“Señor, ya está muy mayor, muérase tranquilo. Diga las cosas como son. Confiese todo lo que usted hizo”. Cecilia Cabrera Guerra, esposa de Carlos Augusto Rodríguez, uno de los desaparecidos del Palacio de Justicia, le habla al general (r) Jesús Armando Arias Cabrales, el hombre que dirigió la Brigada 13 del Ejército el 6 y el 7 de noviembre de 1985, cuando un comando armado del M-19 ingresó al Palacio de Justicia, una tragedia que dejó 94 muertos, entre ellos 11 magistrados, y 12 desaparecidos.
Arias Cabrales le dijo a SEMANA que actuó conforme a la ley y, pese a la condena a 35 años que enfrenta, se declaró inocente. El militar retirado se consideró una víctima más.
Cabrera Guerra, quien está al frente de una inmobiliaria, cree que Arias Cabrales tiene la verdad. “Él sabe qué pasó, absolutamente todo, dio las órdenes, estuvo ahí todo el tiempo”, dijo. Pero dice que no entiende por qué no confiesa de una vez por todas. No lo hizo ante la justicia ordinaria. Tampoco ante la Justicia Especial para la Paz (JEP), que lo benefició con libertad condicional a cambio de su verdad, pero ante su negativa volvió a reclusión.
La mujer observó a Arias Cabrales hace cinco meses en audiencia pública. Lo miró fijamente a los ojos, escuchó su versión y concluyó que nunca dirá la verdad. “Quiere tratar de confundir. Fue una revictimización para nosotros escuchar a este señor”, resumió. Sus heridas, contó, han sanado, pero la rabia, en ocasiones, persiste. “Me molestó que fuera deshonesto en sus declaraciones”, manifestó.
La familia de Carlos Augusto Rodríguez lleva 38 años esperando conocer la verdad. Ni siquiera Enrique Rodríguez, el padre del desaparecido, quien fue fiscal, logró conocerla porque murió hace una década esperando noticias.
En cada reunión con su hija y demás familiares, la pregunta es recurrente: ¿qué pasó con Carlos? Nadie da una respuesta. “Su desaparición no sale de nuestra cabeza. Mientras no se cierre ese ciclo, se encuentren sus restos y se sepa la verdad, es imposible”, precisó.
Carlos Augusto era el administrador de la cafetería del Palacio de Justicia. Cecilia, además de su esposa, también trabajaba en ese mismo sitio, pero el 6 de noviembre de 1985, cuando la guerrilla se tomó el edificio, ella se salvó de milagro. Alejandra Rodríguez, su hija, estaba recién nacida, y debía cuidarla.
No obstante, Cabrera llegó hasta el palacio diez minutos después de la toma del M-19 y no logró ingresar. Las vallas y la Policía se lo impidieron. La última vez que habló con él fue a las 9:30 de la mañana de este día, cuando bajó hasta el sótano y la llamó desde el teléfono fijo: “Amor, ¿cómo estás?, ¿cómo está la niña? ¿Vienes?”. Ella jamás volvió a oírlo.
Una periodista y César Sánchez Cuesta, testigo y cliente del restaurante, confirmaron que a Carlos Augusto Rodríguez lo llevaron hasta la Casa del Florero en Bogotá, donde estaba el Ejército. Por eso ―resume ella― “el general Arias Cabrales tiene la verdad”.
“¿Qué hizo con mi mamá?”
Sofía Velásquez tiene 60 años y aún llora por Marina Isabel Ferrer, su madre y víctima de la tragedia del Palacio de Justicia, como si fuera ayer. La comerciante y mamá de tres hijos llegó al edificio ese 6 de noviembre en busca de una amiga que le prestaría un teléfono y terminó desaparecida. “Nadie me da respuesta. Ni siquiera el general Arias Cabrales”, le dice a SEMANA.
Sofía se tuvo que conformar, después de 38 años de investigación, con 32 huesos de los pies de su supuesta madre que le entregó la Fiscalía.
“Para el Estado, soy invisible, a mí nadie me ve, tampoco a mis hermanos. Es una lucha que llevo hace más de tres décadas y nadie me escucha. Nadie me dice qué pasó con mi mamá”, expresó.
Ella, de profesión fisioterapeuta, dice que existen indicios de que Marina salió viva del Palacio de Justicia. “¿Cómo me van a entregar unos huesos de unos pies?”. ¿Lo demás?, es su interrogante. “Tengo que quedarme sin la verdad, es lo más absurdo”, puntualizó.
