En la tarde del 7 de agosto del 2022, cuando el recién posesionado presidente Gustavo Petro impartió la orden de llevar la espada de Bolívar desde el Palacio de Nariño hasta la Plaza de Bolívar, comenzaron los recuerdos sobre mi lucha contra el M-19, no solo porque el entonces grupo guerrillero había robado la espada en 1974, sino porque el hoy presidente había formado parte del “eme”, como le decían sus simpatizantes, y porque en su momento el grupo le había causado mucho daño al país: secuestros, ataques, homicidios y venta de marihuana y cocaína a cambio de armas. Era evidente que los miembros del M-19 eran guerrilleros y, de acuerdo con el Código Penal, delincuentes. Por medio de un proceso de paz, llegaron a la legalidad; de lo contrario, Petro no sería hoy el presidente de Colombia. No podemos borrar la historia. Por eso, cuando el M-19 se integró a la sociedad, trajo una buena dosis de paz y legalidad al país.

Los miembros de la cúpula militar y policial, invitados a la transmisión de mando presidencial —como debe suceder en todo país institucional y democrático como Colombia—, nos encontrábamos sentados en la primera fila de los asientos de la plaza, debajo de la tarima donde estaban ubicados los invitados principales, entre ellos el rey Felipe de España, varios presidentes de Centroamérica y de Suramérica y algunos delegados de países europeos. A mano derecha, estaban varios congresistas que se habían posesionado el 20 de julio y, detrás de nosotros, los invitados internacionales de diferentes entidades.

La espada de Bolívar jugó un rol clave en la posesión de Gustavo Petro. | Foto: Diana Rubiano- presidencia

La Plaza de Bolívar estaba llena. Después de que el presidente dio la orden de traer la espada, el ambiente se puso tenso, pues esta no llegaba y los asistentes no sabíamos qué sucedía. Pasada casi media hora, cuatro soldados del Batallón Guardia Presidencial llegaron con la espada a la plaza. Cuando la vi allí expuesta, dentro de la urna en la que la había visto tantas veces en la Casa de Nariño, recordé a todos los poderosos que buscan venganza y que hoy, en la historia de la humanidad, abundan. Entonces lo supe: llegaría la venganza contra mí por mi lucha contra el crimen y el terrorismo.

Presidente Gustavo Petro / General Jorge Luis Vargas | Foto: Colprensa Mariano Vimos

Me pregunté: “¿Cuál reconciliación?”. Y me repetí: “¿Cuál reconciliación?”. La estadía en la plaza se hizo larga y hacía mucho calor. Mientras tanto, yo miraba la urna y pensaba que pronto llegaría para nosotros la espada de la persecución. Pensé: “Nos quieren acabar y nos van a perseguir. ¿Quién esgrime una espada el día de su posesión?”. Llegaron a mi mente los años tempranos de mi carrera en la Policía, cuando muy joven, a los 21 años, pertenecía a la Dirección de Investigación Criminal, la Dijin.

"Cuando la vi allí expuesta, recordé a todos los poderosos que buscan venganza", sostuvo el general (r) Vargas. | Foto: Juan Carlos Sierra

En esta unidad, tuve la oportunidad de integrar un equipo altamente profesional, experto en la lucha contra el terrorismo, integrado por seres humanos valerosos y hombres con principios y mucha experiencia profesional. Cuando llegué, el grupo ya tenía la tarea de recopilar información que permitiera llevar a la justicia a los cabecillas del M-19. En 1988 y 1989, yo no conocía de la existencia de Gustavo Petro; esta nunca fue una de nuestras misiones asignadas.

Las prioridades eran otras. Carlos Pizarro era uno de los grandes cabecillas de la organización y ya tenía órdenes de captura por múltiples delitos; por lo tanto, estábamos tras él. Teníamos información confirmada, según la cual Pizarro llegaría a Bogotá. Lo sabíamos porque contábamos con una persona dentro del M-19 que nos pasaba información. Era lo que nosotros llamamos en nuestro trabajo de inteligencia una “fuente humana”, personas a las que después de varios análisis reclutamos y les pagamos dinero para que nos colaboren con información. Fuentes humanas y técnicas nos confirmaron la llegada de Pizarro a Bogotá.

