El presidente Gustavo Petro, en múltiples ocasiones, ha sido descrito como un hombre callado y ensimismado que se desinhibe frente a las multitudes de personas que llenan plazas para escuchar sus discursos. Sus hijas más cercanas, producto del matrimonio con Verónica Alcocer, dicen que no se hace notar en la casa.
Nicolás Petro, en entrevista con SEMANA, reveló que para él ha sido un padre ausente, que en su niñez podía pasar semanas sin llamar a su hijo, que creció con su madre y abuelos maternos en Ciénaga de Oro, lejos de las bondades y desventajas de la profesión de su padre.
Cuando Katia Burgos dio a luz a Nicolás, el 1 de junio de 1986, su padre no estuvo presente, pues se encontraba preso por pertenecer a la guerrilla del M-19. En los primeros años de vida estuvo rodeado de su familia materna, cordobeses conservadores que inspiraron la vocación política del hijo de quien algún día iba a ser presidente.
Nicolás tuvo un padre callado, de apariciones fugaces pero poderosas. El ascenso en la política de su padre lo vivió como un espectador más, pero con los años ganó terreno hasta ser el principal gestor de su campaña presidencial en la región Caribe.
Ahora, capturado por la Fiscalía y con un proceso en curso por el delito de lavado de activos y enriquecimiento ilícito, Nicolás Petro vuelve a ser un espectador. El presidente lo dejó solo otra vez y le envió un mensaje en medio de una alocución en Sincelejo, más atada a la política que al dolor de padre.
El mandatario subió al escenario en la capital del departamento de Sucre y de inmediato dijo que prefiere hablar con su “pueblo”, al que le debe todo por elegirlo presidente.
Habló pudoroso, dijo que, de ser cierto que sabía de la entrada de dineros ilícitos a la campaña, debería dejar el cargo de inmediato. Afirmó que su hijo “no dijo eso”.“Y no dijo eso por una razón básica: a ninguno de mis hijos y de mis hijas, aquí una presente, les he dicho jamás que delincan. Eso no ha existido”, recalcó Petro.
Además, agregó que se quería “enfrentar al hijo contra el padre”. Y habló sobre aquello que pasó y no se puede reparar: “No es la primera vez, claro que han intentado usar las cicatrices familiares, las heridas. Algunas cicatrizarán, otras quizás nunca”. Y habló de esas cicatrices, que aún le arden a su hijo Nicolás, para decir que se quieren aprovechar errores para el “derrumbe” de su gobierno. Antes que a su hijo, puso su causa.
Advirtió que no es la primera vez que ocurre un enfrentamiento entre hijo y padre, y que tampoco será la última. En ese orden de ideas, según Petro, lo que no se puede decir es que haya sido cómplice de los delitos de alguno de sus hijos.
“Mis hijos y mis hijas han sido libres. Se equivocarán, seguro, como todo ser humano. Andarán por caminos diferentes, quizás, a los míos. Pero el padre eso nunca lo esperará, ni ha sucedido ni sucederá”, señaló.
Fue ahí cuando dijo que se está ejerciendo “presión” para que él y su hijo se enfrenten.
Lo que no se vio venir fue que Petro, en su conversación indirecta y politizada con su hijo en la cárcel, recordara cuando él mismo estuvo privado de la libertad en las prisiones de Bogotá, que los alejaron a finales de los años ochenta.
De esto le quiso dejar una enseñanza. Habló de cuando lo torturaron para que denunciara a sus compañeros de la guerrilla y recordó que nunca dijo una palabra o nombre.“Mi hijo ya verá. Lo único que le puedo recomendar es, desde la dignidad, la verdad. No arrodillarse al verdugo jamás. ¡Jamás!”, exclamó Petro ante una multitud de personas.
Tras las denuncias de Day Vásquez, el presidente clavó una daga en el corazón de Nicolás con su frase: “Yo no lo crie”. Y el día de su captura habló de “autodestrucción” y “sus propios errores”. No hay duda: Petro dejó solo a su hijo, con la frialdad de siempre.