Velásquez quiere que Arias Cabrales confiese. Dice que él era quien estaba pendiente de quienes salían del Palacio de Justicia en medio de las llamas. “¿Cómo determinaron quién era culpable y quién no? ¿Cómo supo él quién era mi mamá? ¿Qué razón tuvieron para retenerla? Ella tuvo que pasar por sus ojos, ella no era una mujer peligrosa”.
Sofía reconoce que se le estruja el corazón al pensar qué pudieron hacerle a Marina. “Eso no me deja tranquila. Posiblemente la torturaron hasta más no poder”. Según le han relatado, su madre, en medio del holocausto, suplicaba que no la fueran a matar. Imploraba por sus hijos.
La fisioterapeuta recuerda que, la última vez que habló con su madre, ella estaba en el Palacio de Justicia, en medio de la toma guerrillera.
Eran las 12:45 del mediodía. “Yo le dije ‘mami, bájese por las escaleras’. Ella me respondió ‘están disparando, hija’. Le pedí que se tirara por una ventana. Ella ―quien hoy tendría 92 años― se arrastró, se metió debajo de una mesa, cuando hablaba conmigo me dijo ‘no puedo seguir hablando’. Se oía angustiada y me tiró el teléfono”.
Por eso, Sofía respira y le pregunta al general (r) Arias Cabrales: “¿Qué hicieron con mi mamá? ¿Dónde la dejaron?”. Y remata: “Ellos la mataron”.
No obstante, cree que el oficial no hablará. “Arias Cabrales no es inocente, ninguno de ellos, tienen su pacto de silencio. Se murió el expresidente Belisario Betancur y se llevó su versión, lo mismo el M-19. Y ahora el coronel”, concluyó.
“Ningún general”
Sandra Beltrán inició su diálogo con SEMANA haciendo una aclaración: “Para mí no es general, para mí es el señor Jesús Armando Arias Cabrales. Cuando uno comete un crimen de lesa humanidad, siendo miembro activo de la fuerza pública, deja de ser oficial”, dijo.
La hermana de Bernardo Beltrán, uno de los desaparecidos del Palacio de Justicia, miró fijamente a los ojos de Arias Cabrales en las audiencias recientes de la JEP en Bogotá y le preguntó: “¿Cómo hizo hace 38 años para levantarse, saludar a la mujer de beso, santiguarse sabiendo que había retenido, torturado, asesinado y desaparecido a 11 personas de la cafetería del Palacio de Justicia?”. Él, según dijo ella, guardó silencio.
Bernardo tenía 24 años, había estudiado Mesa, Bar y Restaurante en el Sena y llevaba trabajando dos meses y seis días en la cafetería del Palacio de Justicia cuando ocurrió la tragedia.
Después de 33 años del holocausto, la familia del joven, apático a la política y amante del futbol, recibió una llamada de la Fiscalía. Habían encontrado a Bernardo; al menos el 82 por ciento de su cuerpo calcinado.
Los huesos ―relató Sandra― los encontraron, inexplicablemente, en un cementerio de Filadelfia, Caldas, en la tumba del magistrado auxiliar Jorge Alberto Echeverry. “Ahora, el cuerpo del togado está desaparecido”, resumió ella, quien tiene 59 años y estudió prótesis dental y enfermería.
A su hermano le faltó parte de la cabeza. Los restos reposan en el colegio San Bartolomé en Bogotá, donde descansan algunos de los desaparecidos del Palacio de Justicia. “Queremos la verdad”, dijo. También el faltante del cadáver. “Mientras nosotros estemos vivos, ellos también lo estarán”, concluyó.
Las víctimas del Palacio de Justicia claman casi a gritos que Arias Cabrales relate qué pasó con sus seres queridos. Helena Urán, hija del magistrado auxiliar del Consejo de Estado Carlos Horacio Urán, tiene claro que el Ejército mató a su padre. Por eso, después de la audiencia de la JEP, donde compareció el general Arias Cabrales, no ocultó su molestia. Dijo que el oficial en retiro había perdido la oportunidad de oro que le concedía la Justicia Transicional.
“Su soberbia y el pacto de silencio fueron demasiado grandes. Otros perpetradores entenderán que contar la verdad y reconocer lo que hicieron los beneficia a ellos y nos permitirá avanzar como país”, expresó.
Las familias de las víctimas del holocausto del Palacio de Justicia no creen en la versión de Arias Cabrales y claman justicia.