Abrir el Corralito Fui invitado al Hay Festival de Cartagena en 2014. Para entonces, el festival convocaba a mucha gente, la mayoría de otras partes del país y algunos extranjeros; atraídos todos por la calidad de los invitados y la variedad de las propuestas. Los actos se realizaban en diferentes recintos del Centro Histórico. Los auditorios se llenaban. Recuerdo una lectura de poemas que hice en el patio del antiguo convento de Santo Domingo, ante unas trescientas personas escuchando en perfecta concentración. Pasé los días en dicho centro; a la otra Cartagena la pude medio ver desde el avión, que antes de aterrizar hace un rápido paneo sobre una barriada gris. Las ciudades van creando sus muros invisibles, formando en ocasiones verdaderos guetos.
En la mañana del domingo 3 de febrero de 2019, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie habló de raza y género en el barrio Nelson Mandela, de Cartagena, habitado principalmente por población afrodescendiente. Esos muros pueden ser económicos y guardar espacios en los que muchos se limitan a mirar las vitrinas, o no los frecuentan por temor de ser confundidos con ladrones. En algunas de nuestras ciudades, en los sectores pobres y miserables, las pandillas trazan líneas invisibles, marcando así su territorio; cruzarlas puede costar la vida. Los muros también pueden ser mentales. Hemos vivido un largo conflicto y nuestra cabeza atemorizada puede ver peligro por todas partes. El Hay Festival debió leer esta realidad y se propuso construir puentes entre los diferentes sectores, creando el Hay Festival Comunitario. Poetas, escritores, artistas, científicos van a la Cartagena popular y realizan talleres con sus habitantes. Esta idea rima con la necesidad de encuentro que se ha despertado en un sector amplio de colombianos y con la búsqueda de un país con posibilidades para todos. Los otros tienen La experiencia con los talleres de literatura y poesía empieza en Colombia por allá en los años setenta del siglo pasado. En su punto de partida está el reconocimiento del otro como portador de conocimiento y creador de pensamiento. Hay en ello una ruptura con la idea de que hay quienes saben y unos cerebros vacíos que reciben. He realizado talleres en barriadas, pueblos y campos de toda Colombia, y he encontrado que la gente tiene algo magnífico que ofrecer. En Cali, en 2010, nos dirigíamos en un taxi hacia un colegio en el que realizaríamos un taller de adivinanzas con niños. Iris Ellenrieder, compañera en este juego, me planteaba adivinanzas de la tradición popular alemana. El taxista, un hombre aún joven, pasado de kilos, conducía con cierta somnolencia. “Tal vez va pensando en la chuleta de cerdo que se almorzará”, pensaba yo. De pronto, mirándonos por el espejo retrovisor, nos dijo: “A ver, ustedes que saben, adivínenme esta –y nos soltó la siguiente adivinanza–: Mi tía titiribía / tiene tetas/ y no cría”. Nos sacó de nuestro corralito y nos tiró a una plaza mayor. Una adivinanza de la tradición popular, ¿quién sino el pueblo es capaz de meter la palabra tetas en un texto poético? Y después de esta adivinanza vinieron otras, y así nos tuvo echando cabeza durante los treinta minutos que duró el viaje. Sorprendidos, le preguntamos que de dónde le venía tal conocimiento. Nos contestó que de sus padres, nacidos ella en el Quindío y él en el norte del Valle. El año pasado realizamos unos talleres con niños en Yotoco, un municipio del Valle que toca con el pie tierra plana y trepa por la cordillera occidental. Ascendíamos en carro hacia un corregimiento llamado San Juan; conversaba con Juan José, compañero en este viaje, sobre el extraño nombre Yotoco, le decía que acaso se lo había dado un hacendado fundador del pueblo, que debió tocar algún instrumento. Ya en el colegio le pregunté al coordinador por el bendito nombre; me dijo que Yotoco era en verdad Yotocó, palabra embera. Se me vinieron a la mente palabras tan bellas como Lloró, Tadó, Jiguamiandó, Baudó, Tadó, aportes del idioma embera al castellano. Una reflexión sobre el feminismo en la educación temprana y el Hay Comunitario
El actor mexicano Gael García Bernal participó en el Hay Comunitario en 2014. Por su parte, la filósofa francesa Brigitte Labbé, reconocida por escribir libros infantiles que abordan la guerra y la muerte, dictó un taller en 2017. Pero era otra cosa lo que quería contarles: como muchas de las adivinanzas esconden a un animal, hablábamos con los niños de los animales de la región. Un niño nos contó que su padre regresaba de su trabajo por un camino; de pronto, oyó una especie de gemidos que salían de una cueva en un barranco. Se detuvo, metió la mano en la cueva y tocó algo así como unos perritos, los sacó y no eran perritos, ¡eran lobos! ¿Lobos en Colombia? Vaya acontecimiento. De lobos por esta región ya me había hablado Virgilio, un maestro de construcción, al que no le creí porque como su tocayo, el autor de la Eneida (19 a. C.), es un poco fabulador. Más tarde me lo confirmó Fernando Zuleta, quien vive en esta cordillera y es un gran conocedor de animales. Lo que en seguida quiero contarles tiene que ver con unas palabras de Samuel Taylor Coleridge, celebradas por Borges: “Si un hombre atravesara el paraíso en un sueño y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara la flor en su mano… ¿entonces qué?”