VICKY DÁVILA (V. D.): general, ¿cuántos años tiene hoy?
JESÚS ARMANDO ARIAS CABRALES (J. A.): 86 años, bastante adelantados.
V. D.: o sea, va para los 87.
J. A.: sí.
V. D.: general, usted está condenado a 35 años de cárcel por desaparición forzosa por el holocausto del Palacio de Justicia. ¿Cree que le va a alcanzar la vida para pagar dicha condena?
J. A.: creo que fue muy optimista quien produjo esa sentencia creyendo que yo alcanzaría. Desde luego que no alcanzaré a pagar.
V. D.: ¿cómo se siente?
J. A.: siento que el cumplimiento del deber me trajo a estas circunstancias. En mi conciencia estoy convencido de que nunca cometí infracción alguna, nunca emití una orden ilegal. En las situaciones que se presentaron en la recuperación del Palacio de Justicia, lo único que hizo la fuerza pública, y específicamente la Brigada 13, de la cual era el comandante, fue rescatar a los secuestrados.
V. D.: pero, general, usted tiene una condena en firme de la Corte Suprema de Justicia por desaparición.
J. A.: desafortunadamente, por el incendio y por toda esa tragedia tan intensa, fue imposible que Medicina Legal identificara todos los cadáveres calcinados. Fue imposible establecer su identidad verdadera, y la ausencia de medios científicos, como la prueba de ADN, terminó dando como resultado que hubo desaparecidos, cuando en realidad no fue esa la circunstancia. Un tribunal especial de instrucción creado por el presidente de la República, el mismo 13 de noviembre de 1985, en sus conclusiones, manifestó que no hubo desaparecidos, sino cadáveres que nunca pudieron ser identificados.
V. D.: ¿O sea que usted insiste, a pesar de su condena a 35 años, que no hubo desaparecidos en el Palacio de Justicia?
J. A.: la prueba está en que, a lo largo de las investigaciones posteriores, vinieron apareciendo las personas que se daban por desaparecidas. Primero, en una fosa común y, posteriormente, en lugares como Barranquilla o Manizales.
V. D.: general, ¿usted, entonces, sigue afirmando que es inocente?
J. A.: soy inocente, fui quien terminó como chivo expiatorio de estas circunstancias. Pero a través de las investigaciones posteriores se ha venido esclareciendo que de las 13 personas que inicialmente se mencionaban como desaparecidas han venido apareciendo, lo cual está confirmando un fallo que me fue favorable en la justicia penal militar. Se dice que no había ninguna responsabilidad de mi parte ni de las otras personas de la Brigada 13 que hacían parte del grupo de inteligencia.
V. D.: ¿Para usted qué significa el M-19?
J. A.: el M-19, en 1985, era un grupo subversivo, estaba fuera de la ley a pesar del tratamiento que el presidente Betancur le había dado de una manera especial para que se reincorporara a la vida civil. Prácticamente, dejaron a un lado esas concesiones y se embarcaron en esa misión delictiva que fue la toma del Palacio de Justicia, con las consecuencias deplorables y siempre lamentables para el país.
V. D.: ¿Qué piensa sobre quienes pertenecieron al M-19, sobrevivieron y hoy están en la vida política?
J. A.: después de la toma al Palacio de Justicia, vino una magnanimidad por parte del presidente Betancur que fue confirmada por su sucesor, el presidente Barco, para que el M-19 se reincorporara a la vida civil. Así llegaron a ministerios, gobernaciones, alcaldías, etcétera; entonces, que ese sea un motivo para pensar que el resto de grupos subversivos que hoy en día persisten en sus acciones violentas se reincorporen realmente de corazón a la vida civil y a los acatamientos de una sociedad democrática, como lo establece nuestra Constitución.
V. D.: el hoy presidente Gustavo Petro perteneció al M-19 y, en una entrevista con SEMANA, aseguró que ese grupo estaba conformado por jóvenes rebeldes. ¿Usted está de acuerdo?
J. A.: Pues sería una manera de calificar la rebeldía, pero claramente eran personas que estaban por fuera de la ley y así lo demostraron en la toma del Palacio de Justicia.
V. D.: al señalar que “estaban por fuera de la ley”, ¿quiere decir que los del M-19 eran delincuentes?
J. A.: sí, estaban irrespetando la Constitución y las normas que nos rigen.
V. D.: ¿La toma del Palacio de Justicia fue un acto político o qué fue?
J. A.: sí, querían hacer algo similar a la toma de la Embajada de la República Dominicana. Sin embargo, el presidente de la república, Belisario Betancur, al ver esa acción del asalto al Palacio de Justicia y de la toma de rehenes en alianza con el narcotráfico, no dudó después de consultar, inclusive, con los expresidentes y con sus ministros que la única acción que le quedaba abierta en ese momento era el rescate con el empleo de la fuerza pública.
V. D.: pero, entonces, no fue una acción política, sino un secuestro…
J. A.: fue un secuestro que tenía unos propósitos, según lo manifestaron después sobrevivientes del M-19 y quienes tuvieron participación en el plan de la toma que buscaban algunas concesiones, principalmente, eliminar la extradición hacia Estados Unidos.
V. D.: el presidente Gustavo Petro, en el momento de la toma al Palacio de Justicia, pertenecía al M-19. ¿Participó en eso o no?
J. A.: personalmente, no, porque se encontraba detenido, creo que en la cárcel Modelo de Bogotá. No podría afirmar si él participó en esas actividades.
V. D.: eso no lo sabe…
J. A.: no lo sé y no puedo tomar ninguna posición en ese sentido, porque no puedo contrariar mi conciencia.
V. D.: ¿Qué significa para usted la llegada a la presidencia de un exguerrillero del M-19?
J. A.: sería un ejemplo para los otros grupos al margen de la ley de que hay posibilidades de retornar a la vida civil y acogerse a las normas que nos rigen en este país. Lo importante es que se hayan dejado las pretensiones violentas para ceñirse a la Constitución.
