Casi nunca usaba el chaleco antibalas. Pero esa tarde su madre lo notó muy nervioso y le llamó la atención, especialmente porque durante los dos últimos días había estado muy eufórico. Los sondeos más recientes demostraban que, de lejos, era el político más popular del país y apabullaba a sus rivales en la carrera por la candidatura presidencial del Partido Liberal. Poco antes de dejar la casa le pidió a su hijo menor, Carlos Fernando, que le ayudara a ponerse el chaleco. Fue quizás el último llamado de la prudencia, antes de que las balas disparadas por su sicario acabaran con su vida. Porque siempre Luis Carlos Galán Sarmiento se caracterizó como un hombre prudente. A pesar de su arrojo y su pasión por la política sabia mantener la cabeza fría, aun en las circunstancias más difíciles. Esa capacidad fue notoria desde que era estudiante del colegio Antonio Nariño, de Bogotá. En ese entonces, Galán era un alumno de cinco en todo, a quien su precocidad lo llevó a ganarse un concurso de oratoria cuando tenía apenas doce años. Pero su interés por la política venía desde antes. Como él mismo se lo contó a SEMANA en una ocasión: "Fui sectario liberal a los ocho años. Yo asistí al bazar contra Laureano Gómez en el Parque Nacional en 1950, que era para apoyar a la guerrilla liberal. Cayó un gran aguacero y entonces yo cantaba: "Que llueva, que llueva, que Laureano está en la cueva". Ese sectarismo se apaciguó años más tarde cuando entró a la Universidad Javeriana a estudiar Derecho. Era uno de los 14 liberales en un grupo de 130 alumnos. Defendiendo sus tesis aprendió a manejar la controversia en un medio netamente conservador. Fue entonces cuando surgió "Vértice", la primera revista liberal javeriana, su primer romance con el periodismo, y la que le serviría de puente para llegar hasta Eduardo Santos, uno de los tres ex presidentes que habrían de cambiar su vida. Después de una entrevista, Santos lo invitó a escribir para El Tiempo. Con escasos 22 años, Galán se convirtió en uno de los "arcángeles" del periódico de aquellos días, junto con Daniel Samper y Enrique Santos Calderón. Pero pronto Galán se llevó por delante a sus dos comparñeros de escritorio. A escasas dos semanas de haber ingresado al periódico se le publicó su primer editorial, al que seguirían por lo menos 150 más durante sus 15 años de vinculación con El Tiempo. A través de "Vértice", Galán conoció también al segundo de los ex presidentes que marcarían el rumbo de su carrera política: Carlos Lleras Restrepo, quien impresionado por los artículos del joven Galán, aceptó escribir para su revista y después, durante la campaña electoral del 65, lo puso a cargo de un programa de radio que divulgaba las actividades del candidato y lo apoyó para que formara parte del Directorio Liberal de Bogotá. Sin embargo, su verdadero salto político se produjo durante una entrevista que el joven reportero hizo para El Tiempo con el recién elegido presidente Misael Pastrana. Este le dijo de un momento a otro que no tenía sentido que siguieran preparando el artículo porque no podría publicarlo. Cuando el periodista, sorprendido, le preguntó por qué, Pastrana le respondió: "Porque usted será el próximo ministro de Educación". Y así, con apenas 26 años, salió de una sala de redacción a sentarse en el gabinete. Su gestión no fue considerada exitosa, a pesar de haber sido el autor del primer estatuto docente en Colombia, quizás porque a los estudiantes de la época todavía los descrestaban más los viejos experimentados que sus contemporáneos. Pero también porque, en un país de componendas, el exceso de idealismo no siempre produce resultados políticos. Fue durante su paso por el ministerio cuando contrajo matrimonio con Gloria Pachón, a quien había conocido a mediados de los años 60 en la redacción de El Tiempo, donde ella era reportera. Desde entonces, Gloria fue siempre, tras bambalinas, no sólo la eterna compañera de sus aventuras políticas, sino también su conciencia crítica. Junto con sus tres hijos, Juan Manuel, Claudio Mario y Carlos Fernando, los Galán Pachón eran los más fervientes "hinchas" de su padre. Sólo una vez, cuando Galán reprendió al menor de ellos durante la campaña presidencial del 82, este contraatacó diciéndole que si lo volvía a regañar, votaba por López. Del ministerio, Galán fue reencauchado al ser enviado como embajador en Roma. De allí regresaría en 1975, atendiendo una invitación de quien ya era su jefe político, el ex presidente Lleras, para hacerse cargo de la codirección de la naciente revista Nueva Frontera. Los siete años de trabajo en esta publicación y su permanente contacto con el ex presidente terminaron de forjar su personalidad política y su agudeza periodística. En 1978 llegó por primera vez al Senado, encabezando las listas lleristas por Santander. Dos años después, en 1980, ya con movimiento propio, Galán dio su primera sorpresa polítca cuando, tras una fugaz campaña, el recién nacido "Nuevo Liberalismo" obtuvo 28 mil votos en Bogotá y consiguió dos escaños en el cabildo distrital, uno de ellos para su lider .Las grandes ligas Pero fue realmente en 1982 cuando el politico santandereano llegó a las "grandes ligas". Al considerar que la reelección de López era inconveniente para el país porque desafiaba el sentimiento de las bases, Galán montó