SEMANA: Casi todos los congresistas coinciden en que usted es necesario para el debate en el Senado de la República, ¿cómo siente esos elogios?
Humberto de la Calle (H. C.): Yo me siento un poco abrumado, la verdad. En efecto, he detectado en el Congreso y en la opinión pública cierta idea de que uno puede prestar un servicio en términos de reflexión y examen cuidadoso de las iniciativas. Es una responsabilidad muy grande, pero hay que afrontarla. Cuando presenté mi candidatura, muchos dijeron que yo era un viejito que debía estar mimando a los nietos, y a lo mejor algo de razón podrían tener. Al final, lo que encuentro es que, en efecto, tengo una experiencia que puedo poner al servicio de la discusión razonable, evitando el fanatismo y la ferocidad política que nos ha venido agobiando últimamente.
SEMANA: ¿Cómo es experimentar el Congreso y sus mañas desde adentro?
H. C.: Para uno, hay como cierto grado de sorpresa. Conocía el Congreso en la condición de ministro, no lo conocía por dentro. Uno ve muchas disfuncionalidades, se pierde mucho tiempo, no se respetan las agendas. A mí me implica eso un cambio de temperamento. Estoy adaptándome, pero realmente es un trabajo que exige un enfoque distinto de la propia vida de uno. Creo que esto tenderá a buscar cierto grado de normalidad.
SEMANA: ¿Qué opina sobre los influenciadores y activistas en el Congreso? ¿Cómo le ha parecido estar rodeado por jóvenes?
H. C.: En efecto, hay una composición distinta. Hay un 68 % de congresistas nuevos, pero no solo son nuevos en el sentido de que llegan por primera vez, sino en la medida que provienen de un mundo distinto a lo que ha sido el Congreso. Yo me siento bien porque veo savia nueva, veo cosas nuevas y un lenguaje distinto, pero eso también tiene sus riesgos. Una cosa es un tuit con los 280 caracteres para resumir una política y otra es el trabajo, que tiene que ser reflexivo, reposado y tranquilo. A veces ve uno cierta urgencia, cierta impaciencia de algunos, pero yo confío en que este arranque, que tiene esas distintas caras, se vaya normalizando para lograr un trabajo más eficaz en el Congreso.
SEMANA: ¿Son congresistas con mucho afán de resaltar?
H. C.: El que no tiene ambición, no debe meterse a la política. No podemos ser ingenuos, todo el que esté aquí es porque ambiciona algo. Naturalmente, a menor edad, mayor ambición. Nosotros, los que ya estamos terminando nuestra vida... francamente, le quiero decir con toda sinceridad que yo no estoy buscando aplausos ni reconocimientos. Al contrario, a mí la vida ya me ha dado todo lo que nunca incluso imaginé, pero sí hay sangre nueva. Por lo tanto, hormonas nuevas y, evidentemente, deseo de figuración. El deseo de figuración es uno de los motores de la política y de los políticos. A mí no me preocupa eso, ni me parece que sea malo. Yo quisiera hacer un llamado en el sentido de que toda esta tarea de los influencers y los nuevos, de las personas que están aportando ideas diferentes, se enmarque dentro de un proceso razonable de meditación, no de descalificación, de respeto al contradictor y al antagonista en un escenario que yo aspiraría que fuera simplemente más regido por la sindéresis. Las evidencias científicas y la reflexión ordenada.
Lo que ha venido pasando en Colombia, hasta el día de las elecciones, era que si alguien proponía una tesis, el antagonista no refutaba la tesis, sino que acusaba al autor. Lo que suele llamarse argumentación ad hominem, que es destruir al otro y no su tesis. Creo que eso no nos debe pasar aquí. Me parece que pasadas estas euforias iniciales y estas impaciencias, logremos un escenario de reflexión más decantado.
SEMANA: Dice que la ambición siempre está presente en la política. ¿Cuál es su ambición?
