A Carlos Fernando Galán, político profesional de 46 años, lo acecha su propia timidez. De hecho, convivir con ese rasgo de la personalidad es una de las enseñanzas más vigentes que le dejó su padre, Luis Carlos Galán Sarmiento.
De pequeño era callado y ensimismado. El inmolado líder liberal tuvo que trabajar muchos años para superar su timidez, lo cual es increíble en una persona de su impacto social. Sus vivencias fueron los consejos que ayudaron a que su hijo pudiera vencer sus propios miedos.
Es el menor de tres hermanos, que se imponían en términos de personalidad. Poco a poco, superando esa introversión, fue encontrando su lugar en el mundo. Su niñez temprana la vivió en multitudinarios actos de campaña y sorprendía con sus agudas lecturas políticas, que para su padre eran valiosas pese a su temprana edad.
Asesinaron a su padre cuando tenía tan solo 12 años, lo cual obligó a su familia a reubicarse en Francia. Introvertido y conmocionado, tuvo que estudiar el bachillerato en otro idioma, lejos de sus amigos y obligado a crear nuevos vínculos. Pero esto forjó su carácter. Hizo la carrera universitaria en la Universidad de Georgetown, en la que se graduó como profesional en Servicio Exterior con énfasis en Economía Internacional. En todo momento quiso volver al país cuya violencia le arrebató a su padre.
Galán siente que la política no es una opción, sino un deber. Algo que, a pesar de su personalidad reservada, le debe al país. Con la gente no es tímido. Cuando está frente a una multitud y se lanza al agua con un discurso, no hay vuelta atrás. No hay quien lo detenga cuando alguien irrespeta a su familia o ataca sus ideales.
“Siempre respirar” es lo que piensa cada vez que lo embargan los nervios, recordando lo que le decía su padre. Su timidez no fue una barrera para tener una activa y exitosa carrera en la política, siempre impulsada por la memoria de Luis Carlos Galán. Se parece a él de muchas formas, pero no se atreve a compararse.
Antes de ser alternativo perteneció a una de las esquinas más tradicionales de la política colombiana. Cambio Radical le ofreció aspirar al Concejo de Bogotá, lo hizo y ganó como el más votado, con cerca de 48.000 sufragios. Se destacó, expuso casos de corrupción y consiguió ser uno de los mayores opositores de Samuel Moreno Rojas, destapando elementos del carrusel de la contratación. Gustó tanto que fue candidato a la Alcaldía de Bogotá, campaña que logró 285.263 votos, quedando cuarto en la elección en la que Gustavo Petro se convirtió en alcalde.
Luego asumió la dirección de Cambio Radical, en el que rápidamente se dio cuenta de avales a figuras cuestionadas. Recién llegado revocó más de 300 respaldos y volvió a la dirección en 2013. Un año más tarde fue elegido senador y se centró en temas urbanos. En 2015 renunció a la dirección por diferencias con las candidaturas en los territorios, cuestionadas por posibles actividades ilegales.
En 2018, después de la derrota de Germán Vargas Lleras en las elecciones presidenciales, el partido decidió respaldar a Iván Duque. Para Galán fue un punto de quiebre y poco después se conoció su renuncia definitiva a Cambio Radical.
En 2019 recogió firmas para aspirar por segunda vez a la Alcaldía de Bogotá, la cual logró mover fibras en la ciudad de sus amores. No era su momento, pues, a pesar de haber obtenido más de un millón de votos, Claudia López lo superó por un estrecho margen.
Por eso, la primera palabra que se le viene a Carlos Fernando a la cabeza para definirse a sí mismo es “perseverante”. Se considera un hombre calmado, que piensa antes de hablar, ponderado y el primero en llamar a la cordura. No se le dificulta levantarse después de una derrota.
Su timidez, que reconoce, tampoco le impidió conquistar a su esposa, Carolina Deik, mujer costeña, extrovertida y brillante abogada educada en Harvard. Fue amor a primera vista, del que a los pocos días se está seguro de que se quiere pasar toda la vida con esa persona.
Dice que fue difícil conquistarla. La conoció en 2007, cuando él era concejal recién electo y ella, su entrevistadora, estudiante de la Universidad Javeriana que escribía para una revista de política. Él era su alternativa porque le cancelaron una entrevista con Álvaro Uribe Vélez, que originalmente iba a ser publicada en dicha edición.
“Fue un desastre”, dice Galán sin pena, ya que considera que no pudo aterrizar sus ideas por quedar “embobado” con su entrevistadora. Luego, entre salidas y un viaje a Cartagena, logró un beso de quien hoy es el amor de su vida. Se casaron en 2009, y Juliana y Juan Pablo, sus dos hijos, heredaron la personalidad extrovertida de su madre. “Afortunadamente”, considera Carlos Fernando.
