Apoyado en el barandal de la terraza y con la mirada perdida entre kilómetros y kilómetros de arbustos, Claus Mortensen explica la situación de una manera lapidaria: “aquí en Mugie entran los cazadores a matar elefantes, los pocos elefantes que aún quedan. Vienen desde la frontera con Somalia, y la mayoría son muchachos a los que los traficantes les pagan algunos dólares por el marfil que lleven. Serán los únicos dólares y quizá lo últimos elefantes que verán en sus vidas”. La realidad es apremiante, y Claus lo sabe. En los últimos 10 años la población de elefantes salvajes en África se ha reducido a una tercera parte por causa, principalmente, de la cacería. Hoy, en todo el continente quedan unos 180.000 elefantes, y al año los cazadores se cobran unos 35.000. El detonante de tal carnicería es tan sencillo que resulta ridículamente cruel: con el crecimiento de la riqueza en Asia, especialmente en países como China, Vietnam e Indonesia, la demanda de marfil se ha disparado, pues allí se considera símbolo de estatus. Para ponerlo en blanco y negro, matan elefantes en África para quitarles sus colmillos y contrabandearlos hasta el Sudeste Asiático, donde los tallan y los venden a precio de oro como objetos decorativos. Y en medio de este tráfico multimillonario están los gobiernos corruptos, las autoridades indiferentes y los grupos armados ilegales, que son la costumbre en África. Te puede interesar: El héroe de los gatos en el conflicto de Siria A este ritmo, y sin soluciones efectivas a la vista, es seguro que los elefantes africanos se extinguirán en cuestión de años. Por eso, la lucha contra los cazadores se está convirtiendo en una verdadera guerra, en la que quizá más vale la creatividad que la fuerza. Muchas ideas han surgido, y se están aplicando con relativo éxito. Desde la educación de las comunidades para que entiendan la importancia de la vida silvestre, la creación de redes de informantes equipados con teléfonos celulares para detectar el movimiento de los cazadores, el seguimiento de las rutas de tráfico mediante colmillos de anzuelo con transmisores satelitales, hasta la radicalización de la prohibición y de los castigos. Incluso, en algunos países como Kenia, donde queda la reserva que dirige Claus, el Gobierno se hace el ciego ante la muerte de cazadores a manos de los guardaparques, a quienes, por cierto, se les autorizó a patrullar armados. Claus lo sabe bien, aunque no lo acepte de frente. Antes los guardaparques eran algo así como simpáticos guías turísticos; pero hoy, frente al crecimiento de la amenaza –los cazadores llevan terciados fusiles Kalashnikov– se han convertido en grupos tácticos organizados y armados, entrenados en estrategias de guerra y que utilizan en su misión de protección los más variados recursos. Uno de estos es el extraordinario sentido del olfato de los perros de raza bloodhound. En Mugie, una reserva ubicada en el corazón de Kenia, en la zona de Samburu, Claus se ha dedicado a entrenar perros para rastrear el camino de huída de los cazadores furtivos, y hoy su experiencia se está aplicando en otros lugares del continente. Con más receptores olfativos que cualquier otra raza, los bloodhound son expertos en detectar y seguir rastros minúsculos, casi imperceptibles; y es tal su eficacia que en Estados Unidos su veredicto puede ser aceptado como prueba ante una corte. Te recomendamos leer: La perra más rechazada ahora es una estrella de Hollywood 

Foto: Getty ImagesPero en las sabanas africanas el trabajo de estos hermosos perros de cuerpo enorme y gran resistencia física es muy complejo, especialmente porque el terreno salvaje está lleno de huellas olfativas que interfieren en su trabajo, y generalmente los cazadores han tenido horas, incluso días para huir. Sin embargo, por el momento parecen ser una estrategia efectiva. Claus se acomoda su sombrero de safari de color verde oliva, y con su voz gruesa y profunda empieza a relatar las hazañas de sus perros. La mayor de todas –dice– fue cuando lograron encontrar a un grupo de cazadores que llevaban dos días escapando y luego incluso de que una fuerte lluvia hizo aún más imperceptibles sus huellas de olor. “Los perros anduvieron desesperados todo el camino, buscando los trazos. Recorrimos unos cincuenta kilómetros. Y logramos encontrar a los bandidos justo antes de que cruzaran los límites de la reserva. Entonces los apresamos y el resto no lo puedo decir”. Los bloodhound son una estrategia disuasiva en el complejo esfuerzo por frenar la matanza de elefantes y ha surtido un efecto muy positivo. Los cazadores furtivos ya lo saben: es mucho más difícil escapar de donde hay perros entrenados. Pueden escabullirse en medio de la noche, pueden deshacerse de transmisores plantados en los colmillos, pueden escurrirse entre los matorrales dejando intacta cada rama y cada hoja, pueden ocultarse de los helicópteros y los drones, pueden burlar las patrullas de guardaparques... pero nunca podrán esquivar el olfato más poderoso de todos. Al final de la tarde, en las perreras donde unos 30 bloodhounds se agitan y ladran, Claus le pide a uno de los guardaparques que trate de ocultarse tanto como pueda entre los arbustos, para hacer una demostración. Luego de unos 30 minutos comienza la búsqueda. Tras olisquear un guante que usa el fingido cazador, uno de los perros sale a toda carrera, da giros en zigzag, se detiene por instantes aquí y allá, levanta el hocico al viento y, finalmente, encuentra a su objetivo agazapado junto a un tronco podrido. No tardó más de cinco minutos. Eso es lo que de hoy en adelante pueden esperar los cazadores furtivos. Mira también: Las 7 razas de perros que viven más que el promedio