. Estamos en La Plata, Huila; sentados en el corredor de la casa de don Luis Ramírez, tomándonos un café; es de noche, en el monte cercano canta una lechuza. De repente, su hija Nely apaga la luz, señal de que su padre quiere contar: “Siendo joven –nos dijo–, tenía una novia en el campo. Recuerdo que la visitaba en las noches; como su casa siempre estaba lejitos del pueblo, me iba en una mula. Una noche fui y la visité, y me regresé como a la medianoche. Había luna. Llegando al río La Plata sentí que alguien se montaba en el anca de la mula; volteé a mirar y era una mujer con un manto negro en la cabeza y unos ojos verdes, muy bella. En esas, la mula saltó y nos tiró al suelo. Me paré y corrí a auxiliar a la mujer. Ella era ahora una calavera, pero sus ojos seguían siendo verdes y vivos. Espantado, corrí; pero, sin saber por qué, regresé y tomé el manto, y alcanzando a la mula llegué al pueblo. Ese manto permaneció por mucho tiempo en la casa de mis padres”. Como pueden ver, don Luis fue al otro mundo y trajo la prueba. La utilidad de la poesía Por mi trato con niños, jóvenes y maestros –y por ende por mi experiencia construyendo puentes como los del Hay Comunitario–, puedo decir que la literatura se conoce poco entre la mayoría de nuestra gente. Es cierto que existe una rica tradición popular; relatos de fantasmas se narran en campos y pueblos, aun en las barriadas de las grandes ciudades a las que han llegado personas del campo. En cuanto a la poesía, la copla y la décima, están presentes en muchas regiones, igual la adivinanza; pero se sabe poco de la poesía contemporánea. Con frecuencia hay cierto desprecio por la poesía; “versero” le dicen al técnico de fútbol que busca pensar el juego; tal vez se explique esto por la precariedad en la que vivimos la mayoría de colombianos, que nos hace pensar que lo que no sirve para resolver las necesidades inmediatas no sirve para la vida. Diría que todos somos más o menos “verseros”; en últimas, todos somos lenguaje, un invento. La metáfora parte de la comparación de dos objetos distintos que, sin embargo, tienen alguna semejanza. Si digo “¿cuál es la montaña que camina?”, estoy diciendo una metáfora. Esta metáfora, como ustedes saben, nace de la comparación de elefante y montaña. Esta forma del lenguaje la emplean la literatura y la poesía, y la utilizamos todos.
La filósofa francesa Brigitte Labbé, reconocida por escribir libros infantiles que abordan la guerra y la muerte, dictó un taller en 2017. En Colombia, los sectores de la sociedad metidos en la ilegalidad son especialmente metafóricos, tal vez por la necesidad de enmascararse. “Lo encontraron muñeco”, dicen, y por supuesto que existe una relación entre un muerto y un muñeco. “Camellar” le dicen a trabajar, y con frecuencia lo que hacemos es tan duro como lo que hace el camello en el desierto. Existe una metáfora que es un verdadero chispazo: “la caspa de Dios” le llaman a la coca; Dios, que es el éxtasis supremo, nos suelta una brizna de su dicha. Quiero decir que poetas y escritores no estamos lejos de aquellos que andan con los pies en la tierra. ¿Sirven para algo la literatura y la poesía? Pues jóvenes, lo que yo les vengo a ofrecer es una droga. Quiero decir que el contacto con la poesía y la literatura, como el que puede darse en una conversación con un escritor, produce un raro placer. No es fácil explicarlo: somos seres separados, escindidos, cada cual al menos somos dos. Ocurre que éramos animales y andábamos sin tiempo, en las ramas de los árboles, éramos uno. “El animal es,” dice Rilke. Algo pasó en nuestro cerebro y un día nos inventamos; entonces el animal se partió: una parte es aquello que llamamos espíritu o lenguaje y otra, cuerpo. Ocurrió para bien y para mal, y vivimos nostálgicos de lo que fuimos. Desde entonces siempre andamos tratando de reunificarnos de diferentes maneras: con el amor, por eso queremos fundirnos con el otro, con el alcohol, la música, la danza, la poesía. Hay momentos en que recuperamos lo que fuimos, instantes en los que podemos reunir nuestras partes, un equilibrio en el que hay luz y placer. Lo que hace el poeta es un ejercicio de concentración, en el que las preocupaciones diarias van desapareciendo y empezamos a descender por el camino de la antigua memoria. Ese movimiento del carrete hacia atrás, extrañamente, produce éxtasis. Todos –también en el marco del Hay Festival– deberíamos tener la posibilidad de hacer este ejercicio de concentración; deberíamos contar al menos dos horas diarias para hacerlo, arrancárselas a las empresas, al rebusque, y así seríamos más sanos y lúcidos. “El Hay Festival ha sido incluyente desde el principio”: Shirley Navarro *Benavides ha publicado ocho libros de poesía, uno de adivinanzas y otro de cuentos para niños. Por La serena hierba (2011) recibió el Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura en 2013. Hoy dicta talleres para niños, sobre todo en Cali y sus alrededores.