V. D.: hay una paradoja: los sobrevivientes del M-19 pudieron rehacer sus vidas, participar en política, uno de ellos es el presidente de la República, pero usted está preso y condenado a 35 años de cárcel. Usted era militar y autoridad en medio de la toma.
J. A.: había que condenar a alguien y terminé siendo yo el que llevó la peor parte.
V. D.: pero, le repito, ¿es una paradoja que Petro sea presidente y usted esté condenado por delitos de lesa humanidad?
J. A.: no hay otro calificativo más preciso que ese, que el comandante de la Brigada 13 en ese momento, que era yo, con la responsabilidad compartida con la Policía en materia de seguridad y orden en Bogotá, hubiera terminado afrontando una condena de esta categoría después de cumplir con la tarea de rescatar a más de 260 personas y poner, por parte de la fuerza pública, 11 fallecidos y más de 30 heridos.
V. D.: cuando usted ve al presidente Petro y se mira en su condición de general preso y condenado, ¿qué siente?
J. A.: afortunadamente, me he venido despojando de cualquier situación de odio o de otro tipo de sentimientos. Lo he asumido entendiendo que, como una persona, la vida me puso en esta situación y que mi condición como militar en ese momento me llevó a esto. Acepto esa circunstancia. Pero, desde luego, hubo una injusticia con esta condena que no corresponde a las realidades en el campo de las operaciones y en el campo jurídico.
V. D.: le voy a mostrar un decreto del 12 de abril que busca quitarle todas las condecoraciones que le dieron después de la toma del Palacio de Justicia como reconocimiento a su labor como militar. ¿Qué piensa?
J. A.: en ninguna parte, ni en los códigos, ni en nuestra reglamentación existe eso. En su momento, el Gobierno me dio un reconocimiento con una condecoración por mis servicios distinguidos en el orden público, con mi ascenso a mayor general, respaldado por una decisión como corresponde por el Congreso. Posteriormente, recibí la confianza de la presidencia y de los mandos militares hasta llegar a ser comandante del Ejército. Entonces, no hay una base legal y real para que se tome esa decisión.
V. D.: ¿Para usted qué significan esas condecoraciones?
J. A.: significan el cumplimiento del deber y, sobre todo, el sacrificio, la dedicación y la entrega de quienes eran mis subalternos en ese momento.
V. D.: y, si se las quitan, ¿las devuelve?
J. A.: Si son decisiones legales, nos enseñaron desde la Escuela Militar que se cumplen. Nunca vamos en contra de la ley, esa ha sido nuestra posición siempre y, por eso, llevamos el uniforme y entregamos nuestra vida e, inclusive, hasta la misma familia.
V. D.: ¿Le duele si se las quitan?
J. A.: desde luego. Es una injusticia más que se añade a esta condena prolongada de 35 años.
V. D.: y sería un precedente para los demás retirados…
J. A.: claro, se estarían inmiscuyendo en las decisiones de las instituciones y mandos que conceden estos reconocimientos al retirarlas.
V. D.: ¿Se acuerda de Antonio Navarro?
J. A.: sí, claro, fue ministro de Estado y gobernador de un departamento.
V. D: después de haber estado en el M-19…
J. A.: sí.
V. D.: ¿Se acuerda de Otty Patiño?
J. A.: sí, desde luego.
V. D.: hoy es jefe negociador frente al ELN.
J. A.: mmm.
V. D.: ¿Cuál era el papel de Antonio Navarro y de Otty Patiño en el M-19?
J. A.: altos directivos, eran de las cabezas máximas y quienes tomaban las decisiones, pero específicamente no puedo establecer cuáles, era una cadena de mando existente dentro de ese grupo.
V. D.: Augusto Rodríguez también estuvo en el M-19 y hoy es director de la Unidad Nacional de Protección.
J. A.: sí, por eso tengo la esperanza y el deseo muy íntimo de que quienes estuvieron, y especialmente de quienes aún persisten en mantenerse fuera de la ley, se comprometan y le cumplan al país.
V. D.: le doy dos nombres más de ex integrantes del M-19: Manuel Casanova, que hoy está en la Dirección Nacional de Inteligencia, y Fabio Mariño fue nombrado en el Consejo Superior de la Universidad Militar. Pero usted está preso…
J. A.: sí, esas son circunstancias que a veces en mi interior no entiendo. Ni cómo se llegó a esas situaciones.
V. D.: ¿Se equivocaron en su momento los altos mandos cuando no aceptaron que también se diera un indulto para los militares o no?
J. A.: no se hizo porque se tenía la convicción, la conciencia y la confianza de que las autoridades que tomaban las decisiones jurídicas lo harían de una manera acertada, consciente y concordante con las realidades jurídicas y de los hechos.
V. D.: si pudiera retroceder el tiempo con todo lo que ha pasado, ¿aceptaría el ofrecimiento del indulto para los militares?
J. A.: solo creo que hay un desbalance en las decisiones que se tomaron a favor de quienes estaban por fuera de la ley, y de quienes actuábamos en cumplimiento de la ley.
V. D.: favorecieron más a los criminales…
J. A.: sí, el presidente y todos intentaron abrir caminos de conciliación y de reintegro a la vida civil, dando esas oportunidades, esas gabelas y esas preferencias que hoy están gozando.
V. D.: según la Justicia colombiana, el general Jesús Armando Arias Cabrales es un criminal. ¿Usted se siente así?
J. A.: en ningún momento desde que se terminó la operación de rescate y se recuperó el Palacio de Justicia he sentido que haya infringido alguna norma legal.
V. D.: en la JEP, frente a los familiares de las víctimas, usted dijo que era una víctima y se le vino el mundo encima. Explíquenos, general, ¿por qué se atrevió a decir eso?
