Fue el amor lo que impulsó a Gloria Tabares a escaparse a Jurubirá, un corregimiento de Nuquí encerrado entre el océano Pacífico y la impenetrable selva chocoana. Siendo muy joven, dejó su pueblo, El Retiro (Antioquia), en busca de nuevas aventuras y del amor de Javier Montoya, hermano de una de sus compañeras de colegio. Ambos armaron su vida alrededor de Morromico, una playa que en ese entonces era desierta.
“Cuando llegas por primera vez, hay algo que se mete en tu sangre y en tu espíritu; es una sensación de plenitud, de grandeza. Ese bosque y el sonido que tiene. La selva es muy especial. Y hay un olor de esto en las mañanas”, dice Tabares, en Mejor Colombia, un pódcast que recoge historias de resiliencia contadas desde el corazón de las regiones del país.
De a poco, Gloria y Javier se hicieron amigos de la comunidad y empezaron a construir su hogar. Pescaban y sembraban banano y yuca, mientras disfrutaban de una vida austera pero plena. Prosperaron, tuvieron tres hijos y decidieron ofrecer, lentamente, hospedaje. Así nació el hotel Morromico y así se convirtieron en pioneros del ecoturismo en la región. Era una época en que los avistamientos de ballenas no eran tan conocidos.
Como en tantos otros territorios de Colombia, la guerra llegó a Jurubirá. Gloria y Javier, tras 20 años de un mundo de completa serenidad, tuvieron que huir porque aparecieron hombres armados, tanto guerrilleros como paramilitares. “Don Javier, tarde o temprano usted va a estar en cualquiera de los dos bandos”, le advirtieron..
Tras un año de refugiarse en Medellín, la pareja decidió regresar a reconstruir su vida en Morromico. Parecía que todo iba bien, pero el 5 de junio de 2017, a Javier Montoya lo asesinaron.
Ante la profunda tristeza de Gloria, su hija Melissa le preguntó qué podía hacer para ayudarla a volver a sonreír. Gloria le respondió que quería pintar. Con un par de amigas grafiteras de Melissa, armaron el colectivo Florece.
Ya ha pintado murales en Jurubirá, Arusí, Tribugá, Nuquí y en la comunidad indígena Villanueva. Gracias a las gestiones de Melissa, han traído artistas de todo el país y han conseguido patrocinadores como Pintuco y el Fondo Nacional de Turismo. Gloria calcula que ya han hecho más de 50 murales. Uno de ellos, una ballena junto con su ballenato, que es un recuerdo imborrable que tiene de su esposo.
“Un día estábamos aquí viendo el mar cuando, de pronto, vimos que en el fondo de la bahía había como una cosa grande (...). Salió un chorro gigante y Javier y yo empezamos a gritar como locos de la felicidad. ¡La ballena, la ballena! (...). Iba con un ballenatico, que de pronto salió a respirar. No te imaginas la sensación cuando ves una ballena por primera vez. Esto es una felicidad que se queda para siempre”, recuerda.
La idea no es solo fomentar el cuidado y el amor por la comunidad, sino por la biodiversidad de la región. Además, los murales forman una ruta turística que busca beneficiar económicamente a las comunidades.
“Lloré mucho esta tragedia, hasta que Florece llegó. Me puse a pensar que yo sólo debería agradecerle a Dios por los regalos que me dio. Me dio un buen hombre, me dio unos hijos y me dio esta esta vida aquí, que ha sido bonita. Y mi espíritu ha vuelto, y digo que he vuelto a florecer. Florecí yo y floreció mi casa”.
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