En ese entonces, los miembros del M-19 se comunicaban entre ellos como radioaficionados en lenguaje cifrado y simulado. El punto nodal desde donde se organizaba la venida de los cabecillas a la capital era una casa ubicada en la calle 39 con carrera 15, y quienes la frecuentaban se hacían pasar por vendedores de finca raíz y por abogados, pero su dinero provenía exclusivamente del apoyo de las filas militares del M-19. Sabíamos de la existencia de alias ‘Arturo’, un hombre que aparentemente no tenía relación alguna con el M-19, pero que estaba a cargo de muchas tareas de logística. Era un eslabón desconocido para el común de los ciudadanos, un fantasma dentro de la organización, pero era definitivo. El grupo de inteligencia sabía quién era, y lo habían seguido durante varios años, y cuando llegué a formar parte de esa unidad, me asignaron como miembro de ese grupo de trabajo.

Sabíamos que el M-19 quería traer a los cabecillas a Bogotá para hacer contactos pseudopolíticos, entrevistarse con congresistas, hacer extorsiones y darles instrucciones a las redes urbanas. ‘Arturo’ era el contacto principal y teníamos información de que Carlos Pizarro se reuniría en Bogotá con unos sacerdotes activos pertenecientes a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que llegarían de Córdoba. En esa época existía la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, la cual reunía a las FARC, el M-19 y el Ejército Popular de Liberación (EPL), mientras que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) quería ingresar.

Dos días antes de la fecha prevista para la llegada de Pizarro, iniciamos un control permanente sobre ‘Arturo’ y nos dimos cuenta de que hacía movimientos que no eran normales, como no ir a su supuesta oficina. Su casa quedaba cerca del barrio Metrópolis, en ese entonces una zona residencial, con poco movimiento, por lo que hacerle seguimiento no era tan fácil. No había celulares y contábamos con equipos técnicos muy precarios, así que usábamos mucho la técnica del disfraz. Vestidos de civil, nos poníamos pelucas, anteojos, nos cambiábamos los suéteres, las chaquetas, para poder hacer los seguimientos sin que nos notaran. Estacionamos el carro a una distancia prudente de la casa de ‘Arturo’, lo cambiamos por otro a las pocas horas para que los vecinos no sospecharan y comenzamos a pasar los días en esas calles, sin dormir, sin almorzar, alguno de pie en una esquina, otro sentado en una cafetería cercana.

Presidente Gustavo Petro, General Jorge Luis Vargas | Foto: Colprensa Mariano Vimos

Pasadas unas cuantas horas, algunos nos cambiábamos de ropa (llevábamos dentro del carro una maleta con mudas) y hacíamos una nueva caracterización para continuar con la vigilancia de manera segura. Usábamos binóculos y, en muchas ocasiones, nos comunicábamos entre nosotros por señas. ‘Arturo’ comenzó a tener muchos “automáticos”, es decir, reuniones muy rápidas, especialmente en cafeterías o pequeños “caspetes” —como se les dice popularmente a los lugares de comida para las construcciones— o restaurantes, la mayoría en el centro de Bogotá. Lo que se acostumbra hacer en el trabajo de inteligencia es seguir a estos nuevos contactos para obtener información, pero en ese momento no contábamos con gente suficiente para ello y nuestro objetivo principal era ‘Arturo’ para capturar a Pizarro. No podíamos perderlo de vista.

Sabíamos que era él quien lo iba a recoger. ‘Arturo’ tenía un automóvil Monza, rojo, de muy buen cilindraje. Conducía muy rápido, con todas las técnicas de vigilancia y contravigilancia para hacer lo que nosotros llamamos “botar la vigilancia”; por ejemplo, meterse en contravía para evitar que lo siguieran. El día anterior a la llegada del cabecilla, ‘Arturo’ llegó a las dos de la mañana a su casa, y a las once salió de nuevo. En la calle 44, abajo de la Caracas, como en la 17, una persona salió de un carro y se subió muy rápido al Monza. ‘Arturo’ manejó hasta la estación de gasolina de la Caracas con calle 32, estación que ya no existe.

