeza de la informalidad. Las consecuencias sociales del aumento de precios de alimentos son conocidas. La crisis de inicios de los 80 nos da un ejemplo. El aumento del precio de la gasolina, la depreciación de las monedas de Latinoamérica y África, las políticas de austeridad y el impacto sobre el precio de los alimentos terminaron aumentando casos de malnutrición en países como Costa Rica, Bolivia, Chad y Ghana. Hay suficiente evidencia sobre el golpe brutal que tiene un aumento sostenido en el precio de los alimentos sobre los más pobres. La inflación erosiona el poder adquisitivo, sobre todo en los hogares menos pudientes. Es urgente revisar lo que está pasando en la logística de pequeños productores en Latinoamérica. Recordemos que la mayoría de las empresas que se crean corresponden a personas naturales. De las casi 325.000 que se crearon en el 2018 en Colombia, 258.954 eran de esta categoría. A esto sumémosle la informalidad, la migración venezolana y el populismo que tergiversa la información, cuando esta es la más importante para evitar impases. Mi llamado es a dar claridad a los pequeños empresarios de alimentos, para que no reduzcan sus operaciones por desinformación o arengas populistas de mandatarios que se quieren perfilar diciendo “nadie sale”. Que se tomen medidas, claro, pero que no se cierre por el miedo a multas si la producción no pone en riesgo a los empleados. Los empresarios sostienen la economía, por eso es inaceptable que se llegare a un desabastecimiento por falta de claridad en las reglas de juego.
No podemos contentarnos con la explicación estática que nos dice que actualmente no hay desabastecimiento. Quizá hoy sea así, pero si no le ponemos el ojo y la consideración de las autoridades que están más preocupadas por las próximas elecciones que por el bienestar de la gente, sí puede haber desabastecimiento capilar, caídas de ingreso irreparable en pequeñas unidades productivas y, por ende, el caldo de cultivo perfecto para los sinvergüenzas populistas que trinan desde la comodidad de su sofá.