La iluminación de calles o la recolección de basuras, así como los horarios flexibles de trabajo no parecerían tener mucho que ver con la reducción de los niveles de pobreza del país. No obstante, varios economistas y académicos investigan esos temas como una herramienta para ayudar a reducir ese flagelo, que hoy afecta a 27% de los colombianos. Esos investigadores usan el método experimental desarrollado por los ganadores del premio Nobel de economía 2019, Esther Duflo, Abhijit Banerjee y Michael Kremer. Estos demostraron que las grandes preguntas sobre la pobreza se pueden reducir a acciones concretas capaces de producir mejores resultados al intervenir áreas como seguridad, bienestar y mercado laboral. Para ejecutar estas investigaciones y ayudar a traducirlas en políticas públicas, Duflo fundó en 2003 una red de 181 profesores de 58 universidades del mundo. Conocida como J-Pal, no solo asesora los estudios sino que además ayuda a financiarlos. El profesor de Harvard Felipe Barrera, que en ese momento trabajaba en Fedesarrollo, realizó en 2005 una de las primeras investigaciones con ese apoyo en Colombia. Junto con otros expertos buscaba evaluar la efectividad del programa de transferencias condicionadas que existía en Bogotá en ese momento, pues en esa época Familias en Acción solo operaba en áreas rurales.
Tomaron un grupo de familias beneficiadas (que tenían 17.000 niños) y lo dividieron en tres: unos que recibían el apoyo mensual. A otros les restaban una plata de su mesada para convertirla en un ahorro que les entregaban al inicio de cada año escolar para los gastos del arranque de año. Y al tercer grupo también le restaban una plata para ahorro, pero solo se la transferían cuando el estudiante terminaba el bachillerato. Con la idea de que los recursos le sirvieran para ingresar a la educación terciaria. Encontraron que obligar a las familias a hacer un ahorro forzoso aumentó la tasa de matrícula de los niños. Y entre los que recibieron el dinero al finalizar el bachillerato subió el número de los que entraron a la universidad o instituciones técnicas. Tras evaluar el primer año, el Distrito expandió el programa a 100.000 niños. "Fue un cambio muy grande, pues hasta ese momento era muy difícil que un niño de Sisbén 1 o 2 entrara a educación terciaria y con ese programa la matrícula subió 50%", explica Barrera. Pero también señala que cuando llegó Familias en Acción a Bogotá no continuó ese ahorro forzado. Este economista también trabajó con los investigadores de J-Pal en evaluar la eficacia del programa Computadores para Educar, en el cual las empresas donan computadores que ya no usan y el Gobierno los arregla para que sirvan en colegios públicos. Tomaron una muestra de 100 colegios, donde la mitad recibió los computadores del programa y la otra mitad no. Al cabo de 2,5 años compararon los resultados de los estudiantes de ambos grupos en las pruebas Saber y en encuestas sobre su satisfacción y pertenencia con el colegio. Barrera y sus colegas no encontraron diferencia alguna entre los dos grupos y lo atribuyeron al hecho de que solo usaban los computadores en la clase de informática y no en otras materias clave como matemáticas.
"Si ponen computadores y no cambian la vida diaria, no sirven. Lo esperado con el estudio era que si la política no funciona se cambia o se acaba, pero nada de eso sucedió. La explicación está en que muchas veces a los gobiernos no les gusta la evaluación negativa", señala el economista. Crimen y empleo Santiago Tobón, de Eafit, quien estudia temas de seguridad ciudadana, también trabaja con la metodología de los Nobel. Tobón se preguntó qué pasaba al intervenir puntos con elevada tasa de criminalidad en Bogotá. Para el estudio los expertos escogieron 2.000 calles ‘calientes‘ de la ciudad en las que aumentó la frecuencia del patrullaje policial; en otras mejoraron la recolección de basuras; en otras repararon el alumbrado público y dejaron un grupo de control, donde no hubo intervención. Tobón y su grupo encontraron una caída de 60% en los delitos, bien sea porque se desplazaron a otras calles (hurto y homicidios), o porque efectivamente bajaron (agresiones sexuales). Los resultados de esta investigación, hecha en 2016, se incorporaron en la Secretaría de Seguridad de la ciudad y en la Policía. Tobón ahora hace un estudio similar para Medellín. Allá el fenómeno es distinto, pues hay más crimen organizado que en Bogotá, donde predomina el delito común. La profesora de la Javeriana Magdalena Salas ha hecho otras investigaciones relacionadas con J-Pal. Ella ha estudiado cómo funcionan grupos de ahorro y crédito comunitario en varios municipios del país. Miraron qué pasa si las personas que tienen un propósito para ahorrar (comprar algo, estudiar o viajar) les expresan esa meta a sus compañeros de ahorro. Encontraron que quienes le ponen una etiqueta y lo comparten con el grupo ahorran 40% más que los que no lo hacen.
Salas también ha investigado temas del mercado laboral, como qué pasa si a las mujeres no profesionales les ofrecen empleos flexibles en horario y jornada. Encontraron que muchas de ellas estarían dispuestas a emplearse si les dan esa facilidad. "Eso plantea una brecha importante en la oferta de empleos y sugiere que, si las empresas ofrecieran trabajo flexible, más mujeres trabajarían", puntualiza la economista. Como aseguran los premios Nobel, con un trabajo de experimentación con pruebas controladas y aleatorias es posible distinguir entre las políticas sociales que funcionan y las que no. Tal como hace la medicina en cuanto a los medicamentos.