Así como en la década de 1980 los microchips le dieron a Washington la oportunidad de amenazar a Moscú con misiles balísticos, hoy los semiconductores son la herramienta que decidirá quién está ganando la Guerra Fría que comienza en el siglo XXI. Hoy, tanto China como EE. UU. se han puesto a la tarea de desarrollar nuevos y más potentes semiconductores. Se trata de crear circuitos integrados de nanómetros de longitud, es decir, la millonésima parte de un milímetro, de forma automatizada y masiva en fábricas más asépticas que una sala de cirugía y a un costo exorbitante. ¿Por qué invertir en algo tan pequeño? Porque los semiconductores son necesarios para la investigación de la inteligencia artificial, la computación cuántica, el desarrollo y aplicación de la red 5G y el internet de las cosas. Parece ciencia ficción, pero son tecnologías que veremos aparecer en este siglo y que tanto China como EE. UU. necesitan.
La búsqueda china Tras el inicio de la pandemia de la covid-19, algunos países optaron por adquirir cámaras de vigilancia termales. Lo que en Occidente es un exotismo propio de tiempos de crisis, para el régimen chino representa una herramienta vital que garantiza su existencia. Un ejemplo de ello es la forma en cómo el régimen ha respondido a las manifestaciones de Hong Kong, que nos muestra la punta del iceberg de una sociedad en la que todo es visto y medido a través del big data. Esto no es nuevo, pero, cómo lo analizamos en nuestro Newsletter, resulta altamente caro; solo a través de la inteligencia artificial, el sistema centralizado chino podrá hacerlo sostenible y, de paso, reducir los costos de transacción que le acarrea esta centralización. Sin embargo, el mayor reto frente a EE. UU. ha sido la expansión del 5G de Huawei a través de Europa, que emplea tecnología con licencias de empresas estadounidenses, lo que nos lleva a la guerra comercial del último cuatrienio.
Desde su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump ha aumentado los aranceles de productos chinos y las restricciones para el uso de propiedad intelectual —esto incluye procesadores y semiconductores—. Las trabas de EE. UU. frente a este punto se complementan con una reducción en la dependencia de China y su mano de obra. Lea también: El ascenso del oro en un mundo sin confianza Además, existe un interés en EE. UU. por incrementar la investigación en la producción de nuevos semiconductores. El pasado mayo se conoció que la Asociación de la Industria de Semiconductores, que reúne empresas como Intel e IBM, busca una financiación de US$37 billones en subsidios para construir una nueva fábrica de semiconductores en suelo estadounidense. Para entender la importancia de esta cifra, debemos tener en cuenta que la NASA solicitó un presupuesto de US$25.2 billones para su funcionamiento en 2021. Este es solo un episodio que revela el tono que tendrá la Guerra Fría de este siglo. De la anterior, la del siglo XX, como lo menciona el exdiplomático Kishore Mahbubani en su libro ¿China ha ganado?, el país de Xi Jinping aprendió que la Unión Soviética era “rígida, inflexible y doctrinaria”. Una forma de no cometer esos errores y agendarse un lugar en el liderazgo mundial es a través de la tecnología, algo que China siempre ha tenido en su ADN.