El regalo de la vida justifica diarios motivos de felicidad.En lo personal, hay días con pequeños y grandes detalles de felicidad. Escuchar el trino sentimental de un pajarito que acaba de nacer causa felicidad. Los fracasos traen ilusión y felicidad cuando hay la decisión de volver a empezar. He visto morir personas felices al sacar conclusiones sobre su examen de conciencia.
No me voy a referir a días felices de la vida personal, que son muchos, como el nacimiento de los hijos, o jugar con los nietos en el seno del hogar. Cada lugar de Colombia me genera felicidad y quisiera quedarme allí, partir me genera nostalgia.“Vayan ustedes a encontrarla, que usted lo necesita para su futuro político”, respondí a quienes me esperaban en la base militar de Catam para ir a recibir a la doctora Íngrid Betancourt, a los tres norteamericanos y a los colombianos, rescatados en la Operación Jaque tras un largo y tortuoso secuestro.
En la madrugada volvieron a mi mente a aquellos inicios de 2003 cuando compartí con mi señora sobre el proyectado rescate del gobernador Guillermo Gaviria y del exministro Gilberto Echeverri. También volví a rezar. Me embargaba un halo de confianza, veníamos trabajando en el tema desde 2002, había experiencia acumulada, mejor tecnología, dos meses antes se había abatido en la selva de la hermana Ecuador a quienes controlaban el secuestro.
Bajo mi responsabilidad pedí el plan B, se habría aplicado si los terroristas hubieran impedido que los rehenes subieran al helicóptero. No podíamos dejar que regresaran a la selva, los informes eran preocupantes. Ese plan B debería ejecutarse con la llegada inmediata de comandos de apoyo, estacionados a minutos, que realizarían el cerco humanitario, amplio para no provocar una acción letal de los captores, estrecho para que no se fugaran. Debería entrar alguien a negociar la liberación, estaba listo el canciller francés Bernard Kouchner, de Médicos sin Fronteras. Interlocutor muy simpático, quien con enorme sutileza me pedía que el presidente Chávez reasumiera la liberación.
A mis repetidas negativas le agregué, sin soltarle un solo detalle de la operación, que estuviera preparado para negociar en el interior de un cerco humanitario. El canciller me suministró el teléfono de su residencia en París, le marqué solamente para darle la buena noticia.
Aquel día pensé que debería cumplir mis deberes, ni la expectativa de la operación ni su éxito me apartaron de la agenda. Por la mañana acudí a apoyar a la comunidad de Puerto Wilches, afectada por inundaciones del río Magdalena. De regreso al aeropuerto de Barrancabermeja, a bordo de un helicóptero, al restablecer la señal telefónica, fui informado del feliz logro.En la noche, al ver a los liberados en la Casa de Nariño, miré con contento de papá a doña Yolanda Pulecio de Betancourt.
Fue un diálogo televisado con los rehenes, envié un mensaje de paz al terrorismo. El rescate fue sin disparar un tiro y tampoco se disparó a los terroristas que quedaron en tierra. Todo para acreditar la superioridad del Estado democrático, que para disuadir y derrotar a la violencia no tiene que renunciar a las expresiones humanitarias, que tampoco se pueden confundir con la indulgencia absoluta, propia de débiles y cómplices.
La noche anterior me reuní en Cartagena con el senador John McCain, candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Consideré mi deber que el ilustre visitante supiera, como representante de su país, que se adelantaría una operación para buscar rescatar también a tres norteamericanos secuestrados. El avión del senador McCain aterrizaba en Ciudad de México cuando recibió mi llamada para comunicarle la buena nueva. Sus palabras eran su retrato: un estoico de encumbrada dimensión humana. Estuvo acompañado por el senador Joe Lieberman, del partido contrario.
Gracias, Fuerzas Armadas de Colombia.