Lo primero que llama la atención es la serenidad de su mirada. Todo, absolutamente todo su cuerpo permanece tranquilo, sin una mínima señal de ansiedad o angustia. Su rostro, sus manos y su cabello han sido testigos de varias versiones de sí misma: la de bacterióloga, la de esposa y la de mamá. Ahora, presenciarán una más: la de la mujer que, después de cuatro hijos y varios años de matrimonio, se va a tatuar.Son las 9:00 de la mañana y el sol ilumina el estudio de paredes blancas y techo bajo en el que trabaja Nicolás, tatuador con más de cinco años de experiencia en Bogotá. El artista pone sobre la mesa, por orden de tamaños, los tres diseños que escogió Mariela. El primero es un yin yang con una huella canina y una mano. El segundo, un electrocardiograma que va dibujando las formas de sus tres perros: Kayla, Milo y Natasha. Y el último, el rostro de Milo.

Foto. Sergio Acero.Mariela alista su brazo izquierdo para el diseño del electrocardiograma, que será el primero. Duda de su orientación. Al final decide que se verá mejor horizontal. “Lo quiero así porque representa lo que me hace vibrar y establece una conexión con las emociones. Quiero que esté cerca de las venas por lo que significa. Además, me gustaría que fuera discreto”, dice ella.Una máquina de tatuar Cheyenne Hawk con aguja Round Liner 5, ideal para líneas delgadas, empieza a sonar. Con un poco de tinta Dynamic en la punta —que no es muy gruesa—, Nicolás hace un trazo delicado para probar la resistencia de su cliente. No hay señal de dolor. Ella cierra sus ojos y es posible intuir que le pide a su cuerpo que le dé la bienvenida a una nueva marca. Abre rápidamente sus párpados y, con sus pupilas atentas, sigue el ritmo que va marcando el artista en su piel. 

Foto: Sergio Acero.Doce minutos después, Mariela está frente al espejo viendo con sorpresa el nuevo recordatorio de su amor por los animales. Nicolás le ajusta el otro diseño en su pantorrilla derecha, más cerca del pie que de la rodilla, y continúa con la aguja RL5 para delinear el yin yang que representa el interés creciente de esta mujer por la medicina china y su conexión con los perros. Interés que surgió a partir de una experiencia con Milo y de la transformación que generó en ella y en su familia.En medio del cambio de aguja, que ahora es una Round Magnum 9, especial para rellenos y buena creando profundidad, llega Carolina, la hija menor de Mariela y la que más emocionada está por sus tatuajes. Ambas se toman de la mano. En ese momento entra Gabriel, su esposo y el padre de sus hijos, un zootecnista apasionado y cordial.—Mija, ¿ves que no duele nada? —dice Gabriel.Hace un mes, él también se tatuó con Nicolás. Fue el primero en hacerlo, resultado de un deseo que tenía desde hace tiempo, pero que no había podido cumplir. Para exhibir sus marcas, enrolla la manga derecha de su camisa y deja ver varias de ellas: un árbol, la huella y silueta de un perro y las iniciales de su ‘parche’ —como le llamada a su esposa e hijos— en la parte externa de su brazo.El yin yang pareció incomodarle más que el electrocardiograma. Ahora viene el retrato de Milo, un perro que desde pequeño demostró su energía desbordante y entusiasta pero que debió someterse a varios ejercicios de recuperación debido al mal trabajo de un adiestrador que lo volvió agresivo. Luego de conocerlo, Mariela y Gabriel decidieron crear El Parche Canino, un lugar para el cuidado de perros rescatados que mantiene a toda la familia ocupada y feliz.El tatuaje del rostro de Milo le produce dolor en algunas zonas. Una aguja delgada termina los últimos detalles y la máquina deja de sonar. Son las 11:00 en punto. Mariela sonríe tímidamente y agradece las huellas de sus perros que ahora están no solo en su corazón, sino también en su piel.

Para mantener la calma durante la sesión, Mariela mezcló esencias, agua, aceites de estrella de Belén, lavanda e incienso en una botella. Milo fue su motivación para adentrarse en el mundo de las terapias alternativas. Foto: Sergio Acero.Te recomendamos leer también: A todo color, terapias para recordar.