tolda aparte. Con el apoyo del llerismo, El Espectador y todo el anti-lopismo que estaba en su apogeo, recibió más de 800 mil votos, una cifra suficiente para colocarlo en primera linea del escenario político nacional. En ese momento, el Nuevo Liberalismo llegó a su mayoría de edad. Con Galán a la cabeza habría de dar la batalla,por lo que consideraba fundamental para el Partido Liberal y para la nación: la restitución de la moral. Esta lucha incluyó, desde el principio, una pelea frontal contra el narcotráfico. Cuando miembros del Nuevo Liberalismo de Antioquia descubrieron que dentro de quienes los respaldaban figuraba Pablo Escobar, un hombre cuya fortuna tenía dudosa procedencia, Galán no vaciló en rechazar públicamente el apoyo del "Movimiento de Renovación Nacional" del que hacían parte Jairo Ortega como candidato principal a la Cámara y Escobar como su suplente. Esa valerosa actitud, que entonces no tuvo mayor trascendencia, habría de marcar para siernpre el destino de los dirigentes del Nuevo Liberalismo: un sino trágico, cuya primera victima fue el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara, y del cual tampoco escaparían otros de sus seguidores, como Enrique Parejo, sucesor de Lara en el ministerio, y su asesor Alberto Villamizar. Esa lucha le dio firmeza a sus aspiraciones presidenciales de 1982. No obstante, nunca volveria a obtener el mismo número de votos que su antilopismo le habia proporcionado. A tal punto, que en las elecciones de 86 sus listas sólo recibieron la mitad de los votos de cuatro años antes. De ahi en adelante, Galán barreria en todas las encuestas y perdería en todas las elecciones. Su descalabro final, en términos electorales, fue en 1988 cuando sus fuerzas, en Bogotá, sumadas a las de Ernesto Samper y con Carlos Ossa como candidato, no pudieron ganarle a Juan Martín Caicedo Ferrer la batalla liberal por la Alcaldia de Bogotá. A pesar de todo esto, su prestigio se mantuvo inmenso e intacto. Aunque su movimiento desapareció como fuerza politica, esto se atribuyó más a problemas de mecánica electoral que de respaldo popular. De ahí que su estrategia consistiera en buscar una fórmula decorosa para liquidar los residuos del Nuevo Liberalismo y entrar al Partido Liberal por la puerta grande. Así lo hizo en la Convención de Cartagena de 1988 cuando, mediante la fórmula de la consulta popular, quedaron establecidos los mecanismos para que la oveja rebelde volviera al redil. El tránsito de la disidencia al oficialismo no estuvo exento de incongruencias. Más de un purista le reprochó en ese entonces que de crítico del Barco candidato, pasara a defensor del Barco Presidente; de enemigo acérrimo de Turbay a la condición de mejor aliado; del suprapartidismo a partidario del sistema gobierno-oposición. Pero sobre todo, de retador del clientelismo a seductor de caciques y gamonales, al tiempo que demostraba ser un rápido aprendiz de sus técnicas. Sin embargo, nada de esto manchó ni mermó su imagen de estadista, que no era el resultado de cuidadosas campañas publicitarias, sino el reflejo de la dimensión real de un hombre a quien el país le cabía en la cabeza. Luis Carlos Galán tal vez no fue el mejor político de su generación, pero sin duda se destacó como el mejor estadista. Era un líder en el sentido integral de la palabra. Un hombre serio, a veces demasiado. Y a pesar de sus recientes ajustes a los requisitos de la política realista, la ética fue siempre la columna vertebral de su vida. Estudioso, inteligente, carismático y cerebral, era también un formidable orador, tanto en la plaza pública como ante auditorios especializados incluso en el difícil escenario de la televisión. Sin duda alguna, fue el político más popular desde Gaitán. Pero a diferencia de él, su fuerza no estaba concentrada en los estratos populareS tanto como en la clase media, pues supo interpretar, como pocos, sus valores. Sin duda, entendió la evolución de la población urbana del país. Una de sus constantes preocupaciones fue la seguridad. Sabía que a su cabeza le habían puesto precio y a comienzos de agosto, poco después de un atentado fallido en Medellin, comentó en broma que su vida seguia valiendo lo mismo que hace dos años: 500 mil dólares, la suma que supuestamente había ofrecido la mafia por matarlo. A pesar de eso, nunca se detuvo. Como Galán El Comunero, estaba convencido de que la consigna debía ser "Ni un paso atrás, siempre adelante". Tenia una concepción que algunos calificaban de mesiánica.Creía que estaba llamado a cumplir una misión histórica, pasando por encima incluso de sus deseos personales. Por esa razón, cada paso que daba estaba orientado a un mismo fin: dirigir y cambiar a Colombia. Hasta dónde hubiera podido llegar, es un interrogante que nunca tendrá respuesta. Sin embargo, no es aventurado afirmar que no sólo podia ganar las próximas elecciones, sino que era el dirigente con quien Colombia iba a pasar del siglo XX al siglo XXI. Hombres de su talla aparecen rara vez en una generación. No era el político para una coyuntura. Era el líder para una era. Entre todas las declaraciones y lugares comunes que se dijeron a los pocos minutos de su muerte, ninguna recogió mejor el sentimiento general que la del ex presidente Misael Pastrana: "Mataron no solamente al presente, sino también al futuro".