Yo venía siguiéndolos en una camioneta negra Renault 18 Break, dos litros, GTX, y cuando el Monza se detuvo en la estación, hice lo mismo, pero a unos pocos metros de distancia para que no me notaran. La persona que ‘Arturo’ había recogido se bajó del carro y comenzaron a llegar unos hombres gordos que se situaron a su alrededor. También llegó una moto con otras dos personas y entonces fue cuando lo vi: del otro carro se bajaron dos personas y Carlos Pizarro. Yo me había bajado de mi camioneta y en ese momento corrí para acercarme, pero al ver que había tanta gente, comencé a caminar despacio.

Una moto de mi equipo alcanzó a llegar a la esquina arriba de la bomba, le hice señas para que se detuviera y en cuestión de segundos subieron a Carlos Pizarro al Monza, que arrancó en contravía y salió de la estación. No pude hacer nada, estaba solo, sin arma y los refuerzos no alcanzaron a llegar. Allí nació mi espíritu por capturar cabecillas, porque cuando esto se logra es cuando realmente cambian las estructuras de las organizaciones. Uno puede capturar a mil delincuentes que no tienen poder en una organización criminal y no cambia nada dentro de esta; en cambio, con la captura de los cabecillas comienzan las luchas internas por el poder en las estructuras delincuenciales.

Producto del proceso de paz con el M-19, recibimos la instrucción de cesar inmediatamente las operaciones contra ese grupo terrorista, y así comenzó la persecución contra los cabecillas del narcotráfico y sus estructuras, una nueva etapa de mi carrera. Nunca más volví a saber de los movimientos o situación de los exmiembros del M-19.

Comprobé los resultados positivos de ir tras los cabecillas durante toda mi carrera como policía, cuando dirigí o formé parte de los equipos que participaron en la captura o neutralización de cabecillas como ‘Raúl Reyes’, ‘Mono Jojoy’, ‘Arcesio Niño’, ‘Édgar Tovar’, ‘Jacobo Durango’, ‘Danilo García’, ‘Oliver Solarte’, ‘Gabriel’, ‘Alberto Martínez’, ‘Martín Sombra’, ‘Becerro’, el ‘Paisa’ (del Frente 34), ‘Danilo 9′, ‘Osama’, ‘Camilo Tabaco’, el ‘Negro Mosquera’, ‘Reyes’ (del Frente 24), ‘Willington 40′, ‘Pipón’, el ‘Flaco Alrex’, ‘John 26′, el ‘Flaco Ramiro’, ‘Domingo Biojó’, ‘Misael’ (del Frente 10), ‘Delio’, ‘Mapanao’, ‘Ariel’, ‘Jairo Martínez’, ‘Sílver’, ‘Caicedo’, ‘Tyson’, ‘Leo’, el ‘Chacal’, ‘Alberto’, ‘Víctor Mejía’, ‘Genaro’ o el ‘Zarco’, ‘Lucio 40′, ‘Mayerli’, ‘Camila’, ‘Jaime Cienfuegos’, ‘Enrique Zúñiga’ (cabecilla del Frente 50), la ‘Pilosa’, ‘James Patamala’, el ‘Mocho César’, ‘Alberto Chaparro’ (cabecilla del Frente 23), ‘Sara’ (de la comisión internacional de las FARC), ‘Javier Calderón’, ‘Irene’, el ‘Mocho Jordán’, ‘Dago’, ‘Santiago (cabecilla del Frente Urbano ‘Manuel Cepeda Vargas’), ‘Chuchomico’, ‘Franklin Pipas’ o ‘Charapo’, ‘Brenda’, ‘Leyder’, ‘Frijolito’, ‘Arnulfo’ o ‘Comino’ y ‘Conejo’, entre otros. También cayeron ‘Fabián’, ‘Marquitos’, ‘Pirry’, ‘Richard’, ‘Negra Yesenia’, ‘Caliche’, ‘Mario Marica’, ‘Eliseo’, el ‘Mocho Elkin’, ‘Familia’, ‘Éver’, ‘Mauricio’ (del Líbano), ‘Juancito’ (de la Dirección Nacional [Dinal] del ELN), ‘Duván’ y ‘Wigberto Chamorro’ (de la Dinal del ELN) y el ‘Ronco’. Del narcotráfico, Fabio Ochoa, ‘Juvenal’, ‘Rq’, ‘HH’, ‘06 Sebastián’, Los Betos, ‘Juan Carlos Calle’, ‘Tom’, ‘Valenciano’, ‘Carlos Pesebre’, ‘Cuchillo’, ‘Loco Barrera’, ‘Soldado’, ‘Otoniel’… una lista casi interminable.

