Estoy terminando Las 48 Leyes del Poder de Robert Greene, un clásico sobre el ejercicio del poder a través de la historia. En su libro, espectacular por donde se le tome, el autor recrea y ejemplifica uno de los más claros instintos del ser humano, y expone con detalles y lleno de anécdotas históricas la forma en cómo construir con paciencia el arte de gobernar en un mundo en que resulta peligroso demostrar demasiadas ansias de poder o actuar abiertamente para conseguirlo. Lo más interesante del libro, sin embargo, no son sus enseñanzas sobre cómo llegar al poder, sino en cómo administrarlo una vez se llega a él y tenemos que combatir con inteligencia a esa gran cantidad de aduladores y cortesanos sutiles a la hora de querer ganar el favor de sus líderes, al tiempo que debemos ejercer con tino e inteligencia a los gobernados ávidos de dirección a pesar de sus carencias y de sus constantes demostraciones de independencia y rebeldía. Aunque suene irónico, una de mis conclusiones frente a Greene es que el ejercicio del poder, tanto en el ámbito público como privado, se ha vuelto más complejo. El poder, antes, era casi que exclusivamente el ejercicio de la fuerza, lo que hacía que bastara con construir un halo de temor a la vez que se administraban carencias para detentarlo. En lo privado, el sentimiento no era muy diferente. La carencia de oportunidades laborales era el insumo del que se nutrían lo líderes para ejercer un poder las más de las veces bárbaro y primitivo. Le puede interesar: Si das cacahuetes vendrán monos Era más bien la defensa de su entorno directo lo que hacía más complejo manejar el poder. La construcción de una estructura de burócratas y mandos medios dedicados a manejar la información, y a co administar el poder regulando la información que se le entrega al líder, dosificándola con precisión para hacerse imprescindibles, y apareciendo en los momentos críticos con la opinión adecuada para ganarse los favores del gobernante. Nada de esto ha cambiado a lo largo de la historia. Tal vez se hace cada vez más evidente en la medida en que casi todo hoy es público, pero a pesar de los milenios de evolución, en cuanto se trata de la psicología humana poco o nada hemos evolucionado como especie y seguimos siendo una tribu en general egoísta en donde cada cual cuida su entorno y piensa casi en exclusivo en su propio beneficio. El problema de ejercer el poder hoy es que la información y los medios han permitido que nos sintamos ciudadanos de un mundo pequeño en donde tenemos la capacidad de comparar el prado del vecino y pensar que tenemos el derecho a exigir los mismos derechos cuando todavía no hemos llegado a la adultez y seguimos siendo una parranda de adolescentes inexpertos y consentidos que retamos la autoridad por derecho propio. Colombia, en mi humilde opinión, es un país adolescente, lleno de habitantes que no ejercen su ciudadanía, y que han encontrado en la irreverencia, el irrespeto y el consentimiento su mejor forma de manipular un sistema en donde sus padres frecuentemente se desautorizan y mientras uno ejerce el poder y castiga, el otro se mete a su cuarto a consentirlos. Como en cualquier familia, Colombia necesita primero, ponerse de acuerdo en ese marco de valores que queremos construir, y que son tan relevantes para nuestro éxito y felicidad futura, que deben ejercerse sin duda, con vehemencia, sin temblarnos la voz, no importa las consecuencias temporales y lo impopular que resulte acudir al orden y al castigo como medida para evitar que se repitan los comportamientos indeseados. Le sugerimos: La fuerza de los lazos débiles en el cambio de empleo El dialogo es una herramienta eficaz para construir sociedades mejores y para educar ciudadanos conscientes, o empleados comprometidos con una visión. Pero es responsabilidad del líder, no sólo validar una visión de futuro conjunta en la que todos creamos, sino edificarla sobre un marco de valores que, por ser superiores en cualquier ordenamiento, son inviolables y la consecuencia de su irrespeto debe ser inmediata y ejemplarizante. En Colombia nos acostumbramos a que a Gobernante que llega se le mide el aceite. Los transportadores, los indígenas, los educadores, etc, etc etc, todos en cascada deciden hacer el berrinche de turno, siempre detrás de un rédito individual sin pensar nunca en el interés colectivo y poniéndose de gorro a un país entero que observa impávido como el niño demanda los cariños de sus padres después de haberse pegado una borrachera histórica. Es imposible construir cultura, una de adultos responsables, sin un marco de valores como el orden, la justicia, el respeto por el otro y defensa del interés colectivo por encima del individual, sin el ejercicio de un poder firme que generalmente es impopular, pero es absolutamente necesario. No hablo de violencia, hablo de ser absolutamente intolerante frente a la violación de los valores fundamentales sobre los cuales se edifica una sociedad con futuro. Para aprender a madurar y ganarnos el derecho a estar en la mesa de los grandes, tenemos que arrancar por respetar algunas normas lógicas de convivencia superiores a nosotros mismos. Lea también: ADN de las Juntas Directivas Modernas