SEMANA: ¿Por qué decidió escribir un libro?
MARÍA PAULA CORREA: Soy de la vieja guardia, de cuadernos, de anotar. Por eso, en enero de 2022, me puse a hacer un recuento de todo lo que tenía escrito de la Presidencia y había material para un libro porque, a medida que escribía, recreaba las historias. Tengo un amigo que trabajó conmigo en el Gobierno de Álvaro Uribe y que ahora es escritor. Un día me dijo que debería escribir un libro y le propuse hacer el proyecto juntos. Me acordé cuando Uribe escribió su libro con Brian Winter titulado No hay causa perdida. Mi amigo, después de trabajar en el Gobierno, se identificó en la centroizquierda, y me respondió que debería hacerlo con alguien de ideología de derecha. Pensé que sería mejor con alguien que no creyera en nuestras ideas para que viera lo que habíamos hecho. Le propuse venir a Colombia en la última etapa del Gobierno de Iván Duque. Así empezamos. Él entrevistó a mucha gente, visitó regiones. Un día me contactaron de Planeta, vía WhatsApp. Diego Garzón, de la editorial, me llamó y me hizo la propuesta del libro.
SEMANA: ¿Por qué lo llamó La última línea, antimemorias de una jefe de gabinete?
M.C.: Porque la última línea es el equipo más cercano para llegar al presidente, los colaboradores más próximos, los que lo protegieron. La oficina del jefe de gabinete es la última y más cercana al despacho presidencial. En el corredor de la Casa de Nariño está la oficina de la primera dama, el salón Obregón, el Dapre y la jefatura de gabinete, que se comunica al despacho por una puerta. Esa era mi oficina.
SEMANA: ¿Qué fue lo más difícil de escribir el libro?
M.C.: Que no se me pasara ningún detalle, que la información fuera exacta y que no violara la seguridad nacional. El libro está dividido en tres partes: quién es María Paula Correa, mi interés por la política desde que tenía uso de razón y los secretos del Gobierno.
SEMANA: ¿Por qué María Juliana Ruiz, la esposa del expresidente Duque, escribió el prólogo?
M.C.: María Juliana y yo tenemos una relación muy cercana, no sé si es algo que la gente sabe. La forma más precisa de describir la relación entre las dos se llama complicidad, ella con una confianza muy grande en mi trabajo y en mi rol de acompañar al presidente de sol a sol. Siempre que había una discusión con Iván Duque sobre cualquier tema, ella y yo, curiosamente, estábamos del mismo lado. Por ejemplo, en los discursos del 20 de julio, ambas algunas veces le decíamos “no nos parece la línea, qué tal si analizamos otro enfoque”.
SEMANA: ¿Por qué dedicó un capítulo y lo denominó ‘No soy la moza del presidente’?
M.C.: Es una reivindicación. Yo –recordemos– interpuse una denuncia a la persona que inició esta tendencia en redes sociales. Es poder hablar de un tema que, obviamente, me afectó muchísimo a mí, al presidente, a María Juliana. Quiero hablar de frente y decir que solo por el hecho de ser mujer, joven, y por el cargo, ¿tengo que ser la moza del presidente? ¿No creen que soy capaz y tengo las capacidades para hacerlo? Quiero decirles a las mujeres que pasan por una situación como estas que hay que tener la piel fuerte, que no se dejen amedrentar, que si tienen un sueño, adelante, porque seguirá pasando.
SEMANA: ¿Fue muy difícil para usted que la catalogaran de esa forma en las redes sociales?
M.C.: Muy difícil, muy doloroso porque uno cree siempre que es muy valiente, pero es que fue tendencia en Twitter durante una semana y fue mundial porque personas de diferentes países me llamaban, jefes de gabinete, presidentes se comunicaron para solidarizarse. En el libro se van a dar cuenta de cómo todo fue articulado de cara a las primeras protestas de 2019. Era un ataque perfecto para desestabilizar a Iván Duque y a su equipo más cercano.