Participé y dirigí operaciones en las que murieron en procedimientos militares y de policía o fueron capturados más de 276 cabecillas de las FARC, 162 del ELN, más de 573 cabecillas del Clan del Golfo y de grupos armados organizados residuales (GAOR), 300 narcotraficantes de primer nivel y 330 de Los Pelusos y Los Caparros, todos miembros del crimen organizado. También, como director de la Policía, tomé decisiones que contribuyeron a mejorar la institución, con el retiro de 1.200 miembros en tres años, por diferentes motivos. Todo esto lo hice con equipos conformados por grandes policías, trabajando muchas veces en los ríos, las montañas y las selvas de Colombia; en paisajes únicos, como los del golfo de Urabá o los del Putumayo, atravesando cascadas escondidas.

Muchos de quienes trabajaron conmigo se alejaron por años de sus familias, llevaron vidas de fachada para capturar a los objetivos, estuvieron a punto de morir y se vieron expuestos a los hechizos de la brujería. Pasaron días dentro de manglares sin tocar tierra firme para capturar a un delincuente, esperaron por horas en medio de la noche, aguantaron frío y calor… Todos ellos, hombres y mujeres policías que le sirvieron y le sirven al país con entrega total. Mientras recordaba todo esto en la posesión del presidente Gustavo Petro, sentía una gran satisfacción, porque mis acciones del pasado me decían que había contribuido a que hoy Colombia sea un mejor país. Por todo esto, el desafío ahora sería mi futuro. El 8 de agosto, al otro día de la posesión, llegué a mi oficina esperando alguna orden o llamada del nuevo ministro de Defensa, Iván Velásquez.

Normalmente, el director de la Policía recibe unas 100 llamadas al día de diferentes miembros del Gobierno para preguntar por hechos de delincuencia, confirmar datos o hechos y pedir asesoría en la toma de decisiones frente a complejas situaciones de seguridad pública, seguridad nacional y ciudadana, pero durante una semana, luego de que Petro tomó posesión, las llamadas se redujeron sustancialmente

El general Vargas participó de importantes operaciones a nivel nacional.

Mientras me rodeaba este silencio por parte del nuevo Gobierno, en la Policía el ambiente estaba enrarecido: me llegaban versiones de que le habían pasado al presidente Petro falsas informaciones sobre mí y sobre policías que han realizado las operaciones más exitosas de la historia contra el crimen en Colombia; también me decían que conmigo serían retirados muchos otros generales. Lo único que le había pedido al nuevo ministro de Defensa era que me informara de mi retiro antes que a los medios de comunicación.

Así sucedió: el 12 de agosto me llamó por teléfono y me dijo que el nuevo director de la Policía sería el entonces Mayor General Henry Armando Sanabria Cely. Esto significaba el retiro de 23 generales. A muchos los había formado en la Escuela de Cadetes ‘General Santander’. Para ese día, ya sabía que mi salida era un hecho, porque uno entiende que el presidente es quien decide. Le había dicho personalmente al ministro Velásquez que estaba listo para lo que el Gobierno decidiera.

Mi salida no me sorprendió, pero sí la de los demás generales, porque la Policía de Colombia es una policía institucional y respetuosa de las decisiones del Gobierno nacional. Además, las hojas de vida de esos generales son impresionantes para cualquier policía del mundo, por su lucha contra el delito y por su formación universitaria y profesional. No desconozco que los generales actuales son muy buenos, pero la salida de los otros generales dejó un hueco enorme en el liderazgo de la Policía, porque la formación en el generalato estratégico lleva muchos años, y ellos eran generales, como se dice, “toreados” en la lucha contra el crimen, en las estrategias, en el relacionamiento con las autoridades de todo el país y con muchas capacidades. Interpreto la salida de estos 23 generales como que el Gobierno tiene algo contra la Policía con el debilitamiento del mando estratégico institucional.

