Visité la Ciudad de la Mitad del Mundo, ubicada a las afueras de Quito (Ecuador). Bellísimos paisajes, experimentos con huevos en punto de equilibrio y muy poco de ciudad. De regreso era inevitable pensar, justamente, en la mitad del mundo, aquella que hoy no está conectada, aquella que hoy no tiene acceso efectivo al agua potable o aquella para la cual el problema no es de Internet sino de hambre. Según cifras de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones (UIT), organismo de las Naciones Unidas dedicado a generar lineamientos globales para el sector, el 50.9% de los hombres y el 44.9% de las mujeres del mundo estamos conectados – lo que equivale a decir que ‘solo’ la mitad de la población cuenta con acceso a Internet, o que hay 3.608 millones de personas que no conocen la web –. En esta mitad del mundo la conectividad se da por hecho, encendemos el computador o tomamos el dispositivo móvil y ahí está; percibimos su ausencia cuando falla el router o cuando nos quedamos sin cobertura, pero con ‘reiniciar’ todo parece resolverse. Nos estamos olvidando de la otra mitad y, sin prestar mayor atención al lenguaje, lanzamos propuestas de progreso mundial basadas en el acceso a Internet. Si bien los problemas del desarrollo son complejos y se ha identificado que uno de los mayores factores de cambio para las sociedades está en la educación de la población; y si bien las posibilidades de masificar el acceso y circulación del conocimiento aumentan gracias a Internet, hasta aquí solo estamos pensando en una de las mitades. La respuesta más obvia está en conectarnos a todos. Por supuesto, esta es una de las metas más ambiciosas que justamente la UIT promueve a nivel global, alineando a gobiernos y operadores, para lograr generar unas dinámicas no solo sociales sino de mercado, que hagan posible y rentable el alcanzar a las poblaciones más alejadas. ¿Y mientras tanto? La brecha seguirá creciendo y lo preocupante es que ya no se limita a la conectividad, sino que ahora también es de competitividad. ¿Ha considerado si usted y su equipo de trabajo cuentan con las competencias necesarias para abordar los desafíos de un mundo hiperdigitalizado? Entre sonrisas cualquier colega de cuarenta años cuenta el caso de la abuela o la tía que aprendió a enviar mensajes a través de Whatsapp y ahora no para de enviar memes, pero los millennials también nos reímos de los primeros por su incapacidad para convertir un archivo de PDF a su formato original. La brecha existe y cada vez será mayor, porque ya no se trata de cables sino de comprensión del contexto y de habilidades para afrontarlo – solo tenga presente que nuestro sistema educativo apenas está dando pasos para despegarse de lo memorístico y generar verdaderas reflexiones –. Volviendo a la línea del Ecuador, a unos cuantos grados del 00°00’00”, aparece en la distancia una población cuyo atractivo es habitar dentro del cráter de un volcán inactivo; desafiante e incluso atemorizante reto que un pequeño grupo de campesinos ha asumido. Su ventaja es la capacidad de adaptación. No habiendo posibilidad de vencer a las fuerzas de la naturaleza, ellos decidieron cambiar de hemisferio (geográfico y mental), para ver que las azufradas tierras resultan ser altamente productivas. Esa mitad del mundo se adapta a las condiciones, se hace maleable al cambio y sin desconocer sus propios saberes, reconoce y aprovecha el potencial que le brinda su entorno. ¿Qué tanto se adapta usted o su equipo de trabajo ante los cambios? Una frase con la que suelo cerrar mis charlas se refiere a que lo complejo de las revoluciones no son los cambios que derivan sino la velocidad con que se dan. Justamente, en esta cuarta revolución industrial, la velocidad nos abre tantas puertas como nos las cierra, y algunos todavía no logramos seguir el rimo. Las brechas han existido desde siempre y el acceso a Internet, como herramienta de masificación por excelencia, no ha hecho nada distinto a evidenciar su amplitud. Los conectados y los no conectados, los hombres y las mujeres en línea, los móviles y los fijos… Al final la cuestión no es de quiénes ni de cómos, sino de paraqués. Nosotros podemos ser ‘esa otra mitad’, la que enfrenta los desafíos de la sociedad digital aruñando las tierras que podrían ser fértiles, o la que, desde su poca o mucha capacidad, genera oportunidades para mejorar las condiciones de todos; lo mejor es que tenemos la capacidad de decidir en qué mitad quedarnos.