SEMANA: ¿Qué le dijo Duque?
M.C.: Para adelante, no les pares bolas. Siempre fue muy solidario, sobre todo María Juliana.
SEMANA: Para que los lectores sepan, usted revela un chat sobre este tema en el libro.
M.C.: Así es.
SEMANA: Dicen que usted se derrumbó y hasta lloró por esos señalamientos.
M.C.: Claro, un viernes en la noche empiezo a ver notificaciones de Twitter en mi teléfono celular, el sábado la tendencia fue fuerte y el domingo, cuando fui a almorzar con mi mamá, una señora mayor se paró de la mesa, se acercó y me dijo: “Toda mi solidaridad, no hay derecho que por ser mujer la señalen de esa manera”. Me ataqué a llorar porque dije: “Dios mío, esto es de una dimensión que no tenía calculada”. Mi mamá me pedía que no llorara.
SEMANA: ¿A sus 35 años, cómo se convirtió en la jefa de gabinete de Duque?
M.C.: Con Duque nos conocimos en 2010, cuando él fue asesor del expresidente Uribe para los temas de la ONU. Formamos una amistad fuerte, cuando él se vino a Colombia formó parte de la lista al Senado en 2014, seguíamos en contacto. Cuando él buscó la precandidatura en el Centro Democrático, me propuso que me viniera a acompañarlo en la campaña. Le respondí que si ganaba la consulta me venía, porque yo tenía una vida en Nueva York. La ganó. Nos vimos en Colombia en diciembre, hablamos en enero y me hizo la propuesta. Yo contestaba el teléfono, servía tintos, manejaba la agenda, hacía muchas cosas en la campaña.
SEMANA: ¿Y cómo se oficializa el cargo de jefa de gabinete?
M.C.: Duque nunca le ofreció un cargo a nadie. Ganó un junio y, al día siguiente, me llamó y me dijo que nos viéramos en la sede. Nos pusimos a hablar y me propuso: “Quiero que seas mi secretaria privada”. Para mí era como un sueño porque iba a volver a la misma oficina donde había trabajado en el Gobierno Uribe, aunque como asesora de Alicia Arango.
SEMANA: ¿Es intimidante trabajar al lado de un presidente?
M.C.: No. Tengo un carácter fuerte y siempre le manifesté al presidente que cuando no estuviera de acuerdo en algún tema, lo diría. Y así ocurrió. Desarrollamos una confianza tan grande que nos permitía, incluso, tener peleas y debates fuertes sobre temas en los que no estábamos de acuerdo.
SEMANA: ¿Qué tan fácil es manejar la agenda de un presidente?
M.C.: No es fácil, es una tarea muy dura, pero afortunadamente tenía la experiencia del Gobierno Uribe, ya sabía cómo Alicia Arango lo había hecho. Yo –como siempre digo– no me demoré en conocer el baño de la Presidencia, ya sabía dónde estaba ubicado.
SEMANA: ¿Qué fue lo más difícil al manejar la agenda de Duque?
M.C.: Poder acomodar la cantidad de solicitudes que llegaban. El presidente le decía sí a todo y uno es quien dice no. ¿Cómo se priorizan los compromisos de Gobierno? ¿Qué es importante y qué es urgente? Es saber distinguir entre esas dos cosas. Yo, de frente, decía ‘no’ cuando debía hacerlo.
SEMANA: Y eso le trajo amigos, pero también contradictores.
M.C.: Sí, pero yo respondía. No me desaparecía, contestaba. Nunca dejaba a alguien en visto.
SEMANA: ¿Alguna vez pensó en renunciar?
