Más desconcertante resulta mirar cuáles son las razones del crecimiento. El mayor jalonador es el sector financiero, que crece 6,3 %. Esta actividad genera los salarios promedio más altos del país, $ 2.732.000 mensuales. El problema es que solamente da cabida al 1,5 % del total de las personas ocupadas. Además, por las mismas características de la economía, tiene una tendencia a ser un sector vinculado a una economía de casino, de especulación que no crea riqueza, y desligada de los recursos de crédito que requieren las verdaderas empresas para operar. El segundo jalonador es el sector comercial, que crece 5,1 % en el año corrido. Es el sector que más absorbe fuerza de trabajo, pero sus salarios promedio son de $ 1.176.000 mensuales, con la informalidad más alta de la economía. Su crecimiento está relacionado con el aumento de importaciones que crecen al doble que las exportaciones, así que las ganancias son para los países desde donde se traen las mercancías, no para Colombia.
Entonces el sector que más crece no ocupa y el que más ocupa es el que menos paga. La tercera razón por la que crece la economía es la evidencia del mal desempeño del país. La demanda explica el 80 % del producto interno bruto y durante 2019 el consumo de los hogares ha crecido 4,7 %, es decir 150 puntos básicos por encima del crecimiento de la economía. Es bastante atípica esta situación, cuando se contrasta con una tasa de desempleo que lleva 21 meses consecutivos en aumento y -peor aún- un nivel de ocupación que ha destruido 220.000 puestos de trabajo por mes durante este año. La pregunta obvia es ¿de dónde está saliendo el dinero? Según la firma Raddar, la primera explicación estaría en la demanda de la migración venezolana, de $ 450.000 por persona el mes en promedio. La segunda proviene de las remesas de trabajadores colombianos en el extranjero, que durante este año han crecido 9,5 %, tres veces más que el crecimiento del país. La tercera y más preocupante, es del aumento del crédito de consumo, que crece al 13,2 % de enero a agosto mientras la inflación lo hace a 3,2 % en el mismo periodo.
Lo anterior muestra a una economía vulnerable que está en medio de una parranda sostenida artificialmente con alcohol. Cuando pase la euforia, el guayabo será monumental. Pensar que el crecimiento actual es útil para resolver los problemas sociales es reconocer que no existe voluntad de cambio. De haberla, se implementarían de urgencia medidas de estímulo y protección a la producción real de la agricultura y la industria, incluso con aranceles que blinden sectores estratégicos de la competencia desleal subsidiada en países desarrollados. De esta forma se preservarían e incrementarían los puestos de trabajo, los cuales además deben cuidarse con políticas de inversión pública en ciencia y tecnología, y capacitación de la mano de obra para hacerla más productiva. Si esto ocurre habrá más ingreso disponible de los hogares, las empresas venderán más y pagarán más impuestos progresivos usados para seguir estimulando el mercado y evitar la excesiva concentración de la riqueza, como la que presenta el sector de la economía que más crece.
En un mundo que no estuviera carcomido por la corrupción y la decisión de destruir al aparato productivo nacional ocurriría lo anterior. Por fortuna, el paro del 21 de noviembre demostró que una buena parte de la población entiende esta situación y exige transformaciones en la orientación del país. El gobierno, por su parte, está preso de su propia ideología y del chantaje de las agencias calificadoras, el FMI y la Ocde, que tiene prioridad sobre el bienestar de la población.