J. A.: porque sigo convencido de que las víctimas no son solo las personas que, desafortunadamente, fallecieron allí. Fuimos todos. El país fue y es una víctima de ese holocausto, el Poder Judicial y las Fuerzas Militares. Nunca se ha reconocido que la fuerza pública, en esas circunstancias, perdió a 11 de sus integrantes que fallecieron y que hubo más de 30 uniformados heridos que quedaron con secuelas. Entonces, fue una tragedia para todo el país y, por lo tanto, como colombianos, nos tenemos que sentir víctimas.
V. D.: ¿Hoy se reafirma, en esta entrevista con SEMANA, como una víctima de la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19?
J. A.: sí, fuimos víctimas todos, el país y el mismo M-19 que perdió a parte de sus integrantes.
V. D.: bueno, pero ellos eran los terroristas…
J. A.: pero las familias de ellos también estarán sintiendo la pérdida de quienes fueron sus familiares.
V. D.: perdóneme lo que le voy a decir, pero ¿quién los mandó a tomarse el Palacio de Justicia y a ser terroristas?
J. A.: sí, ellos planearon, se prepararon, recibieron el apoyo del narcotráfico…
V. D.: de Pablo Escobar…
J. A.: claro, de Pablo Escobar. Eso está comprobado. Hubo reuniones previas con dos de los directivos importantes del M-19 que iban a tener participación para recibir apoyo económico. Uno de los propósitos era impedir la extradición de los narcotraficantes hacia Estados Unidos.
V. D.: ¿Los generales lloran o no?
J. A.: puede que no lo manifestemos, pero las lágrimas siempre ruedan por las mejillas.
V. D.: ¿Ha llorado mucho en estos años?
J. A.: he llorado porque, afortunadamente, como ser humano, tengo mis sentimientos, tengo mi conciencia y tengo mi corazón.
V. D.: hace poco tiempo enviudó, tuvo que despedirse de su señora. ¿Qué fue lo más difícil de esa despedida, aparte de lo obvio, perder a un ser querido?
J. A.: mi esposa fue mi soporte durante todo este tiempo. Inclusive, ella misma fue víctima cuando, en algunas oportunidades, asistió a la Fiscalía para acompañarme y fue agredida, golpeada, tanto ella como mi hija y el vehículo en que se transportaba, por quienes hacían las manifestaciones y se organizaban frente a la Fiscalía cuando yo iba. Agobiada, se exacerbó la enfermedad que tenía. Me limitaron la compañía y solo pude ir a Jardines del Recuerdo a que reposara con sus familiares.
V. D.: o sea que usted no pudo estar en su último momento…
J. A.: únicamente pude acompañarla para dejar las últimas flores en su tumba.
V. D.: ¿Se acuerda de lo último que le dijo ella de este proceso antes de morirse?
J. A.: ella siempre me respaldó y me decía: “Esto es una injusticia, pero son pruebas que mi Dios nos pone en el camino y hay que aceptarlas como él no las envía y tratar de superarlas pidiéndole a él. Siempre en algún momento hay alguna respuesta favorable”.
V. D.: ¿Se acuerda de lo que le dijeron los familiares el día de la audiencia en la JEP?
J. A.: eso, realmente, fue una asonada. En esa audiencia se me habían presentado tres cuestionarios que incluían 120 preguntas para responderlas. En ningún momento tuve mención de alguna de esas preguntas y me sentí solo, acompañado con mi abogada, que no podía participar en absolutamente nada. Mientras tanto, durante dos días, solo hubo improperios e insultos…
V. D.: ¿Qué recuerda de lo que le decían los familiares de las víctimas ese día en la audiencia de la JEP?
J. A.: me gritaban “asesino”, “¿dónde está nuestra gente?”, “¿dónde los masacraron?”. Nunca aceptaron que se diera respuesta y que había sido parte de la acción del grupo subversivo que había asaltado el Palacio de Justicia y, sin ninguna consideración, había provocado un incendio por quemar los expedientes de los extraditables.
V. D.: pero ellos se sintieron insultados con eso cuando usted les dijo que usted también era víctima.
J. A.: sí, no aceptaron una realidad. En un momento determinado, todos somos víctimas.
V. D.: ¿Cuál era el sentimiento exacto que usted tenía frente a los familiares de las víctimas del Palacio de Justicia en la audiencia de la JEP?
J. A.: nunca de rabia. Me he venido despojando de todas esas circunstancias que para mí serían más gravosas en la situación en la que estoy. Fue de entender que ellos siguen siendo solidarios con la pérdida de sus seres queridos, que los siguen extrañando y que siguen sintiendo su ausencia, pero también sentía que había una manipulación. Que eso había sido un montaje y se prepararon para que ellos tuvieran esa conducta agresiva en contra mía y de la institución.
V. D.: al entrar a la JEP, usted logró estar aproximadamente dos años en libertad. Pero, cuando los magistrados se dan cuenta de que no va a aceptar su culpabilidad, lo expulsan. ¿Cómo sintió esa situación? ¿Para la JEP solo era aceptable que usted se declarara culpable?
J. A.: me acogí a la JEP entrando por la vía de la revisión para que se analizaran ciertas circunstancias y que no hubo desaparecidos. Allí me dieron una libertad condicionada, aunque tenía que permanecer acá por razones de seguridad, como me lo impuso el comandante del Ejército. Era una libertad que escasamente me permitía salir sin tener que estar pidiendo permiso previamente para asistir a mis citas médicas, que es a lo que asisto por mi edad y por las dificultades de salud que padezco. Luego, la Sala de Definición de Situaciones Jurídicas es la que organiza lo que se llamó una audiencia dialógica, donde no hubo diálogos, sino una serie de manifestaciones de acoso, de presión e insulto por parte de quienes asistían como contraparte.
V. D.: ¿Se sintió maltratado por la JEP?
J. A.: sentí que no se me dieron las oportunidades para dar respuesta a unos cuestionarios que me permitieran aclarar y poner mucho más en firme la realidad de que no hay ninguna responsabilidad por parte de la fuerza pública. Tengo la convicción de que no es solamente mi defensa, sino de mi institución.
