La visión del Dios de Calvino exigía no solo buenas acciones sino una vida uniforme y constante de buenas acciones, ajena al ciclo propio de la ética católica del pecado, arrepentimiento y perdón para reiniciar en el pecado, en un círculo interminable.Pocos sin fanatismos aceptarán que esa visión de la ética explique porqué ocho de los diez países con menos niveles de corrupción sean predominantemente protestantes y cinco de los más corruptos lo sean católicos, pero es una realidad.Este, sin embargo, no es un factor que implique que la suerte de las naciones esté predestinada por su cultura religiosa, pues naciones como Singapur demuestran que culturas y credos diversos pueden convivir en un ambiente de ética y legalidad estricto, pero es un elemento para reflexionar sobre la orientación de los pueblos y cómo la ética de una sociedad determina su desarrollo.Lea también: Verdades de abogadosEsta reflexión no es aislada ni novedosa. En El Subdesarrollo es un Estado Mental, Lawrence Harrison argüía que la explicación del desarrollo residía en causas internas de la sociedad y no en factores o actores externos; y cómo la causa del bienestar puede residir en potenciar el talento de los ciudadanos.Sin embargo, una ética social que impida un trato justo de los demás y reconocer a todos el mismo derecho a desarrollar su potencial, impedirá sin contemplaciones el desarrollo colectivo.Lamentablemente Latinoamérica, y sin duda nuestro país, han demostrado que las bonanzas económicas no se quedan ni generan igualdad o desarrollo social pues existen en nuestros valores sociales generalizados, viejos paradigmas y taras que hoy desconocemos como tales, pero que nos impiden dejar de ser lo que somos.Empecemos por la tara del machismo y en general la discriminación de género o raza. Qué pasa cuando una sociedad condena a ciertos grupos al segundo plano y les impide no solo educarse sino producir en las mismas condiciones, cuánto pierde si depende fundamentalmente del trabajo de quienes discriminan y se desperdicia el potencial de una mayoría sustancial de la población por su genero o raza.Lea también: ¿Quién le teme a Donald?Otra tara son los sentimientos de privilegio que heredamos de las tradiciones hispánicas y que perduran al sur del Rio Bravo. Si solo una parte de la población por su sangre o riqueza tiene derecho a la educación o al poder, se pierde el potencial del resto de la población para generar riqueza y desarrollo, pero más lamentable es que si esos son los parámetros, se asegura que no sean los más talentosos quienes dirijan a la sociedad y los gobiernos.Esta tara ha sido causa de uno de los fenómenos que más han impactado nuestra sociedad en la historia reciente: el narcotráfico. El modelo del narco es el de un pobre hombre sin privilegios, un arribista que logró el acceso al poder económico y político a través del crimen, que no hubiera logrado de otro modo por su extracción social. Un igualado, como dirían algunos, que representó (y seguramente aún representa) todo un modelo a seguir entre los muchos jóvenes sin privilegios que justificada o injustificadamente, vieron en el negocio la única salida de la casta a la que pertenecían.Dicha tara lleva a otra aún peor: la mediocridad se valora y el talento se persigue. En general, resulta mejor negocio hacer las cosas al revés y por los lados, pues evita los formalismos burocráticos, pagar impuestos, reconocer la propiedad de terceros. Qué sentido tiene la inventiva y la creatividad si todo se piratea y prevalece la informalidad.Una cultura que no admira al que ha hecho fortuna honesta y limpiamente, sino que condena al rico y lo estigmatiza como un explotador, no solo impide que sea un modelo a seguir sino que asegura que quienes adquieran riqueza estén justificados para ser explotadores de verdad.Lea también: ¿Realmente vamos tan mal?La lista puede seguir, pero basta con ella para entender el momento histórico que vive Colombia.¿Debemos ser entonces negativos sobre nuestro futuro? No. Depende de si somos capaces de reconocer lo que somos, si estamos dispuestos a superarnos, si podemos educar a nuestro pueblo en el derecho a desarrollar su potencial. El derecho a perseguir la felicidad.Lea también: ¿Y el turno de la coca?