Tan solo dos años atrás Emilio Otero parecía haber alcanzado su cima. O por lo menos, pudo comprobar que cada vez estaba más cerca de convertirse en uno de los funcionarios con mayor poder del Estado colombiano, pese al supuesto bajo perfil de su cargo: el de secretario del Senado. El 20 de julio del 2010, cuando se instaló la legislatura que coincidiría con el gobierno de la Unidad Nacional del presidente Juan Manuel Santos, Emilio Otero parecía tener controlado todo el Senado. Un control incluso superior al 87% de respaldo que el mandatario tenía en el parlamento. Porque ese día Otero fue reelegido por quinta vez como secretario de la corporación, y con una votación histórica. Nunca antes en el parlamento un secretario del Senado había sido elegido con el respaldo de nada más ni nada menos que de todos los 102 senadores.  El mismo resultado que ese día obtuvo el senador Armando Benedetti (la U), el presidente del Congreso con mayor respaldo en la historia de la institución (los mismos 102 votos), quien a la postre se convirtió en el único, quien de frente, trató de parar el poder de Otero.   Porque en todos los 10 años que Otero ejerció como secretario general, la primera vez que su poder tenía límites fue cuando Benedetti lo despojó de muchas de sus funciones. Desde entonces quedó planteada una confrontación que Otero pensó que ganaría con la llegada del conservador Juan Manuel Corzo a la presidencia del Congreso.  Dos años después, Cuando Otero parecía recuperar y hasta ampliar sus poderes, Benedetti consiguió su objetivo, y sin tener que moverse demasiado. Solo recurriendo a su poder mediático, que ha sabido manejarlo a la perfección.  Así se hizo poderoso  Otero, que treinta años atrás había llegado al 'corazón de la democracia' como humilde mensajero de la Cámara de Representantes, fue escalando peldaños hasta convertirse casi que en el senador 103. Desde el 2002, cuando por primera vez fue elegido secretario del Senado, Otero se aferró a ese cargo hasta convertirlo más trascendente que el de presidente del Congreso. La influencia de ese cargo estriba en sus propias funciones. El secretario es quien da fe de las actuaciones del Senado, no solo de las leyes y actos legislativos que se discuten, sino también de quién asiste y quién no, si está completo el quórum, cuál es el orden del día, entre otras. El secretario del Senado es quien interpreta el reglamento del Congreso y sus palabras guían el curso de las sesiones. Debido a ese poder, lo buscan lobbistas, ministros y congresistas interesados en que ponga o quite una palabra, suba o baje un proyecto de ley en el orden del día o certifique que un senador asistió. Pero esas funciones alcanzaron un nivel superior. Porque con Otero, el secretario del Senado se convirtió en el funcionario que conocía a todos los congresistas, que históricamente han sido vistos con reservas por la opinión pública. Cuando comienza una legislatura, el secretario es quien reparte los carros, parqueaderos y oficinas. Sabe quién necesita a un asesor y quién tiene a un familiar buscando trabajo. También da los permisos para utilizar los salones del Congreso. Y aunque los contratos de mantenimiento, instalaciones, tecnología, entre otros, pasan por la Comisión de Administración del Senado, como secretario tiene una capacidad enorme de influencia en las decisiones. "A él lo protege el 'partido de los amigos', un grupo de congresistas de todas las tendencias que está aquí buscando negocios", es una máxima entre todos los congresistas. El principio del fin Pero quizás aquel 20 de julio del 2010, el mismo día en que Otero por fin creía tener a todo el poder parlamentario controlado, en su bolsillo, sin distingo de origen político, también fue el día en que comenzó su ocaso. Porque Otero, de forma sistemática, y quizás ajustado a la ley, por ser el funcionario que mejor conocía la letra menuda de las normas, dio pasos para que el cargo que ostentaba alcanzara, poco a poco, un fuero tan cercano al de los altos dignatarios del Estado. Y la mejor oportunidad para ello fue en la reforma a la Justicia, un proyecto reclamado por el gobierno, pero al que el Congreso, los magistrados, y hasta el propio Ejecutivo, le metieron la mano para ajustar nuevas normas a su medida. El secretario general del Senado no fue la excepción, y aprovechó ese ambiente, incluso, para autoblindarse. Pues la tarde en que los conciliadores se reunieron, él fungió como secretario. Lo grave fue que en el texto que salió al final, los conciliadores incluyeron, entre una manada de micos, un artículo que le daba a Otero un fuero semejante al del presidente de la república. En otras palabras, en caso de que la reforma hubiera entrado en vigor, Otero solo sería investigado penalmente después de que el Senado (que lo elige) le hiciera un antejuicio político. Además, las denuncias en su contra debían presentarse con nombre propio. Una propuesta que