Cometí el error de siempre de consultar el celular instantes antes de dormirme, y quedé sobresaltado por el resto de la noche. En varios grupos de chat compartían un video difundido por la cuenta de Álvaro Uribe en que un encapuchado pedía incendiar las calles en el paro del 21 de noviembre. Aclaro que no pertenezco a ningún grupo de WhatsApp del que también haga parte el expresidente Uribe, salvo aquel de ‘Exnovios de Clarita López’ en el que resulté incluido sin saber por qué; y que el video al que aludo rodaba por las redes sociales como la prueba reina de que el paro era manejado por anarquistas internacionales y el grupo de Sâo Paulo. No tuve más remedio que incorporarme de la almohada para observarlo con cuidado. Entre distorsiones de voz, un hombre con la cabeza envuelta en trapos recomendaba direcciones de YouTube para fabricar papas bombas, y amenazaba con utilizar la violencia con tanto odio que tras la capucha parecía hablar alias el Patriota. Intenté descifrar el audio original para saber si debajo de los filtros podía toparme con una voz de acento paisa que me resultara familiar: “Hijitos, soy un castrochavista/far del grupo de Sâo Paulo que marchará en la calle contra el excelente gobierno del doctor Duque; si hay violencia, fui yo, porque soy un anarquista internacional que odia los buenos gobiernos. Ya tengo listos los Crocs para salir a la calle”.
Pero el esfuerzo resultó tan inútil como el gobierno. El video hizo con mi sueño lo que Pastrana con el Caguán: lo despejó del todo. Entregado a media noche a la pantalla del celular, terminé preso en los vericuetos de Twitter y me dediqué a repasar las opiniones sobre el paro. José Félix Lafaurie denunciaba la presencia de un rito satánico 13 días antes de la marcha. Y todos los líderes adultos del uribismo afirmaban que los motivos de la marcha eran falsos: que los organizadores del paro inventaban que nuestros hijos se iban a volver gais; o que nos quitarían los subsidios; o que nos íbamos a convertir en Venezuela, todo para hacernos salir a marchar berracos. Las dudas me atormentaban: ¿y si de verdad está mal protestar en la calle, aunque sobren los motivos? ¿Y si en realidad soy un anarquista del grupo de Sâo Paulo que incluso hace ritos satánicos y ni siquiera lo sé? Por primera vez tomaré en serio al presidente Duque, y marcharé como él lo hizo hace tres años: sin capuchas ni violencia, pero con vehemencia. Duque será mi inspiración; asistir a la marcha será mi forma de ser duquista. Para recoger más argumentos, y permitir que el uribismo me salvara de mí mismo, devoré hacia atrás la cuenta de Twitter del presidente Duque hasta que llegué a los trinos que escribió en abril de 2016: me encontré entonces con sus vehementes invitaciones para salir a la calle y avivar las marchas a las que efectivamente asistió. Lo decía en todos los tonos y de todas las maneras posibles: incluso en inglés. “Please support la marcha”, alcancé a leer. Aparté los trinos uno a uno, para entenderlos mejor: –“En la marcha debemos participar quienes creemos que el Gobierno está conduciendo mal a Colombia”. –“Colombia es el país de América donde la popularidad del presidente está por debajo del IVA”. –“A este punto la tasa de desempleo y la popularidad del presidente van a tener el mismo porcentaje”. –“Lástima que los viajes a Europa por parte del gobierno sigan vendiendo una realidad distinta a la que se vive en Colombia”. –“Minhacienda quiere desconocer que están disfrazando una reforma tributaria en una ley de financiamiento”.
Incluso amplificaba trinos de sus coequiperos de ahora por los días en que también ellos reivindicaban el derecho a protestar: “Voy a marchar para expresar que nuestro país no le pertenece al gobierno y a unos congresistas”, decía Martuchis, digna como nunca; “La calle es el verdadero escenario de la democracia”, afirmaba Carlos Holmes Trujillo, más sabio que de costumbre. Eran más de las tres de la mañana cuando decidí hacerlo. El próximo 21 saldré a la calle. Me sumaré a la protesta junto con Carlos Vives, Adriana Lucía, la señorita Colombia y demás anarquistas internacionales del grupo de Sâo Paulo, que al parecer es un grupo de música. Por primera vez tomaré en serio al presidente Duque, y marcharé como él lo hizo hace tres años: sin capuchas ni violencia, pero con vehemencia. Duque será mi inspiración; asistir a la marcha será mi forma de ser duquista. Protestaré contra este Gobierno en que el presidente vende en Europa un país de unicornios y enanitos que no existe; un Gobierno que empatará la cifra de desempleo con la de desaprobación, y disfraza las reformas tributarias de leyes de financiamiento. La calle es el verdadero escenario de la democracia, efectivamente. Y el país no le pertenece al Gobierno. Y si todo lo anterior me convierte en un anarquista internacional fletado por el grupo de Sâo Paulo, sabré entonces que el presidente Duque también hizo parte de ese colectivo en 2016, y lo acusaré ante su jefe eterno por el chat de exnovios de Clarita. Eran las cuatro de la mañana cuando logré dormirme.