El 6 de marzo Colombia confirmó su primer caso de Coronavirus, desde ese momento todo cambió. Desde entonces, más de 75 colombianos han dado positivo por el virus generando zozobra y preocupación entre la población. A nivel global, los mercados bursátiles han presentado enormes caídas obligando a los bancos centrales a tomar medidas contundentes para detener la avalancha. A pesar de estos esfuerzos, la política monetaria no podrá, en solitario, corregir el descalabro económico que está a punto de suceder. Ya se sienten los efectos de la caída de demanda a nivel global. Si bien el precio del dólar puede ayudar a ciertos exportadores, la gran mayoría de ellos también han visto reducida la demanda de los consumidores.
Evidentemente lo urgente y necesario es atender la emergencia sanitaria. No es claro aún cuál será el impacto de las medidas que ha tomado el gobierno nacional al igual que las autoridades locales y departamentales sobre la propagación del virus. Tampoco es claro el alcance de los daños económicos que puedan tener medidas aún más estrictas, como los toques de queda locales, sobre el comercio y la economía nacional a largo plazo. Lo claro es que luego de que pase la tempestad, e incluso durante la tempestad, el gobierno y el sector privado tendrán que arremangarse la camisa y trabajar para sacar adelante la economía. Como primera medida el gobierno tendrá que desechar o modificar contundentemente la regla fiscal. Si bien el endeudamiento del país conforme al PIB se encuentra en niveles proyectados de 53%, según el FMI el promedio de endeudamiento sobre el PIB es superior al 80% (siendo de casi 100% en países desarrollados, mientras las economías emergentes tienen perfiles de deuda más austeros cerca del 50%). La crisis puede dar la oportunidad a Colombia de dar el salto y endeudarse a niveles de país desarrollado. A través de un ambicioso programa de estímulo fiscal financiado por deuda en dólares, el país puede tomar la siguiente medida: lograr un consenso político y económico sobre las inversiones críticas que requiere el país en tres grandes campos: infraestructura, agricultura y energía. En infraestructura el país debe sumirse en un programa de construcción de infraestructura a gran escala que incluya carreteras que comuniquen las zonas rurales con las grandes cerrando brechas. Adicionalmente se debe invertir en nuevos puertos marítimos tanto en el pacífico como en el caribe, un programa de navegabilidad fluvial en la Amazonía y la Orinoquía, y por que no, revivir los proyectos de infraestructura férrea. En agricultura el país deberá no solo dar continuidad a los proyectos PDET que acompaña el gobierno en las Zonas Más Afectadas por el Conflicto, sino también implementar la reforma rural integral que plantea el acuerdo de paz. Lo anterior incluye la tecnificación del campo y la financiación de cadenas de valor para que no se exporte sólo productos primarios, sino escalar en los eslabones de la cadena productiva. Finalmente, en energía el país tiene que virar gradualmente hacia la energía renovable entendiendo que debe aprovechar los recursos existentes – que son rentables aún – para poder financiar la evolución energética del país. La evolución energética significa tomar provecho actual de los recursos que ofrecen las energías no-convencionales y el offshore para financiar inversiones presentes y futuras en energías hídricas, eólicas y solares que aseguren la independencia energética de Colombia a largo plazo.
La tercera medida, y quizás la más difícil de todas, será dejar de pensarse como un país pequeño, en donde las ambiciones políticas y la mezquindad de la oposición condenen al gobierno de turno impidiendo la posibilidad de un cambio a gran escala y se quede en medidas cortas. Esto implicará sacrificios de lado y lado. El partido de gobierno deberá resignarse a implementar el acuerdo de paz firmado con las FARC; por más incómodo que le resulte. Por otro lado, miembros de la oposición deberán entender que para que el país pueda pagar estos créditos deberá echar mano de sus recursos naturales que incluyen los depósitos no-convencionales y la minería a gran escala. Por supuesto, la angustia que nos encontramos viviendo día a día atentos al surgimiento de nuevos casos del virus y a las medidas del gobierno para prevenir su esparcimiento puede hacernos perder perspectiva del largo plazo. Sin embargo, los desafíos y posibilidades que planteará la etapa posterior a la crisis serán enormes. ¿Aprovechará Colombia esta oportunidad?