SEMANA: ¿Por qué ‘El fragor de la leña verde? ¿De dónde viene? ¿Qué lo motivó a escribir esta novela?
Germán Córdoba (G. C.): El fragor de la leña verde recuerda un momento histórico que a muchos nos tocó vivir. Es la historia de dos amigos que se conocieron en la facultad de derecho en los años 90. Quienes estábamos en la universidad en esa época, veíamos con hastío la violencia que se vivía en este país. Todos los jóvenes de Colombia decidimos crear e impulsar el movimiento político de la Séptima Papeleta, sin preguntar si eran de izquierda o derecha, ateos o católicos, si eran de universidad privada o pública. Eso no importaba, todos les exigimos a quienes estaban al frente del Estado de Colombia cambiar la Constitución de este país y fue un proceso trascendental porque fue pacífico. Eso en este país no se valora y se hizo sin tirar una sola piedra. Se narra la historia de dos jóvenes de diferentes corrientes políticas que vivían en las antípodas ideológicas, se conocieron y se hicieron amigos. En el panorama de la literatura colombiana contemporánea no hay muchas letras sobre Nariño, excepto lo de Evelio José Rosero Diago, por eso también es importante llenar ese vacío.
SEMANA: En la novela se relatan muchos hechos reales que han pasado en Colombia. En los años 80-90 hay dos protagonistas, Juan Alvarado y Alfredo, uno conservador y otro de izquierda, uno dedicado a la política y otro en la guerrilla. ¿Así como los hechos reales, lo que pasa con los protagonistas es basado en la vida real?
G. C.: Fernando Butazzoni, autor de una obra literaria monumental que se llama Las cenizas del cóndor, dice que: “en una novela lo que se narra tiene que ser verdadero, aunque no necesariamente tiene que ser real”. Los personajes de El fragor de la leña verde son ficción, son inventados con el pretexto de recrear una historia con hechos trascendentales y dolorosos que han ocurrido en Colombia y en Nariño y que parecen ser olvidados, como la masacre de Guaitarilla, donde unos miembros del Ejercito atacaron a integrantes de la Policía; la bomba de El Nogal, el Palacio de Justicia, el proceso 8.000, una serie de eventos que los colombianos dolorosamente hemos vivido. Javier Cercas dice que “la ficción tiene que ayudarnos a entender la realidad”; claro, uno es lo que ha conocido, lo que ha visto, lo que ha leído, lo que ha oído. Y cuando uno cuenta una historia, como en esta novela, hay un cúmulo de experiencias, de sentimientos y conocimientos que, por supuesto, se vierten en lo que se escribe, pero es ficción recreada con la realidad.
SEMANA: Juan Alvarado se envuelve en muchos temas oscuros en la política, que cuando uno los lee los ve identificados con ciertas noticias que han pasado en Colombia. Prebendas, mermelada, plata por debajo de la mesa, apoyos, transacciones. ¿Así fue manejada la política en algún tiempo? ¿O así se maneja aún?
G. C.: Es importante diferenciar lo que es la política y la politiquería; por ejemplo, los bárbaros que se ponen la camiseta de un equipo de fútbol para ejercer violencia o para cometer delitos, esos no son hinchas, son criminales. Así mismo, los que se roban el erario, los que compran votos, los que hacen de la política un medio para satisfacer sus necesidades personales, esos no son políticos, son politiqueros. La política es el arte de aprender a manejar lo público.
SEMANA: En su libro usted toca un tema que ha marcado la historia de Colombia, la corrupción, especialmente en la política. Ese tema, aunque en la novela sea ficción, es real. ¿Colombia se acostumbró a ver la corrupción como algo normal?
G. C.: La corrupción es el problema más grave que sufre nuestro país, casi que como Nación, porque no es solo en la política, también en el sector privado y en muchos espacios de la vida nacional. Los colombianos tenemos un problema y es que desde pequeños nos dijeron que hay que ser muy vivos, esa es la cultura de la avivatazgo y del atajo, que nos ha hecho mucho daño y es en todos los ámbitos; por ejemplo, el que no hace la fila, el que no respeta, el que miente o engaña, ahí hay corrupción; nos duele, por supuesto y mucho más cuando se presenta con el erario, porque la plata pública es de todos, pero a veces parece que lo que es de todos no es de nadie, y hay gente que cree que llega a un cargo público a solucionar su problema financiero y eso nos ha hecho mucho daño. Pero también, la corrupción debilita al Estado, mina la credibilidad, la legitimidad que debe tener, la confianza de los ciudadanos y eso le hace mucho daño a Colombia.
SEMANA: En el libro se vive en ese tiempo como ahora la polarización, eso no ha cambiado mucho, ¿o sí?
G. C.: Yo creo que la polarización se ha agudizado, hoy a la gente se le estigmatiza, se le etiqueta, se la marca, se la descalifica por sus creencias políticas. Una idea política es una idea de hacer, no de ser, pero aquí a veces con irresponsabilidad se dice: ese es un facho, es un mamerto, es un guerrillero, un paraco y eso dificulta el diálogo y el encuentro nacional. Históricamente ha habido diferencias, por supuesto, en épocas de violencia de liberales y conservadores, pero hoy desde los extremos se azuza para que los colombianos nos dividamos. No está bien estigmatizar a la gente por sus ideas políticas. Yo puedo ser muy amigo de alguien con quien no tengo ninguna coincidencia política, pero reconozco en esa persona otro tipo de valores que son los que me acercan. Repito: una idea política es una idea de hacer, no de ser.
SEMANA: Alguno de los personajes, Juan Alvarado y Alfredo, ¿cuentan algo de Germán Córdoba o lo describen?
G. C.: Cortázar decía que “lo básico para hacer literatura es la imaginación. La imaginación para ver realidad y transformarla de mil maneras”, y es eso. Somos la suma de lo que hemos leído, lo que hemos visto, de lo que hemos imaginado, lo que hemos escuchado; a veces hay un poco de dificultad para entender lo que es la ficción, la gente tiende a crear símiles o atribuirle más realidad qué imaginación, pero en este caso estos dos personajes son absolutamente ficticios.