H. C.: Me ratifico, el que no tiene ambición, es mejor que no se meta porque este es un mundo muy duro. En la política concurre lo más noble, pero también lo más abyecto de la especie humana. Esta es una mezcla absolutamente alucinante de pasiones y dificultades, pero también de ideas muy nobles. En términos burocráticos, yo no aspiro a nada. Yo aspiré a la Presidencia de la República y no convencí a mis conciudadanos. Acepto el veredicto de las urnas. En 2018, recibí la mayor derrota de la historia republicana de Colombia y estoy absolutamente tranquilo con eso. A lo que aspiro es a poder contribuir con algo de reflexión serena y tratar de consolidar, dentro de las ideas predominantes y particularmente de la agenda del Gobierno, algunas de las cosas. Sobre todo en política social e implementación del proceso de paz, que yo apoyaré. Manteniendo, como lo he dicho repetidamente, una posición independiente y con capacidad crítica frente al Gobierno.
SEMANA: ¿Cómo ve el desarrollo de la aplanadora de las mayorías del Gobierno en el Congreso?
H. C.: Tiene dos caras. La cara positiva es que se logra la gobernanza, es decir, un gobierno que tiene capacidad en el Congreso de implementar y llevar a cabo sus propuestas. Eso no es malo para Colombia, habría que mirar cada propuesta desde una perspectiva crítica, pero eso da gobernabilidad. Sería peor, como ha ocurrido en el pasado, gobiernos de minoría, donde el Ejecutivo va para un lado y el Congreso por otro. Esa es la cara positiva. La negativa es la forma impúdica como un sinnúmero de partidos abordaron el tren de la victoria, se subieron al carro de Petro. Algunos compraron tiquete, otros ni siquiera, mediante una mínima conversación programática. Terminaron pegados de las ventanillas del tren de la victoria, haciendo el esfuerzo de dar codazos y meterse allá adentro. Esa coalición tan grande no se va a mantener. ¿Qué quiero decir? No creo que vaya a haber una enorme crisis, por lo menos en el primer año. Pero, cuando empiecen a surgir los temas concretos, los guarismos de apoyo de congresistas al Gobierno, van a ser menores, dependiendo de cada tema.
No necesariamente por bloques. La reforma tributaria va a traer discusiones, todos los temas de la llamada paz total traerán otras discusiones y, finalmente, los gobiernos todos se desgastan. No hay luna de miel eterna. Por lo tanto, creo que va a ir variando, pero no quiero decir que lleguemos a un punto crítico en el que el gobierno quede en minoría. La coalición que estamos viendo ahora, con ese enorme tamaño, creo que no podrá mantenerse.
SEMANA: ¿Usted qué opina de Roy Barreras?
H. C.: Él ha tenido un trasiego largo en la política y se le critica que ha tenido distintos frentes partidistas. Él tiene sus explicaciones. Yo quiero resaltar, aun a sabiendas de que hay personas que tienen una imagen negativa de Roy Barreras, primero que ha tenido persistencia, enorme habilidad, es extraordinariamente inteligente y creo que es el mejor polemista de Colombia. Creo que sirvió mucho en La Habana, pero, sobre todo, en la instrumentación en el Congreso del acuerdo. En este momento, para mí fue la mejor decisión de Petro, en el sentido de que es difícil encontrar a alguien que pueda ser más eficaz en el manejo de una coalición tan disímil.
SEMANA: ¿Qué opina sobre el desempeño de la oposición?
H. C.: A muchos se les han trabado los cables, tanto de sectores de la oposición como de gobierno. La oposición a veces actúa como si no hubiera habido una elección y como si Gustavo Petro no hubiera ganado. Sigue, dijéramos, atrapada un poco en el lenguaje contra el proceso de paz, advirtiendo unos peligros, por ejemplo, en su momento, en la reforma tributaria que luego fueron desvirtuados por el propio ministro Ocampo. Entonces, yo llamaría a esto inercia, para hablar en términos de física, de una oposición que continúa presa de la repetición y la argumentación que traía de antes.
