Tres grandes artistas llegan a las pantallas de Cine Colombia: el mítico Hieronymus Bosch, mejor conocido como el Bosco (ca. 1450-1516), pintor flamenco activo a finales del siglo XV, conocido por sus visiones del cielo y del infierno, cargadas de personajes imposibles; el francés Claude Monet (1840-1926), afincado en el impresionismo, conocido por sus series de pinturas que intentan capturar ágilmente el paso del tiempo y las diferentes tonalidades que la luz imprime a los objetos en diferentes momentos del día, y el neerlandés Vincent van Gogh (1853-1890), encasillado comúnmente en el posimpresionismo, realizador de una obra perdurable que buscaba disolver la realidad en violentas pinceladas de colores intensos que anuncian tempranamente la abstracción.
Estos tres artistas pertenecen a tres épocas, movimientos y contextos sociales distintos, aunque Monet y Van Gogh se encuentren más cerca en la geografía y el tiempo, y el Bosco y Van Gogh compartan el haber realizado una producción artística escasa. Del Bosco solo han llegado hasta nosotros 20 dibujos y 21 pinturas sobre tabla (las mejores de ellas conservadas por el Museo del Prado, en Madrid). Por su parte, Van Gogh, a diferencia de muchos de sus contemporáneos (que produjeron una ingente cantidad de obras), es otro pintor escaso; no tanto como el Bosco, pero sí escaso en comparación con sus contemporáneos: entre 1881 y 1890, en su última década de vida, Van Gogh produjo casi 900 pinturas y 1600 dibujos, una producción relativamente escasa si la comparamos con el prolífico Picasso, quien pintó entre 13.500 y 20.000 pinturas, además de unos 14.000 dibujos y bocetos.
Pero más allá de las cifras y del reconocimiento, los tres comparten elementos más sutiles: la incomprensión de sus contemporáneos, la necesidad de estirar las fronteras de lo que tradicionalmente aceptamos como “arte”, y el desprecio por la conformidad y por los moldes estilísticos impuestos por su tiempo. Los tres artistas nos enseñaron nuevas formas de ver la realidad, cada uno desde su perspectiva, mostrándonos que no existen visiones únicas, que los objetos y las narraciones que creemos como reales en términos objetivos realmente tienen matices, perspectivas y circunstancias; y que la realidad no es un hecho que está ahí, tan incuestionable, sino que, como diría Bourdieu, “no es más que el reflejo de una ilusión (casi) universalmente compartida”.
El Bosco no era muy apreciado por sus contemporáneos, a pesar de que el principal comprador de sus obras, el rey Felipe II de España, tuviera una fijación con él que le llevaría a atesorar el mayor conjunto de sus pinturas en el monasterio de San Lorenzo del Escorial, la residencia de la familia real. La mayoría de esas pinturas se conservan en el Museo del Prado. En todo caso, el Bosco solo fue valorado de forma más o menos plena con el advenimiento del arte moderno a finales del siglo XIX y a principios del XX, cuando su pintura cobró ese carácter precursor que antes de eso no tenía.
Por su parte, Monet tuvo que sufrir la incomprensión inicial de la crítica de arte francesa. El crítico Louis Leroy, quien estuvo en la Exposición de Artistas Independientes de 1874, calificó a los pintores participantes como “farsantes, impresionistas”, haciendo alusión a un cuadro de Monet expuesto, Impresión, sol naciente (ca. 1873), conservado en el Museo Marmottan de París: un cuadro que representa el puerto de Le Havre, en el que el mar y el cielo aparecen casi disueltos por la bruma, acentuada con una pincelada pastosa y poco común en el arte francés de entonces. Los artistas de la exposición tomaron el insulto del crítico, la palabra “impresionismo”, como el nombre que aglutinaría a su generación, inquieta por el color y la luz, una generación en la que la presencia de Monet sería particularmente significativa.
Van Gogh, por su parte, fue un pintor tardíamente “descubierto” en Europa. Su obra apenas empezó a ser visibilizada en una exposición en 1889, un año antes de su muerte: el Salón de los Independientes, en París, paralelo a la Exposición Universal del mismo año. En 1890, Van Gogh volvió a participar en el Salón, así como en una colectiva en Bruselas, y murió tempranamente el mismo año, el 29 de julio de 1890. Sin embargo, a pesar del silencio inicial en torno a su producción, y a pesar de lo poco vista que fue su obra por sus contemporáneos, en las primeras décadas del siglo XX Van Gogh empezó a ser valorado no solo por el mercado del arte, sino también por los artistas del expresionismo alemán, que vieron en él un antecesor de sus propias inquietudes: un artista que apelaba a la pincelada gruesa y pastosa, a los colores opuestos y antinaturales, a la disolución brusca de la realidad. El mito de Van Gogh fue acrecentado más tarde por su “locura”, por su carácter de incomprendido y por el acercamiento que hizo Hollywood a su arte. Felizmente, gracias a Cine Colombia podremos ver nuevamente a estos tres artistas (cuyas obras no han sido muy vistas en los museos de nuestro país), a partir de tres grandes producciones cinematográficas con una carga estética y poética poderosa.
*Crítico de arte e investigador.