No es este gobierno, son todos. Por eso hablo del Estado y no del gobierno. Mientras varios millones de declarantes se alistan para pagar impuestos, el Estado colombiano es un campeón en ineficiencia. En medio de la vital obligación que tenemos al pagar impuestos, es difícil olvidar la profunda frustración de ver la retribución del Estado con confusiones, discursos y tantas entidades públicas en pleno engorde. Hay entidades interesadas en visibilidad; aparecen historias de personajes que usan tarjetas de crédito corporativas del Estado en compras estrambóticas y, por otro lado, domina la mentalidad jurídica que no respeta mucho las resmas de papel que a diario se llenan con mala ortografía antes de su ceremonial sacrificio.
En el edificio de la IRS, el equivalente de la Dian en EE.UU, está grabada esta poderosa frase: “Los impuestos son lo que pagamos por una sociedad civilizada”. Su fuerza es incontestable, pero su nostalgia toca nuestras confusiones sobre la sociedad en la que, literalmente, pasamos por encima de otros en grandes Toyotas que podrían ser más pequeñas y frugales para la función que desempeñan. En esta historia, una entidad que ha buscado transformarse es la misma Dian. Al fin y al cabo, tiene que cumplir con la compleja misión de recaudar. La Dian es uno de los pocos bastiones técnicos que quedan en el Estado colombiano, y eso es absolutamente vital. Así haya imperfecciones en sus sistemas, está cumpliendo la función esencial de garantizarle el ingreso que el Estado debe reinvertir. El problema no está ahí.
Mientras tanto, hay otras entidades públicas solo sirven para opinar, ir a foros, “generar impacto” artificial, pelearse por quién aparece mejor en los rankings, entre otros. Quizá logren cumplirle los sueños a brillantes marketeros que idean buenas campañas publicitarias, pero una entidad pública no está hecha para engrandecer personas, sino la sociedad que la creó. Quizá tengamos que abrir los ojos y no preocuparnos solo por los gobiernos de turno, sino por el Estado de siempre. Mientras pagamos impuestos por esta época, resulta extraño pensar que de nuestros tributos el Estado debe recompensar a delincuentes que aún guardan el fuero de congresistas, mientras posan con fusiles que supuestamente se habían entregado. La frustración de pagar impuestos en Colombia jamás deberá ser un argumento para no tributar al pie de la letra. Al revés, si somos juiciosos pagando impuestos, como debe ser, nos toca recalcar el derecho a exigir la productividad de las inversiones en pro de más innovación, educación y cambios de mentalidad. Es urgente invertir más en ciencia, educación, tecnología y transformación productiva a través de mejores proyectos de infraestructura. Mientras nos siga dominando la ‘cultura del tinterillo’ y la obsesión por la visibilidad, nuestros impuestos se esfumarán, ni siquiera en corrupción, sino en algo más silencioso y venenoso: la ineficiencia estructural. Hoy todo cabe bajo la sombrilla de la corrupción, porque se volvió un arma interesante en ataques políticos, más allá de los casos reales de corrupción pura y perversa. Dicho discurso sirve más para conseguir votos que para luchar contra la verdadera corrupción. Para acabar con ese flagelo se necesita ciencia, transacciones en blockchain, control en tiempo real de trámites automatizados, menos interacción con funcionarios, pero no grandes foros en donde todo el mundo dice que está mal. Ya sabemos que lo está. La pregunta, como siempre, es cómo resolver el problema de fondo y ahí es donde entra la eficiencia estatal basada en tecnología. Ojalá nuestros impuestos se usen en las inversiones productivas que atacan estos problemas, no en tanto bombo y platillo superficial.
Entonces, si estamos frustrados, paguemos impuestos exigiendo que se cumpla con lo que cuesta tener una sociedad civilizada.