Lo único positivo que deja esta dolorosa tragedia es la posibilidad de que las autoridades locales y nacionales compartan por primera vez una sola agenda para sacar la región del impactante subdesarrollo que todos lamentábamos cada vez que la visitábamos. No podemos perder esta oportunidad. En el corto plazo, la tragedia le abre un espacio al Estado colombiano para que ejerza de manera contundente la soberanía sobre el archipiélago y compense el sentimiento colectivo de pérdida frente a Nicaragua. El Gobierno ha sido rápido en formular el plan de reconstrucción, que contempla 118 acciones con un costo inicial de 139.000 millones de pesos y va desde la remoción de escombros y el ingreso de ayuda humanitaria, hasta la construcción de 1.200 viviendas nuevas y 400 mejoramientos, así como reconstrucción de acueducto, alcantarillado y comunicaciones. Lea también: La covid-19, mi nueva compañera de trabajo Sin embargo, el plan de reconstrucción, con vocación coyuntural, no transformará el archipiélago, porque no está creado con una nueva visión para la región, la cual sería posible si el Gobierno abriera una discusión política con actores locales y nacionales acerca del modelo de desarrollo para los próximos 20 años. Este es el momento. Esa visión debería llevar a que toda la nación cambie la forma de concebir, política, económica, social y culturalmente, el archipiélago porque, de lo contrario, volveremos a lo mismo. En lo político, San Andrés y sus islas deben convertirse en el eje de la política exterior colombiana hacia el Caribe, como lo ha propuesto el exministro Rudolf Hommes. Colombia tiene una tímida articulación política con islas como Bermuda, Antigua y San Kitts, porque las decisiones han estado centralizadas en Bogotá, desde donde no se entiende, ni se ambiciona, ni se proyecta, el potencial estratégico de nuestro archipiélago en el Caribe. Una nueva estrategia de política exterior en esta región llevaría a nuestras islas a participar en las fuentes de riqueza de la zona, atraería inversión extranjera y conduciría a la población local a alcanzar una calidad de vida similar a la de las demás islas (antes del huracán, el archipiélago tenía los indicadores más bajos y preocupantes del Caribe en cuanto a calidad de vida). Le puede interesar: Telemedicina: ¿sueño o realidad? En materia económica, el potencial del archipiélago es muy grande. Tiene activos turísticos únicos que están desaprovechados. Los expertos afirman que Providencia y Santa Catalina son dos de las islas mejor conservadas del mundo, con potencial de convertirse en monumento cultural de la Humanidad. Además, la barrera coralina de San Andrés y sus islas posee una riqueza y una diversidad de especies marinas que permitirían desarrollar un modelo turístico único internacionalmente. Hasta 2019, el archipiélago nunca logró alcanzar la meta de 100.000 turistas extranjeros al año. La evolución económica no será posible sin inversión pública significativa. Si el Gobierno no apuesta ahora por el archipiélago, no lo hará nunca. La prioridad tiene que ser la infraestructura de servicios públicos domiciliarios, que son muy precarios. Increíblemente, ni residencias ni hoteles tienen agua potable, así como tampoco alcantarillado adecuado. Y ni hablar del manejo de la basura, que es primitivo e insalubre. Como si fuera poco, la red de energía es precaria y costosa, lo cual socava la competitividad de las islas. Hoy, todos estos problemas son oportunidades de inversión pública y nuevas concesiones con privados, pero bajo un nuevo modelo de desarrollo económico. Lea también: Claudia en su laberinto Por otro lado, la transformación social de San Andrés y sus islas es imprescindible para evitar el colapso que veíamos venir por fenómenos de delincuencia, que es consecuencia de la falta de oportunidades educativas y por el desempleo. Los jóvenes sanandresanos, por ejemplo, se convirtieron en presas fáciles del transporte internacional de drogas ilícitas. La nueva visión debería, entonces, garantizarle al archipiélago un nuevo modelo educativo, mediante infraestructura escolar moderna, más programas de educación superior con el apoyo de universidades del interior y fortalecimiento del Sena. En el ámbito cultural, necesita políticas públicas que inserten las islas en la cosmovisión de los colombianos. Debemos proteger y promover en el interior la fuerte identidad de la comunidad raizal, cuyos orígenes afroangloantillanos hacen de esta población una joya cultural subvalorada. En otras palabras, si la gastronomía, la historia, las tradiciones y la lengua sanandresanas fueran parte del imaginario colectivo de la Colombia continental, llegarían al archipiélago no solamente más turistas nacionales, sino más proyectos cooperativos de todo tipo, más inversión de empresarios criollos y más sinergias político-económicas. Es momento de crear una estrategia que promueva el emprendimiento y la inversión desde el interior hacia el archipiélago, lo cual será factible si los colombianos lograramos resignificar culturalmente a San Andrés y sus islas. Lea también: La realidad no Covid-19 Nada será posible sin liderazgo político desde Bogotá. Los dos congresistas sanandresanos que representan actualmente a su región tienen una enorme responsabilidad en sus espaldas. Deberían incentivar el interés del Gobierno nacional de instalar un órgano que construya el modelo de desarrollo de largo plazo del archipiélago, más allá del plan de reconstrucción. También es importante vincular a los principales gremios empresariales para que aporten su visión y recursos, más allá de lo que ya están haciendo coyunturalmente. Además, es necesario vincular a las universidades para integrar un nuevo modelo educativo a la visión de desarrollo de nuestras islas.