Esta nota surge de una alianza entre ARCADIA y Cine Colombia. Además, forma parte de la edición 151 de ARCADIA. Haga clic aquí para leer todo el contenido de la revista.Marcelle Auclair, como tantos personajes de la cultura francesa capaces de multiplicar su oficio alrededor de la escritura –Madame Auclair fue poeta, novelista, traductora, periodista, biógrafa y cofundadora de la revista de modas Marie Claire, es decir, una dama que no admitió fronteras a su talento creativo–, recordaba en Vida y muerte de García Lorca (Enfances et mort de García Lorca, Éditions du Seuil, 1968), la lectura que asombró en Granada a Lorca cuando un amigo suyo le “tradujo de viva voz” un acto de Riders to the Sea, escrita por el dramaturgo irlandés John Millington Synge.Le puede interesar: ‘Romance sonámbulo‘, un poema de Federico García LorcaFue entonces cuando Lorca comprendió que el lenguaje popular tenía el derecho legítimo de ser representado en el teatro para evocar los giros coloquiales de los campesinos con esa literatura oral que ya lo había deslumbrado, incluso antes de que Synge apareciera como una lección de estilo y complicidad que le señaló un camino.“Synge, muerto en 1905, había buscado lo que él llamaba ‘la frase viva’ en sus vagabundeos por los campos, asombrado de que un labriego dijera, refiriéndose al pelaje moteado de un buey: ‘Se diría que la sombra de las nubes le pasa sobre el lomo’”, señala Auclair. “Tampoco Federico olvidaría al pastor que había visto precipitarse a los corderos ‘como un tropel de enemigos’, pues encontraremos esta expresión en Yerma”.De Synge a Lorca, del inglés al español, y de regreso al inglés, el giro a través del tiempo se cumple con un nuevo montaje de Yerma, del Teatro Nacional de Londres, adaptada y dirigida por Simon Stone.
El drama de Yerma –nombre y condición de su protagonista–, ansiosa por tener un hijo, y el conflicto con su marido, culpable de la condición estéril de su mujer, pues su arrogancia profundamente masculina es la que hace de ella una “esposa seca”, una mujer con “pechos de arena”, es una de las seis versiones teatrales de la neurosis que será representada por el Teatro Nacional de Londres en las pantallas del mundo.A Yerma la acompañarán otras experiencias alrededor del material humano en el extremo de las pasiones: Obsesión, ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, Follies, La gata sobre el tejado de zinc y Hamlet.Seis variaciones sobre las miserias de la especie, que nunca se han fatigado para enseñar los dilemas, tormentas y tensiones que enfrentan a sus personajes y que nos pueden hablar de nuestros propios demonios –aunque también, quizás, de nuestras bondades para evitar el naufragio–.Con Lorca estarán otros dramaturgos que trazaron un camino de ida y vuelta. Entre ellos Edward Albee –enfrentando casi a muerte a dos parejas en el escenario doméstico de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, durante una velada explosiva que les revela secretos y maltrata sus egos–, pariente de la familia teatral que hizo de Tennessee Williams otro autor interesado en desnudar los temores y la ira agazapada tras las convenciones que subvierte La gata sobre el tejado de zinc. El ser humano agobiado por su malestar se viste y se desviste tanto en el siglo XX como en el siglo XVII, cuando Shakespeare inició el viaje de Hamlet, titulándolo primero La venganza de Hamlet, príncipe de Dinamarca, cambiando después “la venganza” por “la tragedia”, para situarse en la memoria del tiempo simplemente con el nombre del príncipe como una palabra que descifra el dolor y los miedos del joven que hablaba con los fantasmas o creía que los soñaba mientras que ellos le hablaban.Le puede interesar: El deseo insatisfecho de Tennessee Williams cumple cien añosAbismos en los que se hunden las percepciones morales de otros personajes sometidos por la incertidumbre, heredados por el cine a la literatura del novelista policíaco James Cain –de quien otro autor, mitificado por su escritura asombrosa, Raymond Chandler, aseguraba que todo lo que tocaba Cain “olía a macho cabrío”–; iniciándose oficialmente el neorrealismo italiano cuando Luchino Visconti adaptó a la pantalla la novela de Cain, El cartero siempre llama dos veces (1934), con un título que quiso exaltar la ambigüedad de la historia –Obsesión (1943): obsesión de un par de amantes por asesinar al buen marido de la mujer–, adaptada al teatro por Jan Gerrits y dirigida en esta temporada del Teatro Nacional por un veterano de los escenarios, el belga Ivo van Hove –¡recuerden su versión de Vista desde el puente, de Arthur Miller!–.Pero no todo es truculencia o sobresalto. El drama está matizado por un musical –el género cinematográfico y teatral en el que sus personajes cantan en vez de hablar, bailan en vez de caminar y su mundo parece filmado en technicolor–. Follies, con libreto de James Goldman, música y canciones de Stephen Sondheim, y dirección de Dominic Cook, es un homenaje al trabajo teatral, amenazado por el resplandor fugitivo de la gloria y salvado por los que consideran que una sala es el espacio ritual donde se vive en un mundo paralelo que conjura lo precario de la realidad.