El 24 de septiembre de 2020, el Ministerio de Comercio se presentó ante el Congreso de la República a rendir balance de los Tratados de Libre Comercio (TLC) con un informe diferente al que dos meses atrás había presentado en cumplimiento de la Ley 1868 de 2017, tramitada por el mismo partido de gobierno. En el nuevo informe, las cifras muestran que en los TLC todo marcha como un relojito. ¿Cómo lo lograron? No llevaron los datos oficiales sino (ojo) unas “estimaciones” basadas en un “modelo gravitacional” “corregido por el ciclo económico” en donde se “aisló el impacto de la pérdida de los términos de intercambio, resultado de la caída de los precios internacionales de los bienes básicos”. En palabras sencillas, el Ministerio de Comercio de Colombia tomó los datos oficiales, los desagregó, ocultó impactos negativos y solo mostró la información de forma tal que los resultados no se vean tan mal. Lea también: Gobierno pagará más de $5.000 millones por subsidios de energía Sectores académicos, centros de pensamiento y organizaciones de la sociedad civil que llevamos años evaluando los impactos negativos de los TLC, descubrimos el intento de engaño y presentamos el balance real, que muestra el fracaso del libre comercio y la irracionalidad del gobierno de Duque al insistir en aprobar nuevos acuerdos, como el de Japón. Los datos oficiales -sin maquillar- muestran que el balance comercial de Colombia con los países con quienes se tiene TLC, entre 2011 y 2019, acumula un déficit por US$41.364 millones; pérdida de riqueza que justamente se explica por la variable que el Ministerio decidió aislar: los términos de intercambio. Con lo que vende afuera, Colombia no es capaz de pagar sus compras externas. Según la información suministrada por esa entidad, en 2005 Colombia exportaba 1102 productos y en 2019 exportaba 1065; 17 acuerdos después ¡Hay menos productos! Pero, sobre todo, se exporta fundamentalmente lo mismo que a comienzos del siglo XX, lo que impide acumular el capital que se necesita para invertirse en los sectores productivos del siglo XXI. Lo grave es que los socios comerciales, los países más competitivos del mundo, sí exportan manufacturas sofisticadas, que el petróleo, carbón, banano y flores no pueden pagar. Los datos (sin aislar variables) del Dane muestran que cada tonelada de exportaciones tradicionales de Colombia vale 10 veces menos que una tonelada de importaciones industriales. El problema es fácil de entender: en 1992, Estados Unidos exportaba vehículos Ford Escort, que a precios de hoy costaría unos US$16.000 la unidad. Pero en estas tres décadas, ese país aprendió a fabricar vehículos de más valor. Ya no solo sigue exportando Ford, sino también Tesla Modelo S, un vehículo autónomo que vale US$140.000 la unidad. En ese mismo periodo, Colombia pasó de vender orquídeas a rosas, con exactamente el mismo valor agregado, sin inteligencia artificial, sin robótica, ni big data, cuyo valor de mercado no ha cambiado sustancialmente y sus exportaciones solo han crecido en promedio 4% anual en los últimos siete años, el mismo periodo en el que los TLC han generado un aumento de 11% en el promedio anual de las importaciones de vehículos. En definitiva, vender flores no compra carros, como lo muestran las cifras reales. Lea también: Biden y Trump calientan los ánimos antes de su primer debate televisado Colombia enfrenta la mayor tasa de desempleo desde que se tienen estadísticas. La posibilidad cierta de ocupar a esa fuerza de trabajo es propiciando la creación de empresas. Para que estas existan se requiere de un entorno de negocios favorable, que solamente puede brindar un Estado que vea a las empresas como aliadas, no como objetivos a ser destruidos. Un punto de partida para tener dicho Estado implicará mantener y fortalecer relaciones comerciales de beneficios recíprocos con la mayor parte de naciones del mundo, pero sin que estén mediadas por los TLC. Un reto pendiente es lograr que las empresas que aun sobreviven, no pongan en la presidencia de los gremios a sus verdugos, esos que desfilan por el Congreso recitando el discurso trillado de que en los acuerdos van a vender lo que no producen.