Era el año 1902 en Hanoi, Vietnam. Michael Vann nos cuenta que la administración colonial francesa estaba preocupada por la presencia desbordada de ratas. Aparecían por todas partes, esparcían la plaga y daban asco. No había flautista de Hamelín que valiera para encantarlas a punta de música y llevárselas lejos. El gobierno colonial llegó entonces a una (aparentemente) brillante conclusión: paguémosle a la población por cada roedor ejecutado. Como prueba, se solicitaba presentar la cola de cada rata. Hasta ahí, todo en orden, o no. La población encontró una mejor idea, cortar la cola de las ratas capturadas, presentarla para recibir la recompensa y empezar a montar criaderos. Así les pagarían más dinero sin tener que matar a los roedores, que podrían llevar a “producir” más colas. El rat farming, en palabras de G. H. Volden, se volvió popular, pero el problema original aumentó. La población de ratas se disparó. He ahí un ejemplo de la tragedia de los incentivos perversos. Hablemos entonces de un país que difícilmente entiende que tiene incentivos perversos, o digamos, incentivos al revés, sin que exista una preocupación seria por ello. Hablemos de incentivos al revés Hace unas semanas tuve la oportunidad de participar en un nuevo e innovador pódcast llamado el #NostraCast, de dos anfitriones brillantes y enérgicos, de esos que tanto hacen falta en una sociedad que requiere de debates profundos y sin tapujos. Hablamos, entre otros, del problema de los incentivos. Dado que recibí varias preguntas sobre el tema luego de que se publicara el pódcast, quisiera ilustrar aquí el problema. Primero haré una claridad rápida sobre los incentivos y luego daré unos ejemplos para reflexionar. Lea también: Virgin realiza el primer viaje con pasajeros en un Hyperloop El tema de los incentivos se ha trabajado fuertemente en temas corporativos (e.g. laborales), pensando en el efecto que habría si se premia a los trabajadores en función de su rendimiento. Pero el tema va mucho más allá. En los noventa, Jean Tirole lo extendió al sector público, estudiando, por ejemplo, las ambiciones que tienen servidores públicos de figurar, en pro de sus carreras personales. Esto conlleva al riesgo de manipular la información para favorecer a grupos específicos. Hay varios resultados curiosos en la literatura teórica y experimental, sea del sector público o privado. Por ejemplo, Ariely et al. (2009) y Bannier & Feess (2010) muestran que cuanto más se paga por resultados a los hot shots de los grandes cargos, peor es el rendimiento. Ahora hablemos de los incentivos perversos, que podemos definir como estímulos que llevan a resultados socialmente contraproducentes, distintos a lo proyectado inicialmente, como en el caso de las ratas en 1902. El caldo de cultivo y algunos ejemplos macabros Latinoamérica es un caldo de cultivo de una silenciosa y macabra arquitectura de incentivos perversos. El día que a) los entendamos y b) los transformemos o modifiquemos, podrá tomarse una senda de desarrollo socioeconómico y ojalá de reconciliación real, no como la que se ha vendido con tantos globos de aire caliente. Empecemos a hacer una lista de los incentivos perversos, una lista que ustedes, amables lectores, pueden extender y debatir con sus allegados. Pregúntense, sobre todo, cómo los afecta indirecta o directamente esta arquitectura de incentivos perversos, fielmente protegidos por entramados de narrativas. La intención noble es la difusión. Sin embargo, se incentiva el cortoplacismo y la inutilidad de las políticas públicas al permitir (y premiar) a los gobernantes por hacerse publicidad a sí mismos, beneficiándose en el mediano plazo de su reconocimiento marcario en futuras elecciones. La visibilidad no es gratis. Ejemplo: se dilapida dinero público en usar marcas de gobierno o enviar mails que no dicen “Gobierno X” sino “Mandatario X”. El efecto de la recordación se fortalece y funge como una inversión diferida en una campaña política futura. La intención noble es un marco regulatorio equitativo. No obstante, se incentiva el legalismo desproporcionado, premiando a distintos actores por entorpecer el progreso económico y permitiendo que algunos de ellos capturen rentas por emitir conceptos, hacer asesorías legales y generar espirarles de trabas burocráticas que aumentan la incertidumbre al frenar iniciativas productivas. Ejemplo: el proyecto que busca constitucionalizar el derecho mercantil. La intención noble es generar empleo. A pesar de ello, se incentiva la creación inútil de cargos públicos de corto plazo con el efecto (¿no deseado?) de volver menos competitivas a las personas y el efecto (deseado) de generar fuerzas electorales futuras. Ejemplo: la propuesta reciente de crear empleos públicos para combatir la crisis. La intención noble es la transparencia y la lucha anticorrupción. De eso nada. Se incentivan los falsos positivos burocráticos al no hacerse nada al respecto de múltiples y excesivos órganos de control politizados que van escogiendo casos por visibilidad mediática, apuestas políticas, y no necesariamente por el bien de la transparencia. Ejemplo: las ías pidiendo más presupuesto amparándose en la intocable narrativa de la corrupción, para poder contratar más gente y tener más presión de “generar resultados”, perpetuando su discurso sin hacer nada científicamente relevante contra la corrupción. La intención noble es defender al consumidor y al trabajador. Pese a ello, se incentiva el uso de herramientas legales para hundir emprendimientos y empresas innovadoras. Ejemplo: competidores aprovechan los mecanismos de quejas para que empresas pequeñas sean borradas del mercado al no tener cómo pagar abogados en procesos, o se denuncia a empresas grandes bajo grandes principios (ver problema de las plataformas) para desincentivar su presencia en el país (ver caso de partida de Uber Eats). La intención noble es inspirar. Sin embargo, se incentiva la difusión digital de imprecisiones (cf. algunos influencers de la política) con bombos y platillos, repartiendo interpretaciones falaces de la economía. Ejemplo: el mensaje reciente que sugiere que la deflación es no tener comida. La intención noble es controlar la gestión pública desde otras ramas del poder y la prensa. No obstante, se incentivan el incrementalismo y la mediocridad en la gestión pública al espantar a personas innovadoras, dado el riesgo que supone llevar las transformaciones al sector público, desplazando a los menos valientes al sector privado. Ejemplo: ver el ridículo drama que se creó cuando inició el programa de Ingreso Solidario, con múltiples acusaciones infundadas contra el DNP, que hizo historia.
Lea también: Cancillería evalúa restricciones de ingreso de viajeros de 7 países Recomiendo ampliar y debatir esta muestra de la arquitectura de los incentivos perversos que frenan el desarrollo del país. Resolver esto traerá más progreso que 200 años de fake news.