También a la coalición de gobierno se le traban los cables. A veces oigo discursos en el Congreso violentos, diciendo que hay un gobierno oligárquico que es marioneta de los grandes poderes. Como si olvidaran que el señor Gustavo Petro es el presidente de la República. Tenemos que esperar a que los cables se recompongan para que cada uno asuma el rol que le corresponde. La coalición de gobierno va a tener que tratar de obtener resultados. Eso va a implicar, incluso, bajarle a esas baterías de redes dirigidas a destruir a todo quien no esté de acuerdo con ellos. A su vez, la oposición debe partir de la base de que hay un gobierno nuevo, que ganó, que tiene el apoyo popular y que ha venido modulando las ideas originales de la campaña.
SEMANA: ¿Quién es el o la líder de la oposición?
H. C.: Diría que hay una cosa colectiva, me parece. Es María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Miguel Uribe Turbay. Pero yo sostengo que, así el doctor Álvaro Uribe haya sufrido tantos reveses y esté en situaciones en las que se vea disminuida su incidencia y caudal político, de todos modos sigue siendo una figura que desempeñará un papel en la oposición. Paradójicamente, porque Gustavo Petro, en gesto que aplaudo, le dio vida y oxígeno cuando lo invitó a discutir sobre el futuro de Colombia. Le ha asignado un papel de contradictor. Creo que, de todos modos, el doctor Álvaro Uribe está en condiciones muy difíciles de carácter político, pero no creo que esté muerto ni el uribismo esté muerto.
SEMANA: ¿Incluso cuando existe una oposición mucho más dura, como la de María Fernanda Cabal?
H. C.: Sí creo que tiene vigencia. Así su escenario político esté bastante disminuido, de todos modos hace un ejercicio de pedagogía y de conducción de las ideas opositoras. La gran incógnita va a ser qué pasará en tres años. ¿Estarán liderando la opinión pública los sectores más radicales de la oposición o unos sectores más moderados o la coalición del Pacto Histórico seguirá siendo predominante? No lo sabemos.
SEMANA: ¿Qué opina sobre la paz total?
H. C.: Distingo dos capítulos en la llamada paz total. Lo que tiene que ver con la guerrilla, a la que se le reconoce un origen político, y en particular, para ser concreto, el ELN. Creo que frente al ELN no hay enormes dificultades jurídicas, me parece que hay un camino. Colombia lo ha recorrido, se ha ido incrementando y hay una serie de instrumentos jurídicos. Para las negociaciones de La Habana, el gobierno implementó instrumentos que más o menos habían desaparecido. Ahí no veo un gran obstáculo de carácter jurídico.
El obstáculo o la dificultad va a ser política, qué es lo que se va a negociar con el ELN y qué es lo que va a satisfacerlos, cuando su tradición ha sido de gran radicalismo y enormes dificultades en los momentos de negociación.
En el capítulo del sometimiento, por lo pronto, el Gobierno no ha precisado hasta dónde piensa llegar. Por lo tanto, uno no puede atacar u opinar sobre lo que aún no es una realidad, pero de lo que se ha dicho sí surgen inquietudes. Yo tengo algunas inquietudes, personalmente. Por ejemplo, en primer lugar, el sometimiento es un tema de justicia ordinaria. He leído que a veces se habla de una especie de JEP para estas bandas narcotraficantes y me parece que ese es un error. Aquí de lo que estamos hablando es de instrumentos dentro de la justicia ordinaria.
