En años recientes los desastres naturales que han cobrado más vidas humanas son el terremoto en Haití del 12 de enero de 2010, cuyos fallecidos se estima que fueron 316.000; el tsunami en el océano Índico el 26 de diciembre de 2004 cobrando la vida de 227.898 personas; y el ciclón de abril de 1991 en Bangladesh en el cual fallecieron 138.866 seres humanos. Sin embargo, los impactos de los desastres naturales no pueden ser dimensionados solamente en términos de número de muertes humanas. Estos desastres (inundaciones, terremotos, erupciones de volcanes, tsunamis, huracanes, tormentas, incendios, sequías, derrumbes, temperaturas extremas, movimientos telúricos) tienen consecuencias dramáticas en términos de heridos, desplazados y millones de personas que año a año pierden su hogar. Por supuesto, y para nada menos importante, están las consecuencias de pérdidas en la vida animal y vegetal, los cambios a los paisajes, los hábitats y los ecosistemas. Adicionalmente, las pérdidas materiales (infraestructura, sembrados, inventarios, etc.), inmateriales (cultura, relacionamiento con el entorno, conexiones, empleos, etc.), y costos para empresas, organizaciones, gobiernos, comunidades, e individuos asociados como consecuencias de los desastres son igualmente inmensurables. Aunque tradicionalmente la respuesta y asistencia humanitaria en desastres naturales ha estado a cargo de gobiernos locales, nacionales, fuerzas militares, bomberos, defensa civil, ONG, y organismos multilaterales, cada vez nos encontramos con más actores dispuestos a participar, como las empresas.
Robert Glasser, representante especial del secretario general para la Reducción del Riesgo de Desastres y jefe de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNISDR), explica que “los desastres no solo afectan directamente el rendimiento del negocio cuando se destruye la infraestructura crítica y se rompen las cadenas de suministro mundiales, sino que también afectan las oportunidades de empleo y la calidad de vida de las personas en todo el mundo, si la inversión del sector privado en nuevas ciudades y pueblos no está informada sobre los riesgos”. En un artículo de mayo de 2019, de autoría de Jasper Hotho y Verena Girschi, investigadores afiliados al Copenhagen Business School y publicado en la revista académica Critical perspectives on international business, se analiza en detalle la participación de las empresas en la prestación de asistencia humanitaria sobre temas como cuándo, por qué, cómo y con qué razones las empresas participan en acciones humanitarias. Hotho y Girschi definen las crisis humanitarias como “eventos en un país o región que causan serias interrupciones en la función de una sociedad, resultando en pérdidas humanas, materiales o ambientales que exceden la capacidad de las personas afectadas para hacer frente al uso de sus recursos propios”. Las crisis humanitarias difieren en una variedad de dimensiones que afectan el tipo y el alcance de la asistencia humanitaria necesaria, así como las complicaciones que pueden surgir en la prestación de asistencia.
De manera general, Hotho y Girschi encuentran que las empresas impactan (positiva o negativamente) las crisis de diferentes maneras. Por un lado, las empresas pueden ser cómplices en el surgimiento de crisis humanitarias. Por ejemplo, cuando las actividades de producción y comerciales suscitan el tipo de agravios severos que motivan conflictos, como niveles excesivos de corrupción, represión, pobreza y desigualdad. O también, por ejemplo, la deforestación (para fines comerciales o de expansión de frontera agropecuaria o construcción de infraestructuras) aumenta el riesgo de deslizamientos de tierra, sino que también exacerba dramáticamente el impacto humanitario de las tormentas e inundaciones. Por otro lado, las empresas también pueden tener un papel crucial en la recuperación de las comunidades y sociedades afectadas por crisis humanitarias, con intervenciones que pueden ser decisivas en la reconstrucción de comunidades devastadas. Explican Hotho y Girschi que la participación de las empresas y emprendedores “son indispensables para proporcionar bienes y servicios esenciales y oportunidades de empleo que pueden dar a las poblaciones afectadas por la crisis un renovado sentido de propósito, perspectiva y cohesión social, así como los ingresos que necesitan para reconstruir sus comunidades y sus vidas privadas”. Adicionalmente, “las empresas pueden contribuir directamente a la reconstrucción posterior al conflicto a través de inversiones en infraestructura y sectores clave”. Además de los anteriores que aplican para desastres naturales, en su estudio Hotho y Girschi también analizan el rol de las empresas en crisis y desastres causados por el hombre (terrorismo, derrames de petróleo, accidentes de tráfico, explosiones nucleares, estampidas, accidentes industriales, etc.), y describen cómo también las empresas pueden tener roles de incitación, perpetuación, recuperación y prevención.
De manera puntual algo más que pueden hacer las empresas y los gobiernos locales es asumir el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres -que se adoptó en la Tercera Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Reducción del Riesgo de Desastres en Sendai, Japón, en marzo de 2015- tiene como objetivo “lograr la reducción sustancial del riesgo de desastres y las pérdidas en vidas, medios de vida y salud y en los activos económicos, físicos, sociales, culturales y ambientales de personas, empresas, comunidades y países, para 2030”. El Marco de Sendai deja en claro el importante papel que el sector privado puede y debe desempeñar en el desarrollo de la resiliencia a los desastres en todo el mundo. La revista académica AD-minister tiene una edición especial del año 2016 dedicada a gestión del riesgo de desastres y educación empresarial: negocios sostenibles y resilientes, liderado por Juan Pablo Sarmiento, director del Programa de Reducción del Riesgo de Desastres del Instituto de Eventos Extremos de FIU (Florida International University).