Cuando apenas tenía 18 años, Carlos Enrique Lehder Rivas –de origen alemán– ya tenía algunas pistas de lo que quería hacer con su vida. A los 16 abandonó el internado en Nueva York. En esa ciudad conoció el crimen robando autos y en ocasiones lo hacía de traje. Así lo narra el excapo en su libro Vida y muerte del cartel de Medellín, de Penguin Random House, que ya está a la venta en las principales librerías del país.
“El momento en el que decidí aceptar esa tentadora oferta marcó un antes y un después en mi vida. Terminó siendo la decisión que marcó mi destino en esta existencia, mi debut en el mundo del delito”, asegura.
No fue un narcotraficante común y corriente. Alejado de los estereotipos, ha sido investigativo, curioso, meticuloso, pero no siempre le salió bien.
“Estos primeros pasos en el crimen me condujeron también a la cárcel, donde no me rehabilité, sino que adquirí nuevos conocimientos para surgir en el mundo del delito”, aseguró.
Luego de pagar su primera condena siendo menor de edad, Lehder llegó a Colombia, donde conoció a otras personas que lo conducirían al mundo del crimen y al tráfico de cocaína, la sustancia que lo llevaría a ser uno de los principales líderes de los Extraditables.
“Carlos, mire, tengo que contarle: estoy enviando dos kilos de cocaína a Miami cada mes”, le dijo el Gago, uno de sus primeros socios. Lo único que tenía que saber de ese negocio era que tenía que obedecer al “patrón” y que si hablaba con la Policía, se moría.
Arturo Restrepo Quijano, don Arturo, se convirtió en su primer patrón, quien le pidió traer cocaína en carretera desde La Paz, Bolivia. El pago fue un kilo de cocaína en Estados Unidos.
Lehder logró el objetivo y volvió con una camioneta cargada con varios kilos de coca a Colombia. El pago era un kilo de cocaína que debía recoger en Texas. Lehder recordó un contacto en Estados Unidos que podía ir por la mercancía a cambio de una buena cantidad de dólares. Sin embargo, luego de haber hecho el trabajo, esa persona nunca apareció. Lo habían robado. A pesar de eso, volvió a hacer otro viaje a La Paz a recoger mercancía.
Una vez en Colombia, don Arturo le comentó a Lehder que lo quería matar y le propuso un negocio en Estados Unidos, sabiendo que él hablaba inglés y que tenía los papeles en regla en ese país. Tenía que recoger un motor de avión prensado con 300 libras de marihuana. Lo hizo pensando en que con la plata podría volver a Colombia a comprarse una casa.
Al llegar a territorio norteamericano fue capturado por agentes de la DEA. La sentencia fue de dos años en una correccional.
La cárcel le sirvió para hacer contactos en el mundo del crimen y leer, lo que le dio las bases para lo que sería un próspero negocio como narcotraficante.
Una vez cumplió su condena fue deportado a Colombia. Cuando llegó a Armenia a la casa de sus padres, ellos lo rechazaron con amor. Su padre le dijo que no podía albergar convictos en la casa, le dio un sobre lleno de billetes y le pidió andar por buen camino.
Lehder no siguió los consejos de su padre y siguió traficando. Descubrió una ruta por Canadá en la que transportaba la droga hasta Toronto para luego llevarla a Boston, en Estados Unidos, en carro. Todo iba bien hasta que le pillaron una mula, así que decidió cambiar de trayecto.
Se mudó a Miami junto a su novia Melody al lujoso condominio Ocean Pavilion, y luego de algunas investigaciones descubrió las Bahamas, unas islas que se habían acabado de independizar, no pedían visa a los gringos y quedan a 770 kilómetros de San Andrés y a 171 de Miami, todo un paraíso.
Junto a uno de sus socios consiguieron un piloto. Un abogado gringo, exmiembro de la Fuerza Aérea de ese país, que decidió aceptar porque se había separado de su esposa y había quedado en bancarrota.
Una vez instalado en Bahamas, Lehder empezó a construir el imperio que lo llevó a ser uno de los narcotraficantes más reconocidos del país y del mundo junto a otros exsocios como Pablo Escobar, tanto así que llegó a tener una isla privada en el país caribeño. Poco a poco, Lehder fue creciendo en el mundo del narcotráfico, al punto de convertirse hoy en el único capo vivo de ese grupo de extraditables que puede contar lo que sucedió en ese entonces.