M.C.: Sí. Alguna vez peleé con el presidente y le dije que me iba. No recuerdo la razón. Me puse a llorar. Hay una anécdota muy chistosa. Un día lloramos tres ministras, éramos las que teníamos el carácter más fuerte: Ángela María Orozco (Transporte), María Fernanda Suárez (Minas) y yo. Todas por diferentes razones y el primer mandatario entró a la oficina, nos miró y nos dijo: ¿pero esto qué es? ¿Qué pasó aquí? Él, siempre muy comprensivo, nos sentó a cada una en la oficina, nos atendió por separado y ya.
SEMANA: De hecho, su oficina era el Kleenex del Palacio de Nariño...
M.C.: Yo atendía desde la mesa, odiaba el escritorio, me sentaba dándole la espalda al Congreso (risas), con la puerta abierta mirando siempre qué estaba pasando en la oficina del presidente. Tenía un bowl lleno de comida, paquetes y era la antesala antes de pasar al despacho. Los ministros comían algo, se sentaban, me echaban un cuento personal, se desahogaban y se iban. En algunos casos eran funcionarios enfrentados por presupuesto, como ocurre en todos los Gobiernos. Era la caja de Kleenex del palacio.
SEMANA: ¿Qué tan poderosa era?
M.C.: Siempre tenía una frase: si el poder es hacer que las cosas pasen, bienvenido el poder.
SEMANA: ¿Y eso le generó resistencia?
M.C.: Bastante. El libro tiene un capítulo con la portada que me dio SEMANA. A mí no me gusta la exposición, ser visible. Acepté hacer la entrevista, pero no sabía que sería portada. Me acuerdo de que estaba en Barranquilla. Llamé al presidente a las seis de la mañana y le dije que era la portada. Nos vimos y me dijo: “Tú sabes que esto te cambiará la vida para bien y para mal”. En el libro cuento cómo la portada de SEMANA desencadenó los falsos rumores de ‘la moza de Duque’ y fricciones internas.
SEMANA: Algunas personas la describen como una mujer fría, seria, distante. ¿Es así?
M.C.: Creo que no me conocen. Mis amigos siempre han sido mis amigos. Mi equipo no cambió durante los cuatro años, yo creo que eso demuestra que no soy como me pintan.
SEMANA: ¿Cómo hacía para que Duque no se extendiera en sus reuniones?
M.C.: El presidente Duque es muy conversador, le gusta hablar y alargarse, pero yo era la puntilla y de frente me tocaba decirle: “qué pena, presidente, nos toca irnos, tenemos la siguiente cita”. De hecho, en el libro Es con hechos, de Duque, él me hace una dedicatoria: “María Paula, con quien hemos trabajado incansablemente para construir con hechos un mejor país. Gracias por su lealtad, compromiso, dedicación y capacidad de saber contradecir en el momento indicado (...)”.
SEMANA: ¿Duque se perdía tanto como Petro?
M.C.: Nunca. Empezaba sus rondas de llamadas al equipo algunas veces a las cuatro y cinco de la mañana.
SEMANA: ¿Usted trabajaría con un presidente como Gustavo Petro?
M.C.: Yo no sé lo que es trabajar con Petro, pero soy muy controladora. Siempre tuve claro que la agenda no la hace el presidente. Si la hace el primer mandatario empieza a fallar. Uno tiene que llegar con la agenda lista y claramente él opina y pide que incluyan o quiten citas. El presidente debe dar la confianza para construir la agenda.
SEMANA: Es decir, la clave del éxito era porque Duque escuchaba.
M.C.: Claro, oía y había confianza porque un presidente no puede perder su valioso tiempo en ese tipo de logística. Cualquier persona puede pedir una cita y yo era el filtro, la última línea, la persona que lo blindaba. Para sentarse a hablar con él, dependía de mí. Yo creo que abrí el camino y desmitifiqué la idea de que el cargo de jefe de gabinete solo lo podían ocupar hombres o mujeres mayores, con una larga trayectoria política. Creo que si se tiene la capacidad de trabajo, la rigurosidad y disciplina, es posible.
SEMANA: ¿Qué tal es Duque como jefe?