V. D.: cualquiera, a los 86 años, condenado a 35 años de prisión, sería práctico y, siendo cierto o no, aceptaría que desapareció a esas personas para quedar libre y tranquilo. ¿Por qué no lo hizo?
J. A.: esa hubiera sido una manera fácil de solucionar.
V. D.: de quedar libre definitivamente.
J. A.: pero tengo una responsabilidad con mi conciencia, mi familia y mi institución. Lo que me enseñaron como lema en nuestro Ejército fue “honor” y hay que mantenerlo.
V. D.: ¿Usted prefiere defender el honor militar que aceptar una culpabilidad así la Justicia de Colombia lo haya condenado?
J. A.: no puedo pasar por encima de mi conciencia y de mis propios sentimientos, mi familia y mi institución. Seguramente, estoy muy cercano al último recorrido hacia el lugar de reposo eterno y me iré con la conciencia tranquila. No podía y no puedo aceptar algo que no cometí.
V. D.: ¿Prefiere estar preso hasta el último día de su vida antes que reconocer que desapareció a personas en el Palacio de Justicia?
J. A.: sí.
V. D.: ¿No le importa?
J. A.: no me importa, porque no puedo violentar mi conciencia, ni lo que me enseñaron en una familia totalmente religiosa, cumplidora de su deber y trabajadora. No puedo pasar por encima del ejemplo que recibí en mi casa, ni de lo que me enseñaron en mis años de colegio con los padres jesuitas.
V. D.: ¿Cómo fue la toma del Palacio de Justicia?
J. A.: ese 4 de noviembre me reintegré después de haber ido a una misión al Sinaí y tomar unos días de vacaciones. Allí me entero de que para el 17 de octubre, fecha en la cual no estaba en el país y de lo que no tenía conocimiento, el M-19 había preparado el asalto al Palacio de Justicia, aprovechando la afluencia de periodistas, porque el presidente de Francia, el señor Mitterrand, se encontraba de visita en Colombia. No ocurrió.
V. D.: ¿Qué pasó entonces?
J. A.: la Brigada se puso en cierto grado de alistamiento y el ministro de Defensa, el general Vega, le ordenó a la Policía reforzar la seguridad en el Palacio de Justicia con un oficial, un suboficial y 20 agentes. Desafortunadamente, el 6 de noviembre, cuando se presentó la toma, la Policía había levantado ese dispositivo. Las únicas personas que podían ofrecer algún tipo de resistencia verbal, si es que se puede decir, eran dos celadores y el administrador del Palacio de Justicia, que fueron asesinados por el M-19 al iniciar el asalto. Entonces, para mí fue una sorpresa. Yo estaba en un comité de revisión de la reglamentación del Ejército en la Escuela Superior de Guerra cuando me avisaron.
V. D.: ¿Y salió corriendo para el Palacio de Justicia?
J. A.: llamé al comandante del Ejército a decirle: “Está ocurriendo esto, mi general”. Me dijo: “El presidente dio la orden y la autorización de que se inicie una operación de rescate. No hay diálogo, se debe emplear la fuerza para rescatar el palacio”.
V. D.: ¿Usted recibió una orden?
J. A.: una orden de mi superior inmediato, que tenía el aval del señor presidente de la República, que expresamente había manifestado: “Se rescata el Palacio de Justicia”. Se cumple la operación durante 28 horas. Hubo que evacuar la tropa y la Policía y otras personas que nos colaboraban en la parte humanitaria, como la Cruz Roja y la Defensa Civil, porque las condiciones del incendio así lo obligaron. Intentamos reingresar el día 7, a la madrugada, a las tres de la mañana. Estuvimos 20 minutos, pero las condiciones de calor, de humo y de invisibilidad interna no cedían. Tuvimos que retirarnos de nuevo, evacuar el palacio para reingresar a las seis de la mañana del día 7, hasta las 3:30 de la tarde, cuando terminó la operación de rescate.
V. D.: ¿Es cierto, como dijo el coronel Alfonso Plazas Vega, que usted dio la orden de ingreso al Palacio de Justicia de los tanques Urutú y Cascabel?
J. A.: Sí, cuando tratamos de ingresar, los únicos accesos posibles eran la puerta que da a la plaza de Bolívar, al costado sur del palacio, y el del parqueadero por la carrera Octava. Los dos estaban bloqueados, minados con explosivos, entonces, era imposible tratar de entrar empujando simplemente la puerta o exponiéndose al fuego nutrido que se recibía desde adentro del palacio. Entonces, había que emplear los tanques. Penetrar, abrir la puerta y por el parqueadero también. Por eso se emplean para romper esa barrera que se había impuesto con explosivos, con fuego nutrido, de armas automáticas, desde dentro del palacio por parte del grupo asaltante, que tenía cerca de 40 personas con armamento y explosivos de toda naturaleza y no se podía exponer la vida de las personas de una manera irresponsable.
V. D.: ¿Usted dio la orden de que las personas rescatadas fueran trasladadas a la Casa del Florero?
J. A.: sí, el comandante de Policía de Bogotá, el general Vargas, me dijo: “Ya ocupamos acá la Casa del Florero, tengo Dijín, Sijín, y hablamos con el administrador de la Casa Museo y nos autorizó. Acá podemos organizar la recepción de la gente”. Entonces, las personas rescatadas, poco a poco, se iban conduciendo hacia allá con la ayuda de la Cruz Roja, la Defensa Civil, la Policía y el Ejército para la identificación con muchas dificultades. La mayoría había perdido sus documentos. Luego, se evacuaban en vehículos de la Defensa Civil y la Cruz Roja y se acercaban a sus residencias.
V. D.: ¿Usted dio la orden de torturar a los rescatados?
J. A.: no, la orden era ayudar a esas personas a salir. Estaban en shock. Las imágenes de los noticieros muestran cómo personalmente el Ejército, la Policía y los demás ayudan a llevar de la mano o del brazo a la gente en pánico. En las comunicaciones radiales, que de manera ilegal fueron copiadas y posteriormente hicieron parte de la investigación, los peritos manifiestan bajo juramento que en ningún momento en la grabación de 28 horas que hizo un radioaficionado hay una orden por parte del comandante de la Brigada, o sea yo, de actos ilegales. Por el contrario, dicen que el general Arias manifiesta que se le debe dar el trato adecuado a las personas.