Es un hombre de familia. Sus hermanos mayores, Juan Manuel y Claudio, y su madre, Gloria Pachón, forman parte importante de su camino. Todos lo recuerdan tímido, pero siempre dispuesto a acompañar a su padre en sus correrías.
Se parece a Luis Carlos Galán, pero su aguerrida figura materna, que los crio en medio de la pérdida de su padre, lo inspiró para ser periodista. Fue corresponsal de la revista SEMANA, redactor en la revista Cambio y editor político de El Tiempo. En equipo ganó el Premio Nacional de Periodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá por investigaciones sobre parapolítica.
Gloria Pachón también es la mujer que les enseñó a perdonar, a pesar de que lo más lógico para un joven que perdió a su padre es la sed de venganza o el rencor. Por eso, los ojos de Carlos Fernando Galán irradian una paz difícil de describir, que refleja el hogar tranquilo en el que creció. Pero también es un hombre con defectos. Confiesa ser desordenado, pero su esposa lo ayuda a estructurarse cuando se le sale de las manos. También dice ser impaciente y, aunque se molesta poco, las mentiras sobre él o las personas que lo rodean lo sacan de quicio.
Ese hombre tímido, responsable, ponderado y en ocasiones aburrido ganó la alcaldía de Bogotá con la votación más alta de la historia: 1.497.596 votos, el 49,02 %. Aunque en estas elecciones se estrenaba la segunda vuelta para la capital, no fue necesaria, pues alcanzó más del 40 % y una diferencia superior a los 10 puntos con el segundo.
Sus palabras no apasionan como las históricas tertulias de su padre, pero sí convencen. No le apunta a suscitar emociones, sino a tocar la parte más racional de quienes lo escuchan. Su equipo estratégico se planteó ese reto desde el inicio. La magia y encanto de vender algo aburrido. Algo necesario, aterrizado y exento de pasiones bajas.
En su discurso de la victoria, habló como un revolucionario sensato consciente de la gran responsabilidad que carga, tanto por el legado de Luis Carlos Galán como por el voto de confianza de los bogotanos que quieren construir sobre lo construido. Comenzó ponderando lo bueno de cada uno de sus rivales en la elección y pidiendo reconocer los avances de todos los exalcaldes. Luego aterrizó a sus coequiperos, que serán funcionarios de su administración, invitándolos a luchar contra “su propio ego”.
“Ganamos y nuestra responsabilidad con la gente es enorme. Yo personalmente siento un piano en mis hombros, pero estoy listo y quiero cargar ese peso hasta llegar a un mejor destino”, manifestó. Luego, muy a su estilo, dijo que llegó a impulsar “la revolución del orden y el respeto”. Anunció que quiere a sus colaboradores en la calle y que usará “muy poco” el escritorio del Palacio Liévano.
Al final, definió su causa en pocas palabras. Se aleja del populismo, de aquello que suena bonito, de las promesas grandilocuentes y de la épica propia de la política. “Cuidar las instituciones no suena muy emocionante, solo es la principal tarea de los demócratas en la democracia. Seré un alcalde que va a escuchar la crítica y estaré dispuesto siempre a corregir. No seré un alcalde que pelee con la prensa, seré quien la promueva, y le pido a esa prensa que nos vigile y nos ayude a detectar lo que va mal para tomar cartas en el asunto. No seré el alcalde que buscará a su antecesor para justificar que algo no funciona. Ya llegamos, ya es nuestra responsabilidad, trabajemos con humildad, concentrémonos en producir resultados”, manifestó.
Finalmente, recordó que tiene una responsabilidad con los electores y con su familia. Resaltó que siempre la tendrá con su papá y que por ningún motivo lo defraudará. Carlos Fernando piensa en él, en lo que opinaría si estuviera presente. Extraña sus consejos y sigue su ejemplo, pero entiende que debe ajustarse a las necesidades de una Colombia moderna, con retos distintos a los de los años ochenta.
Espera que su papá se sienta orgulloso esté donde esté. Que vea que el pequeño niño tímido de 12 años, con una personalidad parecida a la suya, buscará reivindicar luchas que llevan años sin ser resueltas.
Carlos Fernando obtuvo la victoria que la violencia le arrebató a su padre esa noche del 18 de agosto de 1989, en Soacha, Cundinamarca. Sin embargo, no cree que lo supere, ya que su legado va más allá del poder. El Nuevo Liberalismo –después de 44 años, la muerte de su máximo líder, un exterminio, la desaparición, la lucha por la personería jurídica y un regreso agridulce– tiene la oportunidad de gobernar.
Igual que él, su familia piensa en aquella frase que Luis Carlos Galán pronunció en el viaje internacional que efectuó antes de ser asesinado: “A los hombres se nos puede eliminar, a las ideas no”.