No es un secreto para nadie que las matrículas han bajado y la deserción ha aumentado en la mayoría de pregrados y de universidades. Todas buscan nuevas ideas para ofrecer la sagrada educación y cada vez se atreven a hablar más abiertamente del negocio detrás del conocimiento –que no es ningún pecado, salvo para aquellos que ponen el dinero por sobre la calidad de la formación–. El eLearning nació bajo la letra escarlata de ser una ‘mala educación’ y en nuestras latitudes poco a poco ha venido entendiéndose que tener una certificación de un programa virtual puede representar mucho más que ‘el cursito de inglés online’ –desafortunadamente no siempre, y siguen apareciendo millones de ofertas mal llamadas educativas, en las que tal vez se tenga conocimiento sobre una temática, pero poco de pedagogía y didáctica para motivar el aprendizaje–.

Pero la competencia no siempre viene de la fuente que parece más obvia y resulta ser que para la educación el reto ahora es luchar los mercados de divisas. Desde hace un tiempo se escuchan rumores en los pasillos de los claustros: ¿para qué pagar los millones que suman diez semestres de matrículas si con unas cuantas buenas transacciones se podría triplicar esta cantidad? El sueño de la bolsa ha tocado las aulas. En días pasados, en medio de una sesión de clase escuché, entre risas, como los estudiantes respondían con desparpajo: “Si no pasamos, siempre está Forex”. El término me sorprendió en medio de una clase de comunicación y la curiosidad creció a medida que empecé a prestar atención a los anuncios que salían en pantalla durante un ejercicio de análisis de tendencias digitales.  Vestido de líneas vibrantes y una aparente simpleza en su ejecución, Forex, el mercado de intercambio de divisas, se ha venido posicionando como una opción viable e incluso pertinente entre los universitarios de todas las carreras.

Comprar una moneda con proyección al alza, esperar horas o días a que suba, venderla a tiempo y obtener rentabilidades no parece tener mayor ciencia. Por supuesto, no todo lo que brilla es oro y así como no es fácil entrar al mercado, tampoco lo es salir a tiempo. El negocio de Forex es el riesgo mientras que el de la educación formal es el de la rentabilidad basada en lo seguro. No es una sorpresa que los jóvenes se sienten tan atraídos por el mercado de divisas. El perfil básico de un corredor de bolsa está asociado a su capacidad de interpretar información permanentemente cambiante y responder a los estímulos en tiempo real, buscando tomar decisiones que protejan sus intereses. Este es también el perfil de un videojugador; tal vez por eso muchos de los eDeportistas profesionales, al terminar sus carreras, se aventuran como corredores. Sin miedo a perder, confiados de su capacidad en digital y altamente influenciados por la publicidad, nuestros jóvenes creen válido el debate entre la formación profesional y Forex. Muchos entran, muchos pierden. Según los investigadores del tema, el 90 % de quienes entran a Forex, salen al poco tiempo con pérdidas en su balance. Pero los anuncios son atractivos y garantizan altas rentabilidades a cambio de pasar varias horas frente a una pantalla identificando variaciones en una línea. “Eso lo hace cualquiera”, me dijo un estudiante que estaba pensando en invertir.

A favor de Forex diré que representa lo democrático que puede ser lo digital: dinero al alcance de todos aquellos que tengan la capacidad para obtenerlo. En contra de las universidades diré que están perdiendo la batalla por no adaptar el valor que tienen para ofrecer a las necesidades del mercado actual. Tal vez a todo nos convenga un poco ambas, pero probablemente la respuesta más obvia será más cursos de Forex.