V. D.: general, ¿el presidente Belisario Betancur dio órdenes? Se dice de todo. Hasta que los militares lo habrían tenido secuestrado y que no pudo gobernar en esas horas de la toma. ¿Qué hay de cierto en eso?
J. A.: no es cierto. El señor presidente Betancur asumió esa decisión. Él tomó contacto con los expresidentes y con algunos de los candidatos a la presidencia, porque estábamos en campaña electoral, y dijo: “Los expresidentes me dijeron que no hay salida diferente al empleo de la fuerza como lo impone la Constitución y rescatar el Palacio de Justicia”. Allí estaban nada menos que las cabezas más brillantes que tenía el Poder Judicial en ese momento. Entonces, el presidente estuvo en todo ese recorrido trágico de 28 horas del Palacio de Justicia acompañado por los ministros. Hay actas. Además, el señor presidente, el 7 de noviembre de 1985 a las ocho de la noche en televisión, dando resultado de la operación de rescate y de la desafortunada muerte de tantas personas, dijo: “Yo impartí la orden y asumo la responsabilidad”.
V. D.: ¿Se equivocó, entonces, el presidente Betancur al no negociar con el M-19 en medio de la toma?
J. A.: hubo intento de negociación. Yo no participé porque estaba manejando la operación y no tenía acceso. El primer día fue a través del director general de la Policía, el general Delgado Mallarino, con el presidente de la Corte Suprema de Justicia, el doctor Reyes Echandía. Al día siguiente, se hizo por medio del presidente del Socorro Nacional de la Cruz Roja, el doctor Martínez, lo acompañé para el ingreso al Palacio de Justicia, porque siempre estuve dentro. Él, por medio de un megáfono, protegiéndose de disparos que nos rozaban, intentaba decirles “pongan en libertad a los rehenes”, que quedaban todavía en el último reducto, que era el baño del entrepiso segundo y tercero. “Se les va a respetar la vida, salgan sin armas, con las manos en alto”, repitió varias veces por el megáfono.
V. D.: ¿Qué pasó ahí?
J. A.: lo que él recibió como respuesta fueron disparos y me dijo: “General, no puedo hacer nada más”. Llevaba medicamentos porque se sabía que los estaban necesitando algunos de los miembros de la Corte Suprema y del Consejo de Estado. Me dijo: “No puedo entregar los medicamentos, la respuesta es siempre disparos e insultos, por favor, ayúdenme a salir”. Lo escoltamos hasta la salida.
V. D.: ¿Entonces, el presidente Betancur hubiese podido continuar con la negociación para evitar que esas personas murieran?
J. A.: sí, él tomó la decisión del rescate y, como lo manifestó en algunas oportunidades, lo hizo a pesar de que entre los rehenes se encontraba el doctor Jaime Betancur Cuartas, su hermano, que era parte del Consejo de Estado. También estaba la esposa del ministro de Gobierno. Sin embargo, a pesar de eso, puso por encima la situación de rescatar el Palacio de Justicia y recuperar a todas las personas que estaban en la toma.
V. D.: ¿Se equivocó Belisario o no?
J. A.: no voy a juzgar. Creo que él acogió las manifestaciones que le habían dado los expresidentes y el mismo consejo de ministros.
V. D.: pero él siempre estuvo libre. Usted está preso y condenado…
J. A.: sí, son las ironías y las cosas que se presentan en la vida. El presidente, en algún momento, les dijo a personas muy cercanas a él que autorizaría la publicación de un trabajo ya póstumo sobre su actuación en el Palacio de Justicia. Desafortunadamente, no sé si esa obra quedó inédita, si realmente la realizó en sus últimos años.
V. D.: ¿Algún día conversó con él después de que a usted lo condenaron?
J. A.: no.
V. D.: ¿Nunca lo llamó?
J. A.: nunca.
V. D.: ¿Se acuerda de Irma Franco, del M-19?
J. A.: supe después de ella. Es la única persona que, realmente, desapareció. Estuvo en la Casa Museo. El 7 de noviembre por la noche, a las siete u ocho de la noche, la sacan en un vehículo. Por las características, según testigos, la sacan unos detectives de civil. La montan en un carro y salen con rumbo desconocido. El personal de la Brigada y yo habíamos iniciado el repliegue y el regreso a la guarnición a las 4:30 de la tarde
V. D.: ¿Usted dio esa orden de desaparecer a Irma Franco?
J. A.: no.
V. D.: ¿Usted se acuerda si la vio?
J. A.: no, nunca la vi.
V. D.: ¿Usted por qué termina condenado por la desaparición de Irma Franco?
J. A.: por la responsabilidad de mando. Al coronel Sánchez Rubiano, como B2, no se le condenó. No tenían por qué condenarlo por la desaparición de Irma Franco. Pero a mí, por ser el comandante del coronel del B2, sí se me condena por la desaparición de Irma Franco. Un contrasentido.
V. D.: ¿Qué le dice a la familia de la entonces guerrillera del M-19?
J. A.: como ser humano, colombiano y católico, entiendo que es sensible que se muera una persona, no importa en qué circunstancias. Qué lástima que ella se haya equivocado y haya terminado vinculada a un grupo subversivo en esas condiciones y que hubiera terminado en su desaparición. No sé a dónde la llevaron, quiénes la condujeron, pero lo único que digo es que mi persona y mi Brigada nunca emitió una orden de esas. No puedo violentar mi conciencia para dar ese tipo de órdenes.
V. D.: también lo responsabilizan por la desaparición de algunas personas que trabajaban en la cafetería del Palacio de Justicia. ¿Qué les dice a sus familiares?
