En primer lugar, se olvidan de que, para el caso de Colombia, la relación educación y las TIC podría funcionar para menos del 40% de los estudiantes, quienes tienen internet y computador en casa. Segundo, es probable que el uso de la TIC y la educación virtual se pueda extender a la educación superior y en formación para el trabajo, pero hay que tener cuidado, de hecho, en el mundo ya se conocen una serie de mercantes de posgrados a distancia, estandarizados, baratos y de mala calidad. Tercero, para la educación básica y media el aula escolar y todo lo que allí se produce con los niños y adolescentes no puede ser reemplazado por la virtualidad, entre otras cosas aprender a convivir en sociedad (¡casi nada!), más allá de la familia y el entorno social y cultural en el que vive el niño; sin dejar de mencionar lo que sucede en el salón de clase relacionado con el aprendizaje social y colaborativo, el intercambio de valores y visiones de vida, así como manejo de emociones (en directo), entre otros. Al contrario, la pandemia ha servido para demostrar las enormes ventajas que tienen para los niños, los adolescentes y sus familias el colegio y el aula escolar tradicional, en la educación básica y media, frente al aula virtual o los procesos de enseñanza y aprendizaje a través de las TIC.
El colegio para los estudiantes, aún para los más pobres, es un punto de encuentro social, de amistad, de compadrazgo y de diversos intercambios entre pares, donde se permiten espacios para el juego, la sátira, el desfogue y pequeñas pilatunas, con o sin la autoridad del adulto, recordemos recreos, cafeterías escolares y paseos o salidas programadas por la institución escolar. Es más, mejor están los estudiantes y son más felices cuando los colegios les ofrecen oportunidades culturales, deportivas y recreativas como parte del currículo. Al colegio se asiste en un horario planeado, donde existe un equipo de docentes profesionales y otras personas que ayudan a concretar un propósito educativo y formativo, donde también ellos ayudan a cuidar y a proteger a los estudiantes, entre otras cosas, por eso pueden los padres de familia trabajar y concentrarse en lo que hacen, incrementando la productividad de su trabajo y de la economía. En el colegio, la mayoría de las veces, el aula permite la concentración de los estudiantes y una dotación básica para el proceso educativo, esto parece irrelevante, pero una encuesta realizada a estudiantes chilenos sobre el estado de ánimo ante la pandemia, el 80% manifestó que no dispone en su casa de un ambiente de concentración y más del 60% sostuvo que no cuentan con espacios cómodos para estudiar y de materiales adecuados para realizar las actividades escolares en casa. En la misma encuesta el 63% de los estudiantes manifestó que se sienten aburridos en casa y el 54% dijo que perdió contacto con sus compañeros de colegio. Tampoco ha sido sencillo para las familias, la revista Semana registra la historia de la familia Rodríguez que relató que ellos tenían dos computadores los cuales eran indispensables para su trabajo en casa, pero debido a las demandas de computador de los hijos, para asistir a las clase virtuales, tuvieron que comprar otro computador, ¡sí, tres computadores! ellos son unos afortunados, aún en ciudades como Bogotá más del 30% de los niños no tiene computadores en sus casas. Acá el problema es cómo conciliar las responsabilidades laborales y acompañar a los hijos mientras los profesores trabajan de manera virtual con ellos seis horas al día. Nada complicado imaginar educación virtual, en caso de que fuera posible, con madres cabeza de hogar que están trabajando ocho horas o más al día o con padres donde ambos tienen que salir a buscar su sustento diario.
Tampoco se pueden hacer a un lado las dificultades de los maestros, en una encuesta a los docentes de Estados Unidos les preguntaron antes de la pandemia cómo se querían sentir en la escuela, ellos contestaron: felices, inspirados, valorados, apoyados, queridos y respetados. También, en 2017 se realizó una encuesta sobre las emociones de los maestros con relación a su trabajo en la escuela, en aquel entonces, las cinco emociones principales fueron frustración, agobio, estrés, cansancio y felicidad. Ahora en tiempo de la pandemia, a los maestros les hicieron una encuesta similar donde respondieron que ellos están sufriendo de ansiedad (la emoción de mayor frecuencia), miedo, preocupación, agobio y tristeza. Los docentes expresaron el temor general de que ellos o alguien de su familia contraigan COVID-19; también, manifestaron el estrés que les origina conciliar sus necesidades y las de sus familias, en la casa, mientras trabajan en las labores educativas con sus estudiantes, además, del sobre esfuerzo que significa aprender y adaptarse a usar las TIC e interactuar con los estudiantes. La encuesta antes citada recuerda que las emociones de los educadores son importantes por cinco razones principales: para la atención, la memoria y el aprendizaje; para mejorar la toma de decisiones de manera más favorable hacia los estudiantes; para consolidar las relaciones estudiantes, padres de familia y profesores; para la salud y el bienestar y; para para la motivación, compromiso y rendimiento en su trabajo. También, sería equivocado desconocer los efectos, en mi opinión positivos, que a futuro va a tener el uso de las TIC como ayuda a los procesos educativos, pero no para remplazar a un buen maestro y menos todo lo humano que sucede en un aula escolar y en el colegio.