M.C.: Fuerte, exigente, lo estudia todo. Llegaba, por ejemplo, un ministro a hablar con él y, en ocasiones, sabía más que su funcionario.
SEMANA: ¿Quién era la persona que más visitaba a Duque en su oficina?
M.C.: Ernesto Macías, el senador nos visitó mucho.
SEMANA: ¿Álvaro Uribe?
M.C.: Fue un par de veces al palacio. Nosotros también fuimos un par de veces a visitarlo.
SEMANA: María Fernanda Cabal dice que a ella no la invitaban a la Casa de Nariño.
M.C.: No, ella sí estuvo en el palacio, las veces que se citaba a la bancada del Centro Democrático ella estuvo.
SEMANA: ¿Usted llamaba al orden a los ministros?
M.C.: Cuando tocaba. Y no era un tema de regañar. Siempre dialogaba con los ministros y, cuando tocaba decirles algo que no estaba bien, se hacía. Mi figura siempre fue la de llegar a consensos.
SEMANA: ¿Alguna vez vio descompuesto a Duque?
M.C.: No, hubo momentos duros. Quizás el más fuerte fue cuando tuvo que cerrar el país (por la pandemia del covid-19). Lo cuento detalladamente en el libro. Tomar la decisión de cerrar Colombia, eso no había ocurrido. Suspender los vuelos nacionales fue una decisión fuerte. Sopesar entre cómo salvar vidas y proteger la economía.
SEMANA: Dicen que, tras la pandemia, Duque alcanzó a presentar cuadros de depresión. ¿Es real?
M.C.: Nunca, es falso. Decían que estaba tomando antidepresivos, mentira.
SEMANA: ¿Lo vio llorar?
M.C.: El día que murió su abuela. Falleció cuando él era presidente. Ese día lo vi llorar.
SEMANA: ¿Duque tenía tiempo para tocar la guitarra en su despacho?
M.C.: Nunca lo vi tocar guitarra en el palacio. No sé si en su casa privada, pero un par de veces, para fotografías, cogía el instrumento, pero que se sentara a tocar guitarra, no.
SEMANA: ¿Y lo ha visto en el papel de DJ?
M.C.: En la fiesta del 7 de agosto de despedida, fue su inauguración. Él, en medio de la celebración, se puso de DJ. Lo hace bien, está aprendiendo. Mezcla todo tipo de música.
SEMANA: ¿Qué le daba rabia de Duque?
M.C.: Que se alargara en sus citas y se me corría la agenda, él es conversador porque es minucioso, le gustan los detalles, la historia. No me gustaba que llegara tarde a las cosas porque soy muy puntual, yo se lo decía y él, respetuosamente, oía.
SEMANA: ¿Le dolían los ataques de Claudia López contra Duque?
M.C.: Mucho, yo tuve una buena relación con ella, pero fue muy injusta con nosotros al principio de la pandemia.
SEMANA: ¿Le pasó lo mismo con algunos miembros del Centro Democrático que cuestionaron a Duque?
M.C.: Un sector del Centro Democrático nunca entendió que ganamos las elecciones, una facción se quedó en la oposición.
SEMANA: Volviendo al libro, cuenta un secreto con Víctor Muñoz, exdirector del Dapre…
M.C.: No nos conocimos en la Presidencia, como algunos creen. Nos reencontramos 20 años después de que me hubiera roto el corazón en 4.000 pedazos. Ahí está toda la historia.
SEMANA: ¿Colombia ha sido desagradecida con Duque?
M.C.: La historia se encargará de valorar el buen Gobierno que hizo Duque.
SEMANA: ¿Cree que el país lo empieza a extrañar tras el Gobierno Petro?
M.C.: Lo creo y lo he vivido. Me ha pasado cuando estoy en un supermercado, en un aeropuerto, cuando saco a mis perros en la calle y la gente me agradece.
SEMANA: ¿Iván Duque ya leyó el libro?
M.C.: Sí, le encantó.