J. A.: las personas que trabajaban en la cafetería fueron llevadas por parte del M-19 al cuarto piso, donde fallecieron. Lo dice el tribunal especial. Nunca fueron identificados sus cadáveres porque las circunstancias de carácter técnico-científico no lo permitieron.
V. D.: ¿O sea que usted hoy les está diciendo a estas familias que sus seres queridos nunca desaparecieron, sino que murieron a manos del M-19?
J. A.: no a manos nuestras como militares, porque la mayoría de sus cadáveres fueron calcinados. Nosotros no generamos ese incendio. Fue el M-19.
V. D.: ¿Cómo explicar, entonces, que la justicia ordinaria concluyó otra cosa y lo culpó a usted?
J. A.: son cosas inexplicables. Todos los días pienso: cómo es posible que la justicia penal militar diga en todas las instancias “usted no tiene ninguna responsabilidad”, y que la justicia ordinaria me condene en primera instancia por 11 desaparecidos. Pero en segunda instancia el Tribunal Superior dijo: “No, hay seis personas que no se puede decir que fueron desaparecidas, entonces, usted sigue respondiendo por cinco”. Me pregunto: ¿cómo es posible? En casación hay magistrados que se abstienen y no coinciden con eso, salvaron su voto. Los magistrados se declaran impedidos al ver las circunstancias y son conjueces quienes conforman esa sala de casación. Sin embargo, hay disidencias, por decirlo así, en las decisiones finales. No hay una mayoría absoluta. Se ve que hay dudas y hay convicción de que no soy el responsable.
V. D.: el magistrado Horacio Urán también salió vivo, según videos revelados. Luego desapareció. ¿Qué sabe?
J. A.: sí. En algún momento se me llamó y se me interrogó sobre eso. Hay una prueba fehaciente, que no hay manera de refutar y uno tiene que darle todo el valor, y es que un magistrado que estaba con Horacio Urán, en el reducto final de resistencia del M-19, que era el baño, manifiesta bajo juramento que el magistrado Urán intenta salir de ahí. Pero el grupo del M-19 los tenía prácticamente como un parapeto delante de ellos, como una protección. Como un escudo humano. El otro magistrado le dijo: “Carlos, no salga porque lo asesinan”. Y en ese momento, desde dentro del baño, donde estaba el grupo que quedaba del M-19, le dispararon y Urán murió ahí.
V. D.: ¿O sea que no cree en los videos que después se revelaron y que lo mostraron con vida?
J. A.: no.
V. D.: general, cuando dice que no hubo desaparecidos en la toma y retoma del Palacio de Justicia, cuando no reconoce el caso de Urán, cuando dice que es víctima y es inocente, las familias de los desaparecidos lo toman casi que como un sacrilegio. ¿Qué les dice a todos ellos?
J. A.: todos somos víctimas y ellos son víctimas que siguen llevando su luto, su dolor. ¿Por qué un grupo que se encontraba al margen de la ley toma una decisión de esa naturaleza y llevan a esa catástrofe? Es algo doloroso para el país, para la historia.
V. D.: si hay algo que va a quedar en la memoria es la súplica del magistrado Reyes Echandía en los medios de comunicación para que cesara el fuego. Cuando escuchó eso, ¿qué pensó?
J. A.: desafortunadamente, o no sé si afortunadamente, no lo escuché. Yo estaba en mi operación. Mi única comunicación era mi radio con mis unidades, que portaba en todo momento con mi escolta personal y mi radioperador.
V. D.: pero, cuando lo escuchó después, ¿qué sentimiento tuvo por esa súplica del magistrado?
J. A.: tal vez si se hubiera tomado alguna decisión de hablar… Pero el señor presidente delegó en el director de la Policía, el general Delgado Mallarino, que hablara con el magistrado, mientras el mandatario dijo: “Yo no hablo con el presidente de la Corte”.
V. D.: ¿Fue indolente eso?
J. A.: no sé qué sentimiento tendría el presidente en ese momento, tal vez por no comprometerse como persona, sino mantener su posición como mandatario para tomar las decisiones. Tal vez, por eso, el presidente Betancur decidió no hablar directamente con el doctor Reyes Echandía.
V. D.: pero, entonces, sí hay una zona gris sobre la cual pareciéramos no saber la verdad de lo que pasó con el presidente Betancur.
J. A.: sí, cosa que, para mí, no podría juzgar.
V. D.: ¿Y supo de la censura a los medios en ese momento? Se dice que el Gobierno los silenció y transmitió un partido de fútbol.
J. A.: el Ministerio de Comunicaciones ordenó que se suspendiera la transmisión que se estaba haciendo.
V. D.: ¿O sea que eso sí pasó?
J. A.: no diría en vivo y en directo, sino en muerto y en directo. En esas circunstancias se suspendió y pasaron un partido de fútbol.
V. D.: es decir, ¿eso sí ocurrió?
J. A.: sí ocurrió.
V. D.: general, ¿qué lo ha mantenido vivo?
J. A.: varias circunstancias. La bondad, la misericordia de Dios, de no llamarme todavía a la última calificación de servicio, como diríamos como militares. Tratar de que haya claridad y que finalmente se termine diciendo que no hay ninguna responsabilidad de mi parte ni de las Fuerzas. Eso me mantiene.
V. D.: ¿Lo mantiene vivo tratar de demostrar su inocencia a pesar de la condena de 35 años encima?
J. A.: a pesar de eso. A pesar de que se pueda interpretar como una terquedad, pero es una responsabilidad conmigo mismo, con mi familia y con mi institución.
V. D.: ¿Cómo ve hoy al Ejército? La verdad.
J. A.: en un momento de dificultad.
V. D.: ¿Por qué?
J. A.: hay cambios sustanciales en la interpretación por parte del Gobierno. Pero mi convicción, porque estuve en el servicio, es que hay una norma legal que es la que compromete al Ejército y es que nos debemos a nuestras normas, a nuestra Constitución, y ahí permanecemos firmes. Ha habido gobiernos de mucha naturaleza, de muchas convicciones, de muchas líneas políticas, y el Ejército colombiano y las Fuerzas Militares tienen una línea de conducta perfectamente definida, de las cuales nunca se han separado. Tal vez el único interregno haya sido en 1953 con el acceso impuesto prácticamente por el país del general Rojas Pinilla, que hizo un gobierno en el cual buscó la paz y reconciliación.
