Samuel decidió que no quería ver tantas noticias. Se cansó quizás de no entender la inconsistencia de lo que ve a diario. Tiene 14 años y quiere entender un mundo donde incluso los animales tengan amor. Pero es que aquí "falta el amor entre nosotros mismos", le dijo su mamá hace poco. Es un chico que mira más allá de los juegos de moda. Dedica su tiempo también a entender el mundo, a tratar de no creer en esta nueva tendencia apocalíptica de algunos que, buscando seguro algunas respuestas del sinsentido, decidieron afirmar que el mundo se va a acabar. - Creo que se está acabando hace rato -, le dijo su mamá que trabaja escribiendo libros infantiles. -¿Por qué pasó esto de George Floyd, mamá? ¿Cómo se atreve un policía a clavarle la rodilla durante casi nueve minutos y al final ahogarlo? - La mamá lo mira con esos ojos que pretenden proteger de la verdad a las almas más sensibles, pero con la tristeza de saber que no puede mentirle. - No lo sé Samy, solo creo que el ser humano puede ser muy malo. Lea también: La levedad del ser La tía Mercedes, que es bastante radical, entra a la conversación, mientras Samuel trata de poner en negro su perfil y su historia de Instagram para mostrar que no está de acuerdo con semejante acto de violencia. - Pero, ¿qué te pasa Samuel, no te duelen los muertos en Colombia? Es el colmo que te importe más un negro de Minneapolis que lo que pasa en tu país. Samuel lo pensó y se sintió mal por poner su foto black en muestra de rechazo. Luego su padre le dijo que no se sintiera mal, que al final el racismo y la xenofobia iban a acabar el mundo. -O sea, el apocalipsis es cierto y este virus, más las langostas sí nos van a matar y lo merecemos-, pensó hacia adentro. Le gustan los influencers, así que decidió darse una vuelta por las noticias más simpáticas. No encontró mucho. Vió a Daniel Samper tratando de defender y hacer visible a una líder social, Juana Ruiz, quien ha trabajado por la población de Mampuján y tiene amenazas de muerte. Pensó que era horrible y sintió un dolor en el pecho, que tal vez no lo dejó respirar, de nuevo pensó en Floyd y ahora en Juana. Samy se comió un brownie  de su hermanito menor y escuchó como él le preguntaba a su tía Mercedes por qué mataban a líderes sociales. La tía solo decía que seguro estarían metidos en algo raro porque a nadie lo matan gratis. Le recomendamos: Sobredosis Samuel no entendía por qué una muerte importa y otra no. Tampoco lograba comprender por qué parecía que a ninguno de sus amigos el tema les tocaba. Tuvo clase virtual de sociales y su profesor Jorgito, un personaje que lee y al que le gusta investigar, le respondió que la violencia en Colombia llevaba años. Y que fueron 555 líderes los que murieron entre 2016 y 2019. - ¿Cuántos mataron el año pasado? -250, Samy-, dijo Jorgito.  Se fue al jardín de su casa y seguía sintiendo que le dolía el pecho. Volvió a pensar en Floyd, en los 555 líderes asesinados, en su abuelito que murió hace un año enfermo.  Samuel es casi un niño. Quiere ayudar a perritos desvalidos y hacer una fundación que logre acoger con ternura seres tiernos e indefensos que viven en la calle. Sueña con que las calles de su ciudad no tengan perros callejeros, como leyó que ocurría en algunos países de Europa. Pero ahora, Samy no sabe qué pensar. Es un líder de corazón y un alma buena a la que aún le duelen las cosas que le pasan a los demás en un mundo injusto y salvaje. Piensa que, como decía su abuelo, los líderes están hechos para tocar corazones, pero no ve esos líderes.   ¿Qué le estamos enseñando a Samuel y a su generación? Basándonos en la completa estupidez de que toda opinión es respetable, dejamos que el racismo, la xenofobia, la misoginia, el egocentrismo político y el radicalismo formen a la generación que va a manejar el mundo en unos años. Falta ver si los dejamos pensar y si les dejamos mundo. Le puede interesar: A abrir los ojos