Hace algunos días en la revista Semana un ilustre senador de la República dijo que Uribe es de la dimensión de Bolívar. Tal abrupta afirmación sería casi equivalente a decir que el señor Luis Carlos Restrepo tiene la estatura de Santander, el Hombre de las Leyes. Bolívar encarnó a un ser humano que, como todos, tenía virtudes y defectos. Su vida, como en el ajedrez, se jugó en las casillas blancas y en las negras, en cada posición su actuación fue intensa; conoció el cielo y el infierno en la tierra. La grandeza en los hombres con dimensión histórica se mide en los logros que quedan registrados en la memoria de la historia de los pueblos que, hablando en los efectos del hiperespacio, han sido a la vez testigos y herederos de una transformación que unos titanes forzaron en beneficio de una sociedad con alcances mucho más allá de la generación con la que contemporizaron. En este sentido, por ejemplo, no se puede encontrar una equivalencia en el sitial del Olimpo entre un Fouché y un Montesquieu; por más exitoso que fuese el primero en su labor política en la Francia revolucionaria e imperial no alcanza la estatura del último como modelador de la democracia de Occidente desde esas épocas al presente. La grandeza de Bolívar no está solo en su épica experiencia militar, que logró la independencia de cinco naciones derrotando en los campos de batalla al imperio español, sino en el servicio que hizo en el campo de la institucionalidad política; abrió la tierra americana para plantar el germen de la república liberal, de la democracia en la práctica política, que con esfuerzo y sangre hemos logrado conservar hasta nuestro días. Su genio se formó en la amalgama de su visión estratégica, tanto en la política como en el campo del combate armado, como en la elocuencia que acompaña a los grandes hombres, la retórica que opaca la medianía y exalta en sus pasivos la pasión por las causas nobles. Las frases que interpretan los momentos históricos y el papel del protagonista en ellos, en su propia pluma, muestran el talante del dueño del vector de la historia en ese instante. Por lo tanto, para valorar el genio de El Libertador bien podemos leer algunos párrafos de sus intervenciones en momentos determinados de su vida pública: cuando toma juramento a los pobladores de la Villa de Tenerife de sometimiento al gobierno libre de Cartagena (24 de diciembre de 1812); cuando en la lógica de la lucha armada declara la guerra total a los españoles y los condena a muerte, si no colaboran con la causa independentista, en el Decreto de Trujillo (15 de junio de 1813); en una carta al general José Antonio Páez con ocasión de la invitación que este le hiciera para intervenir en el normal desarrollo del gobierno neogranadino (6 de marzo de 1826) y en su proclama final. Leamos: Juramento: “Yo he venido a traeros la paz y la libertad que son los presentes que hace el Gobierno justo y liberal del Estado de Cartagena a los pueblos que tiene la dicha de someterse al suave imperio de sus leyes; yo que soy el instrumento de que se ha valido para colmaros de beneficencia, me congratulo también por ser el intérprete del espíritu de su constitución, y el órgano de las intenciones de sus jefes. ….. Ya sois en fin hombres libres, independientes de toda autoridad que no sea la constituida por nuestros sufragios, y únicamente sujetos a vuestra propia voluntad y al voto de vuestra conciencia legalmente pronunciado, según lo prescribe la sabia constitución que vais a reconocer y a jurar. ………. Comparad, ciudadanos, la lisonjera perspectiva que se os presenta en el sistema adoptado por Cartagena, con el horroroso cuadro de crímenes e infortunios que habéis tenido hasta el presente, bajo el poder absoluto de los monstruos que os han mandado de España sus feroces mandatarios. Comparad, digo, ambos gobiernos; y decidid, según la expresión de vuestra conciencia, ¿Cuál de los dos es el más justo? Y ¿Cuál de los dos merecerá las bendiciones del Creador? Vuestra elección no es dudosa, y ciertamente vuestro corazón mismo abrazará con ardor y placer el Gobierno independiente de Cartagena” Decreto de Trujillo: “A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la última vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir pacíficamente entre nosotros, si detestando sus crímenes, y convirtiéndose de buena fe, cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de España, y al restablecimiento de la República de Venezuela. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americanos será vuestra garantía y salvaguardia. Nuestras armas han venido a protegeros, y no se emplearán jamás contra uno solo de nuestros hermanos. ……… Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables”. Carta a Páez: “Ud. me dice que la situación de Colombia es muy semejante a la de Francia cuando napoleón se encontraba en Egipto y que yo debo decir con él: “los intrigantes van a perder la patria, vamos a salvarla”……..Ud. no ha juzgado, me parece, bastante imparcialmente el estado de las cosas y de los hombres. Ni Colombia es Francia, ni yo Napoleón……Napoleón era grande y único, y además sumamente ambicioso. .. Yo no soy Napoleón ni quiero serlo; tampoco quiero imitar a César, aún menos a Iturbide”. Última proclama: “Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para librarse de la anarquía; los miembros del santuario dirigiendo sus oraciones a los cielos y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. ¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”. Lejos está el dirigente político que inmerecidamente ha sido beneficiario de la comparación de alcanzar la inteligencia de Bolívar. Aquel en Tenerife hubiese simplemente dicho, como lo hizo en un episodio de su gobierno: “general: que les den de baja por mi cuenta”. Frase histórica que deja para la vergüenza de quien ocupe el llamado Solio de Bolívar. En el caso del senador se puede aplicar el pensamiento de Bernard Shaw: “La grandeza es solo una de las sensaciones de la pequeñez”. P.D. Para completar la tragedia póstuma de la memoria de Bolívar, en estos días un personaje más ramplón que los políticos colombianos antes mencionados lo encontramos en Chávez, quien creyéndose la reencarnación de El Libertador, atenta contra la democracia en la Venezuela de Bolívar. Por una u otra razón su última proclama no se ha podido cumplir para su dicha eterna.