V. D.: ¿Pero fue un golpe?
J. A.: un golpe, como lo llamaron los mismos políticos, no un golpe militar, sino un golpe de opinión. La situación era tan caótica que dijeron: “Bueno, general, a pesar de que no quería, asuma”. Después dijo: “Me voy”. Y entregó el país pacificado. Las guerrillas existentes en Tolima, en los Llanos, en Córdoba, en todo el país ya habían cesado, se habían entregado y el país estaba entrando en rehabilitación política, anímica y de recuperación en todos los órdenes de progreso.
V. D.: ¿El presidente Petro quiere al Ejército?
J. A.: no entro a juzgar sus sentimientos. Sí entro a juzgar su responsabilidad como presidente, y como tal, siendo el comandante en jefe, tiene la responsabilidad de utilizar ese medio tan especial que es el Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea y la Policía para el mejor beneficio del país, para la tranquilidad y el progreso.
V. D.: ¿Pero lo está haciendo bien como comandante en jefe?
J. A.: no tomaría la vocería de la institución. Prefiero no opinar.
V. D.: ¿Algún día imaginó que alguien del M-19 podría llegar a ser presidente de Colombia y ser comandante en jefe de las Fuerzas?
J. A.: no estaba en mis presupuestos como tal, pero el país es cambiante y se respetan las decisiones.
V. D.: ¿Cómo se siente un militar sabiendo que su comandante en jefe perteneció a un grupo como el M-19? ¿Qué siente usted?
J. A.: desde luego, fue una decisión sorpresiva. El sentimiento es que la vida es tan cambiante, como se dice popularmente, “la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”. Esperamos que esas sorpresas sean como las de las festividades cuando se conmemoran aniversarios, que sean las mejores y tengan los mejores resultados. Uno no puede pensar que le vaya mal a alguien que tiene la responsabilidad de que al país le vaya bien.
V. D.: ¿Hizo bien el presidente Petro en hacer una barrida de unos 60 generales cuando llegó al poder?
J. A.: no entro a calificar esas situaciones. Son compañeros de toda una vida, profesionales. Uno dice: ¿Cómo se tomaron esas decisiones, de una manera improvisada o qué justificaciones hay? No puede uno entrar a la intimidad de los sentimientos de quienes toman ese tipo de decisiones.
V. D.: ¿Está de acuerdo con el informe final de la Comisión de la Verdad?
J. A.: no. Esperaba que hubiera imparcialidad. No creo que se haya dado el tratamiento que merecían los militares o la fuerza pública. Debía ser de manera recta y adecuada, sin inclinaciones y sin desvíos y que se reconociera lo bueno y lo malo. Casos personales se pueden presentar como en toda organización. ¿Cuántas veces se ha cuestionado a la Iglesia porque hubo algunos actos que fueron indebidos por parte de algunos religiosos? No se puede descalificar de entrada a todo el clero o la religión católica. Entonces, que se individualice, que se personalice y no se generalice en cuanto a una calificación (de violadores de derechos humanos) que tiene tal calibre y tantas connotaciones en la vida nacional.
V. D.: ¿Tiene alguna opinión en particular del acuerdo de paz de La Habana con las Farc? Timochenko está libre y usted preso. ¿Cómo le parece?
J. A.: para mí, es inexplicable. Y, desde luego, esa falta de explicación significa que es injusto. A veces uno dice: ¿será que por el bien hay que sufrir este tipo de circunstancias? Ese es el propósito. Somos parte de ese sacrificio por el bien de la nación.
V. D.: ¿Cree en la paz total que está proponiendo el presidente Petro?
J. A.: no me atrevo a decir que creo. Solo me aferro a la esperanza como una de las virtudes que nos enseña nuestra religión. Que lleguen a un buen término para el bien del país.
V. D.: a su juicio, ¿cuál ha sido el presidente que más se la ha jugado por las Fuerzas Armadas?
J. A.: por el nexo que afortunadamente pude tener, fue el presidente Julio César Turbay Ayala. Siempre encontré un compromiso con la fuerza pública, con sus actuaciones y con un respaldo de una manera comprometida y total.
V. D.: ¿Cuánto lleva de pago efectivo de su condena?
J. A.: hace 15 años me encuentro acá, en estas circunstancias. De estar respondiendo, muchos más años, porque a los dos días de terminada la operación de rescate y recuperación del Palacio de Justicia ya estaba enfrentado a la justicia penal militar. Fue un tiempo larguísimo. Pero, de la pérdida de la libertad, 15 años.
V. D.: ¿Se siente cansado?
J. A.: desde luego, agotado, golpeado, maltratado injustamente, detenido en estas circunstancias, pero lo hago por mi institución, por mi familia y por mi patria.
V. D.: ¿Tiene nietos?
J. A.: y bisnietos…
V. D.: ¿Lo visitan?
J. A.: están lejos, fuera del país.
V. D.: o sea que usted está solo…
J. A.: sí, mi esposa, con todo, falleció. Era quien me acompañaba. Mi Dios fue tan generoso de darme 62 años de compartir una vida con ella. De sacar adelante una familia como personas responsables, profesionales y quiero decirles a quienes son mi descendencia que no tienen por qué avergonzarse. Cumplí lo que me exigía mi profesión y mi conciencia. No estoy escondiendo ninguna de mis actuaciones en la vida privada y pública. Y hoy en día la satisfacción que me da Dios es que mis hijos son responsables en su trabajo, su vida y su conducta, con su país. Y mis nietos, que han salido adelante como profesionales ya casi todos, que sigan una línea de conducta moral, en lo que corresponde.