En segundo lugar, una cosa que parece abstracta, pero no lo es, es la naturaleza de las penas. Frente a una guerrilla política, nosotros en La Habana aceptamos que había un gran componente reparador en las penas: ir a desminar o ir a reconstruir la infraestructura. Pero frente a la delincuencia caracterizada por los llamados grupos armados al margen de la ley, me parece que no hay que limitarse a una tarea restauradora. Tiene que haber un elemento que los técnicos llaman retributivo, que es la asunción de la circunstancia de haberle hecho daño a la sociedad, que exige un castigo que repare esas ansias de castigo de la sociedad. La palabra castigo es muy dura, pero es la realidad.
¿Hasta dónde llegarán los beneficios frente a estas organizaciones y cómo se garantiza la unidad de mando de los grupos al margen de la ley? Una cosa es una guerrilla institucionalizada, como fue las Farc, que tenía una estructura de mando vertical. Otra cosa es el ELN, que tiene una estructura de mando distinta, pero de todos modos obedece a una cierta concepción federal. Estos grupos están compuestos de bandas y hay subcontratación de acciones. Entonces, ¿cómo nos garantizamos los colombianos de que lo que se disponga por los máximos jerarcas de algún grupo de estos realmente sea cumplido y no empiece a diluirse en el terreno de la realidad?
SEMANA: Usted también impulsa reforma. ¿De qué forma transformará el CNE y la Registraduría?
H. C.: Con varios congresistas y asesoría experta, hemos presentado una reforma institucional de la organización electoral. Primero, un nuevo Consejo Electoral Colombiano independiente, donde solo tenemos cinco miembros, con un ahorro considerable. Segundo, un registrador que tiene que trabajar con ese consejo, no con los poderes unipersonales que tiene. Tercero, como hay controversias que a veces resuelve el Consejo Nacional Electoral y luego nuevamente el Consejo de Estado, vamos a trasladar la sección quinta, a partir de 2026, para crear una nueva Corte Electoral que resuelva todas las controversias de manera rápida. Esto implica, además, ahorros, cero costo y, simultáneamente, lograremos que haya carrera administrativa electoral. Es un tema muy sensible.
SEMANA: Toda esta expectativa ciudadana por los cambios que propuso el presidente Petro, ¿no le parecen una decepción segura?
H. C.: No estuve jamás en las filas de Petro, nunca en mi vida he estado, pero sí creo que el cambio en Colombia era necesario. Honestamente, pienso que haber seguido el camino que venía trazando el Centro Democrático hubiera generado una situación social insostenible. Creo que era necesario el cambio y dirigido a una mayor política social, eso lo comparto.
También comparto, como cosa general, que para lograr esas políticas sociales incluyentes y progresistas se necesita una reforma tributaria. El Estado tiene que tener recursos, de lo contrario esto se vuelve imposible. En la reforma tributaria veremos punto por punto cuál es la opinión que tendré, pero, como visión general, creo que esta sociedad sí necesita un acto de solidaridad de los más pudientes para remediar, o por lo menos aminorar, una enorme crisis social.
Un personaje con ese sello era una necesidad de Colombia. No haber optado por el cambio hubiera sido extremadamente peligroso en términos de agitación social y de enormes dificultades. Eso no va a ser eterno, como ya lo dije. Me parece que el gobierno tiene problemas objetivos enormes al frente, que no se arreglan con simple voluntad, y tiene metas demasiado ambiciosas. Me atrevería a decir que el mayor riesgo de Petro es la esperanza y la impaciencia.
Muchos de los que votaron por Petro creen que esto es de la noche a la mañana y que tiene la capacidad mágica de cambiar las circunstancias de un momento a otro. Una de las cosas que debería ir haciendo el gobierno es implorar un cierto grado de paciencia, que no es una cosa de un día para otro.
SEMANA: ¿Sabe qué hará después de estos cuatro años?
H. C.: Tengo una vocación frustrada de escritor. He publicado algunos libros, pero quiero redondear esa tarea, que no he podido por compromisos de la vida pública. Reitero que no tengo ningún interés burocrático. Espero terminar esto y, si me queda vida, dedicarme a la lectura y escritura.