Arreglar y maquillar un cuerpo es un arte milenario conocido como tanatología. El trabajo es detallado, cuidadoso y desgarrador. Pero cuando se debe embellecer el cuerpo del hombre más buscado del mundo, el mismo que puso en jaque al Estado y dejó miles de víctimas, el pulso falla.
Ómar Carmona arregló cuerpos por 11 años en la más completa soledad. Nunca nadie había vigilado su trabajo. Pero en 1993 fue distinto. Apenas llegó el cuerpo del Patrón, el hombre tuvo que hacer su trabajo en presencia de familiares, más de 30 uniformados y en un lugar distinto a la casa de funerales La Piedad de Medellín.
El 2 de diciembre de 1993, Carmona recibió una llamada para atender ese servicio, que mantuvo en secreto 27 años y en 2020 le contó a SEMANA todos los detalles. Como se volvió famoso, en 2022 empezó a recibir amenazas de muerte que lo tienen exiliado en Estados Unidos. Las intimidaciones se hicieron porque “hablaba muy mal de Pablo Escobar”.
Volviendo al día de la muerte del capo a las 3:00 p. m., nueve minutos después de difundida la alerta de la noticia, el anfiteatro de la ciudad estaba lleno de carrozas fúnebres. La hermana de Escobar escogió a la funeraria La Piedad, y eso unió la vida de Ómar con la del otrora hombre más peligroso de Colombia. “Con la decisión de ella empezaron mis 24 horas con Escobar”, dijo Carmona. “Ese día la mayoría de empleados no estaban, así que yo me seleccioné porque estaba como director de servicios”.
Cuando entró a la sala donde se practican las necropsias, yacía un hombre de contextura gruesa, cabello largo, canas y abundante barba. Nunca lo había visto vivo, pero inmediatamente confirmó que era la misma persona que protagonizaba todos los carteles de “se busca”. Su miedo no era el muerto, era arreglar mal al muerto. Mientras Ómar se disponía a arreglar el cadáver, un compañero recibió una llamada anónima. “Si aceptan el servicio les ponemos una bomba”. Escobar era peligroso hasta muerto
Carmona debía atender a la familia del narcotraficante y organizar sus honras fúnebres en 24 horas. La primera advertencia que le hicieron fue que “ni por el berraco” podía sacar al capo a recorrer las calles de Medellín. “Lo que le vaya a hacer, hágalo acá”, le dijeron.
Carmona debía ponerle al capo la mejor cara para viajar al más allá. Alcohol, algodón, maquillaje, formol y peinilla fue lo único que usó. “No le pude hacer una preparación adecuada como debí hacerla, pero me ajusté a lo que había. Lo bañé, lo peiné, taponé sus heridas con algodón y lo maquillé”.
En algún momento pensó que al vestir al capo habría peticiones especiales, pero se equivocó. Le pasaron un jean y una camiseta azul muy apretada, y le dijeron que no le pusiera nada más. Eso sí, debía quedar descalzo. La madre de Escobar le explicó que al capo le gustaba andar así, sin tenis, sin zapatos y sin medias. La familia puso en el cuerpo de Escobar unos papelitos en donde escribieron frases. Nadie supo nunca qué decían.
Otra solicitud que se le hizo fue la de conseguir un cofre sencillo para poner allí a Escobar. Llamó y encargó uno color gris plomo, irónicamente lo que repartió el capo durante años, hecho en madera tradicional y poco costosa. Sobre la muerte de Escobar hubo muchos mitos. Ómar fue la última persona que compartió con el cuerpo y da fe de que no es cierto que se haya enterrado con lujos, joyas o dinero.
Cuando terminó su labor, pensó que solo faltaba organizar el traslado. No fue así. Ómar, un ayudante y la mamá de Escobar se subieron en la carroza fúnebre donde estaba el capo. Cuando salieron del anfiteatro sintió que el traslado fue eterno y se llenó de angustia. Salió escoltado, pero unos metros más adelante, al pasar la turba, se quedó solo. La Policía desapareció. En ese momento se dio cuenta de la magnitud del trabajo que estaba haciendo, sintió temor, pensó que algo iba a pasar y se arrepintió de haberse “regalado” para la tarea.
Días después del entierro, la familia del capo lo fue a buscar. Pensó que había hecho algo mal. Recordó el miedo que tuvo cuando trasladó a Escobar al cementerio. Una vez más se equivocó porque le querían pagar los costos del funeral, agradecerle por su trabajo y el acompañamiento en esas 24 horas; 30 años después, Ómar confiesa que, además del pago por el trabajo, recibió un pequeño obsequio con el que se fue “para San Andrés y traje muchos regalos a mi familia”. Después de tres décadas, Ómar es abogado y periodista.