Claramente hay niveles de riesgo en la vida, en el trabajo, en el deporte, en diferentes áreas de la movilización humana. Pero creo que el riesgo en general gusta poco y a la mayoría, al menos corporativamente, le gusta más verlo de lejos, cuando se vive con algo de curiosa permisividad las consecuencias ajenas. Estuve pensando esta semana en los casos extremos que en los negocios o en la vida corporativa hacen que unos se quedeb en la eterna ambigüedad para no decidir mientras otros se meten, se arriesgan y al menos se la gozan en la infinita posibilidad de perder, pero también en el exquisito placer de ganar. Lea también: La infidelidad desde lo correcto Asumir riesgos da oportunidades para crecer, para ganar más, quizás también para perder, pero sobre todo aprender. Conozco seres enormes que se han arriesgado varias veces a lo mismo buscando que por fin aparezca el anhelado resultado. Valientes guerreros que viven la vida como quieren. Comprometerse de manera estratégica con el riesgo tiene grandes implicaciones. Hay quienes se arriesgan sin saberlo, y eso para esta reflexión no es válido. Casarse es un riesgo. Cambiar de empleo es un riesgo. Viajar en carretera es un riesgo e incluso hablar en una reunión, cuando nadie quiere escuchar la verdad, termina siendo un poco suicida. ¿Cómo encontrar entonces, una justa medida, donde se puedan tomar decisiones con el fabuloso riesgo controlado? Justamente se trata de saber entender el contexto, pero también es bien cierto que podemos equivocarnos por algunas razones, como la sobreconfianza en sí mismo (ego de sobra), el optimismo poco realista y la tendencia a tomar decisiones en automático, sin análisis. También le puede interesar: Emprendiendo o reinventando La verdad es que a mí me gusta el riesgo. He hecho cosas bien diferentes a lo que harían los seres promedio y aunque son muchas las oportunidades en que ha salido muy bien, también puedo decir que me he estrellado de nariz contra el piso y la levantada ha sido dura. Hay cosas que definitivamente desde el liderazgo y la autogestión debemos evitar y potenciar para tomar riesgos de manera mas acertada, teniendo en cuenta que esa asertividad es relativa porque cada uno tiene su propia creencia sobre el riesgo y cómo asumirlo. En estos tiempos, donde salir a la calle ya es un riesgo, hago una reflexión de hasta dónde podemos tener en cuenta algunas variables para no ser ambiguos, ni tibios, ante las definiciones. Evitemos la inmovilización automática, esta tendencia a dar vueltas sobre una decisión, preguntando a muchos, esperando a no se qué (muchas veces he escuchado la respuesta ante una situación grave “esperar a ver”). Si la decisión está en nuestras manos, hay que tomarla. También hay que evitar la comodidad orgánica, esto es que cualquier posibilidad de desacomodarme me molesta, la evado y al final no decido. Por último, creo muy importante evitar el culto al ego donde tomo los riesgos sin ningún sentido ecológico, es decir, sin medir las implicaciones que puede tener para otros. Tampoco está bien decidir que los riesgos los tomen los demás, una buena base de responsabilidad con los demás siempre cae bien a los equipos y en general a la humanidad. Asumir riesgo y asumirlos bien es un placer de la vida. La adrenalina de saber que se puede fallar, pero también de que se puede ganar es demasiado emocionante para perderla. Asumir riesgo en compañía resulta mucho mas emocionante que tomarlo solos. El riesgo debería ser parte inherente de los líderes, siento que de valientes es arriesgar y de aquellos que viven con intensidad. El que se enamora sin asumir riesgos no sabe si en realidad se enamoró. No lo digo yo. “Ten en cuenta que el gran amor y los grandes logros requieren grandes riesgos”. (Dalai Lama) Lea también: Tienes el micrófono apagado