Estaré preparado de por vida para lo que pueda pasar conmigo, porque he perseguido a la guerrilla y al narcotráfico. Hemos capturado a los máximos cabecillas de los últimos 35 años de la historia de Colombia y a los principales terroristas de este país, y esto trae muchos enemigos, pero este Gobierno no me perdona haber actuado conforme a la ley en las protestas del 2021, cuando el ELN y las FARC querían tumbar al presidente Iván Duque para llamar a elecciones anticipadas.

Jamás actué contra la protesta; de hecho, como Policía la protegimos, pero sí actuamos contra el delito. Mis decisiones generaron un odio visceral hacia mí por parte de miembros del equipo del actual Gobierno. Allí quedaron los tuits en los que dijeron mentiras y me llamaron “asesino”. Muchos tuvieron que rectificar. Por eso, desde el triunfo de Gustavo Petro en las elecciones presidenciales, la información que me llega por diferentes vías es que el nuevo Gobierno quiere acabar con todo lo que yo había hecho. Ahora que llevo unos meses retirado, me han informado que miembros del Gobierno se reúnen a puerta cerrada para definir qué hacer conmigo. He recibido información de que a mí y al equipo de trabajo que luchó contra el terrorismo, el narcotráfico y la delincuencia común nos están siguiendo y están interceptando nuestras llamadas, y muchos policías me han dicho que no pueden comunicarse conmigo o con las personas que trabajaron conmigo porque, si lo hacen, los retiran de la institución.

"Mi salida no me sorprendió, pero sí la de los demás generales". | Foto: GUILLERMO TORRES

No tengo posesiones, solo mi apartamento, y mi única preocupación durante 38 años en la Policía fue servir correctamente a Colombia. Le he dedicado mi vida a la lucha contra el crimen, y muestra de ello son las operaciones exitosas que logré y viví con responsabilidad por mi país, comprometido con la justicia y con mis superiores, con escenas y aventuras que parecen de película, con mucha adrenalina y riesgo, y también con grandes dosis de paciencia. Para ejemplificarlo, solo un dato: llegar a una fuente humana cercana a Otoniel nos tomó varios años. Quiero contar en este libro parte de estas historias para que el país conozca de primera mano lo que hemos hecho en la Policía y cómo hemos contribuido a que Colombia sea un mejor lugar para vivir. También reflexiono sobre lo que este pasado dice del presente.

El general Jorge Luis Vargas fue director de la Policía Nacional. | Foto: GUILLERMO TORRES

Los relatos que narro aquí contienen detalles que nunca se han contado, pero siempre protegiendo a aquellas personas que nos ayudaron y que hoy cuentan con otra identidad o que están llevando nuevas vidas. Recordar todos estos hechos me ha traído al presente muchas de las emociones que viví: he llorado al recordar momentos como la participación del helicóptero de la Policía en la operación contra el ‘Mono Jojoy’, me he llenado de orgullo por los equipos que dirigí, he vuelto a visitar en mi memoria los hermosos paisajes de este país y he confirmado que mi vida ha tenido mucho sentido, que está llena de mi acelere para motivar a los demás y de mi paciencia para esperar resultados a largo plazo, de mi ser racional para tomar decisiones rápidas en momentos de crisis, de mi obsesión por el valor de los detalles y también de hechos cotidianos como cargar una galleta o una barra de cereal en todo momento para calmar el hambre, porque eso me pone de mal genio.

Revisar mi vida me ha confirmado que siempre he actuado de acuerdo con la ley, apegado a la Constitución, y que he trabajado sin descanso contra todas las formas de crimen. Por eso, siempre diré que es deber del Estado proteger a quienes lucharon por proteger el país y la democracia, pero también diré que Dios nunca me ha abandonado, porque no de otra manera podría explicar el actuar del destino, que en momentos de crisis me llevó a seguir una nueva pista o me mostró la forma de salir con vida en medio de las operaciones.

"Los relatos que narro aquí contienen detalles que nunca se han contado".

*Capítulo del libro Así Fue, editorial Aguilar.