se incluyó desde el sexto debate. Fue promovida por 30 senadores, y estaba tan bien redactada, que nadie se dio cuenta de sus alcances hasta que se destapó el escándalo. Pero Otero ya había dado pasos para hacerse más poderoso. Se supo que mientras el Congreso ocupaba su atención en el marco para la paz, la propia reforma judicial, y las demás iniciativas reclamadas por el presidente Santos, se produjeron normas que aumentaban el salario del secretario general del Senado. El cargo, con el aval del Ministerio de Hacienda, pasó a ser uno de los mejores pagos del Estado: 360 millones al año, casi un millón de pesos diarios. La soledad de Otero Otero se fortaleció siempre con la complacencia de congresistas y el gobierno. Todos necesitaban de su influencia, de su poder. Siempre fue aliado del Ejecutivo y ayudó para que los gobiernos de Uribe y Santos tuvieran éxito con sus proyectos y reformas. Los congresistas siempre prefirieron tenerlo de su lado, admitiendo su capacidad e incidencia, porque a casi todos les ayudó. Los reporteros de todos los medios de comunicación deben admitir que Otero, además, era una muy buena fuente de información. Un solo dato del secretario general a veces se convertía en una gran primicia.  Pero dos años después de aquella histórica votación, las cosas cambiaron. Ni el propio Otero, ni el gobierno, ni el parlamento, calcularon el impacto del descalabro de la reforma a la Justicia. El Congreso, quizás, se llevó la peor parte. Se convirtió en la institución más desprestigiada del Estado en la opinión pública. Y como a partir de este viernes el principal reto del legislativo es trabajar para quienes fueron sus electores, los ciudadanos del común, el Congreso inició su tarea para limpiar su imagen. La primera tarea, la elección del secretario. La opinión pública, que no quiere que el episodio de la reforma a la Justicia pase sino que todos los responsables paguen, encontró en esa elección de secretarios de Senado y Cámara la posibilidad de cobrar 'su nueva cabeza'. El cuestionado Emilio Otero, como era previsible, se postuló para su sexta reelección consecutiva. Y la presión ciudadana al parlamento obligó a que los mismos senadores que hace dos años lo ungieron, hoy le dieran la espalda. No tenían otro camino. Otero pensaba que los 102 senadores (hoy 101, por la silla vacía que le impusieron a la curul de Javier Cáceres) se la jugarían por él, gracias a que el reglamento del Congreso establece que su elección es secreta. Pero como los propios parlamentarios entendieron la inconveniencia política de hacer la votación de espaldas al país, Otero comprobó que su poder por primera vez estaba en jaque. Sin embargo, el secretario del Senado no se quedó quieto. Intentó -en un último y desesperado recurso- hablarle a todos los senadores. Buscó citas en cada partido político y encontró, para su sorpresa, respuestas negativas. Los conservadores, que siempre le habían garantizado su postulación, esta vez le dieron la espalda. Los liberales, que siempre habían votado por él, le sugirieron que su ciclo había terminado. La U, el Polo, los Verdes, el PIN, Cambio Radical, no tuvieron como respaldarlo. Nadie tenía nada en su contra, pero afirmaron la inconveniencia política, en medio de la mayor crisis institucional del Congreso, de reelegirlo. ¿Con la cara en alto? Otero lo entendió, y antes que salir del Capitolio derrotado en una votación pública, prefirió no someterse a ese escarnio. Y 24 horas antes de la votación, en solitario, anunció que declinaba a su aspiración. El nuevo secretario general del Senado será escogido, entonces, entre los 128 aspirantes que quedan y que se inscribieron mediante la convocatoria pública. Pero como le dijo el senador Juan Fernando Cristo a SEMANA, en una elección con 128 candidatos "se puede colar de todo". Por eso ya hay rumores y especulaciones de que en esa extensa lista de candidatos, cuyas hojas de vida fueron avaladas por la Comisión de Acreditación del Senado, pueda haber alguna ficha de Otero para mantener su reinado, pero "en cuerpo ajeno". Si muchos excongresistas que cayeron en el proceso de la ‘parapolítica’ lo pudieron hacer, porqué no haría lo mismo un funcionario que se convirtió tan poderoso como sus propios superiores, los congresistas. La única fórmula de depurar la lista, será modificar la elección. Hay un consenso político para aplazarla, y así estudiar con más calma las hojas de vida de los aspirantes. Pero en el papel, este 20 de julio en la tarde se tendría que decidir. Pero lo cierto es que Otero, oriundo de Sahagún (Córdoba), que llegó al Congreso hace más de 30 años de la mano de Jorge Ramón Elías Náder, que empezó como mensajero y aprendió a hacer política a la perfección, abandonará la oficina y la silla con la que manejó el parlamento con una sola mano. Emilio Otero, el 'senador 103', el todopoderoso, se convirtió en el segundo sacrificado de la reforma a la Justicia.