Durante más de 70 años, los restos del Titanic permanecieron ocultos a más de 4.000 metros bajo la superficie del océano Atlántico. Solo a partir de 1985, cuando Robert Ballard -una autoridad en arqueología submarina- encontró el naufragio, comenzó la investigación forense de esa fatídica noche de 1912. Un grupo de científicos hizo la primera gran revelación en 1996, tras encontrar que el tamaño de la hendidura causada por el iceberg en el casco no fue tan extensa como en un principio se creyó, sino de apenas 1,1 metros cuadrados, el equivalente al área de un escritorio. Según J. Kent Layton, autor del artículo 'Mysteries: the iceberg damage', la nave sufrió pequeñas ranuras en diferentes partes del casco que permitieron que el agua entrara a presión en los primeros cinco compartimientos herméticos. Si bien el Titanic podría mantenerse a flote con cuatro inundados, en el momento en que hubo fisuras en cinco, todos adyacentes y en la proa, el destino del barco estaba sellado. En 2010 el libro Good as Gold, escrito por Louise Patten, nieta de Charles Lightoller, el oficial de mayor rango que sobrevivió a la catástrofe, reveló que J. Bruce Ismay, presidente de la naviera White Star Line, sin saber el daño fatal que había causado la roca de hielo, habría presionado al capitán para que el barco siguiera navegando a media marcha. De esta forma llegarían a tiempo a Nueva York. Pero la orden ocasionó un problema peor, pues con la presión el casco se inundó más rápido. En el libro What really sank the Titanic, dos expertos propusieron la teoría de los remaches basada en tres fragmentos que se recuperaron de los escombros. Según los autores, cuando el Titanic golpeó el iceberg los remaches débiles en la proa saltaron y ocasionaron grietas en el casco, lo que aceleró el hundimiento de la nave. En el libro Titanic's Last Secrets, publicado en 2008, se expone la teoría de que el barco se partió en dos cuando aún estaba horizontal. Su ángulo de inclinación antes de sumergirse no fue mayor a 12 grados, al contrario de lo que señala James Cameron, director de la película Titanic, que cree que la popa del barco se levantó 45 grados antes de quebrarse. La importancia de este dato es que el grado leve de inclinación habría creado a bordo una falsa sensación de seguridad. De hecho, se dice que algunas personas no quisieron abordar los botes salvavidas porque se sentían más seguros en el barco.La tripulación logró impedir que el barco colisionara de frente, pues a la velocidad de 22 nudos al momento del choque (40 kilómetros por hora) habría causado daño en toda la estructura. Cerrar los compartimientos también fue acertado. En una reproducción del desastre a escala, los científicos encontraron que si se hubiesen dejado abiertos el barco se habría hundido 90 minutos más pronto. Nada de lo que el capitán hizo luego del accidente hubiera evitado que el barco zozobrara. Sin embargo, mucho se habría podido hacer antes. Por ejemplo, preparar a la tripulación para una eventual evacuación. De haberse utilizado la capacidad total de los botes salvavidas se habrían salvado 470 personas más. Sin embargo, sigue siendo un misterio por qué el Titanic chocó con el iceberg si se recibieron seis marconigramas durante ese día y tres llegaron al puente de mando. Tampoco es claro por qué, si era una noche sin luna, el capitán no aumentó el número de vigías. Y mucho menos por qué no redujo la velocidad si sabía que atravesaba por una zona de hielo. Lo más probable es que el curtido capitán Smith, que había recorrido ese mismo trecho docenas de veces sin problemas, fuera una nueva víctima de un asesino silencioso: el exceso de confianza.