V. D.: ¿Qué les dice a los militares?
J. A.: compartimos el mismo uniforme y no solamente en la parte externa, sino también en la parte interna. Nuestra conciencia, nuestro corazón, nuestros sentimientos, ese uniforme lo llevamos puesto también en el corazón, es nuestra institución, es nuestro país, es nuestra razón. Tuve la fortuna de ser comandante del Ejército.
V. D.: ¿No se arrepiente de haber ingresado al Ejército y ver terminar así su vida?
J. A.: fue mi vocación. Mi abuelo fue militar, mi tío por parte paterna fue militar, es una vocación.
V. D.: ¿Volvería a ser militar?
J. A.: sí, no renunciaría a mi uniforme. Dios me dio la oportunidad. Ingresé desde los 14 años. Me puse el uniforme en la Escuela Militar. Entonces, es mi compromiso, es mi vida.
V. D.: ¿Vale la pena ser soldado en Colombia?
J. A.: vale la pena, porque hay un compromiso con el país, porque es un compromiso de honor.
V. D.: ¿Cómo quisiera que dijera su epitafio?
J. A.: después de estos 35 años de dificultades, tras lo ocurrido en el Palacio de Justicia, sería muy valedero aquello de “Descanse en paz”.
V. D.: eso quiere decir que en estos 35 años no ha tenido un día de paz…
J. A.: sí. Han sido días de soledad, tristeza, reflexión y, realmente, no se puede decir que estoy en paz cuando hay injusticias que están todo el día gravitando sobre mi cabeza. La paz interior que alcanzo me la dan mis creencias, mi fortaleza, que me da Dios como católico, y mi conciencia, que no me hace ningún reclamo.
V. D.: ¿Se deprime a veces?
J. A.: desde luego, es parte de la condición humana. La fortaleza no es un muro que no se puede derrumbar.
V. D.: ¿Y a veces piensa en tirar la toalla?
J. A.: no. Sigo insistiendo en las posibilidades que existen para recuperar el nombre, para que se me quite de encima ese inri que se me ha colocado con una condena que no merezco y para la cual nunca hice méritos o acciones para recibirla.
V. D.: general, no puedo concluir sin preguntarle por Carlos Pizarro Leongómez.
J. A.: fue una sorpresa para todos que, viniendo de una familia militar, siendo su padre una persona destacadísima en la Armada, se hubiera comprometido en ese tipo de situaciones. Nunca tuve contacto ni oportunidad de hablar con él mientras estuvo en el M-19. Pero me parece que fue un idealista en su posición, que tomó el camino que no correspondía y, desafortunadamente, fue una víctima más de las que hablamos tan repetidamente en este país. Alguien que cegó su carrera y su vida política cuando tenía la oportunidad de llegar a la competencia en las urnas.
V. D.: usted dice que era un idealista y, al fin y al cabo, hizo la paz. ¿Pero en su época de comandante del M-19 era un rebelde o un terrorista?
J. A.: era una mezcla de ambas situaciones.
V. D.: ¿Un terrorista rebelde?
J. A.: sí, sí era una rebeldía. Él tenía sus motivos internos. Se equivocó en los procedimientos y en lo que acogió en un momento determinado.
V. D.: ¿se acuerda de los otros comandantes del M-19 que dirigieron la toma del Palacio de Justicia?
J. A.: nunca, simplemente por nombre. Álvaro Fayad, Iván Marino Ospina, Almarales…
V. D.: gente equivocada que se armó...
J. A.: sí, equivocada, en búsqueda de unas soluciones, pero por los medios menos adecuados. Apelaron a medios que no eran los más indicados y sí tenían propósitos de hacer cambios para que el país progresara. Pero, para hacer los cambios, la casa se puede arreglar, pero no incendiándola.
V. D.: ¿Le quiere decir algo al presidente Petro?
J. A.: que como presidente llegó por las vías democráticas, y la democracia está sostenida y fundamentada en la fuerza pública como garante. Que salga adelante, que las decisiones que tome sean siempre las más acertadas, porque el país cada día requiere mayor compromiso en todos los órdenes. Que su compromiso sea por el progreso de nuestro país, porque tenemos obligaciones con él, con nuestros descendientes y con las futuras generaciones.
V. D.: ¿Quienes se atreven a decir que en Colombia podría haber un golpe de Estado están chiflados?
J. A.: las Fuerzas Armadas de Colombia nunca han sido golpistas. Cuando a lo largo de todo el continente se daban golpes de Estado y había gobiernos de orden militar, acá la llegada del presidente Rojas Pinilla fue un acto de presión contra él mismo para que asumiera y prontamente dijo que había que regresar al país a sus normas legales. El Ejército aquí nunca ha tenido esas aspiraciones ni esa mentalidad.
V. D.: general, veo que tiene un anillo que parece una camándula.
J. A.: sí, es una tradición familiar. Mi esposa, pocos días antes de fallecer, los hizo para mis hijos y para mí. Eso es lo único que nos acompaña.
V. D.: es como un denario.
J. A.: es un denario. Me va a acompañar siempre. Lo último que hice fue colocarle el de ella, que se lo habían retirado en el hospital, y cada uno de nosotros lo seguimos utilizando.
V. D.: y así quedaron conectados para siempre.
J. A.: sí, es la conexión anímica, espiritual y afectiva de que estamos con ella (voz entrecortada y lágrimas).
V. D.: y eso le hace aguar los ojos y lo pone triste.
J. A.: sí, me pone triste, pero me pone orgulloso también de quién es mi familia y de quién fue ella.
V. D.: ¿Qué le diría hoy a ella?
J. A.: que sigo los derroteros que con ella establecimos desde que nos casamos, cuando todavía no teníamos derecho a cédula, porque no éramos mayores de edad. Que me acompaña siempre.
V. D.: ¿Y usted le habla?
J. A.: sí, todos los días, todas las noches, sí. Y le cuento qué pasa con cada uno de los hijos, con cada uno de los nietos y todo. Me escucha. Desde luego que me está escuchando.