A mediados del siglo XX, el donjuán dominicano Porfirio Rubirosa era una celebridad mundial, pues las mujeres más despampanantes del mundo se rendían a sus pies. La leyenda dice que Ava Gardner, Zsa Zsa Gabor, Kim Novak, Rita Hayworth, Jane Mansfield, Patricia Kennedy (hermana de John F.), Eva Perón y hasta Marilyn Monroe se metieron en su cama. Miles más engrosaron su lista de encuentros sexuales. Considerado el playboy por excelencia del siglo XX, entre las sábanas también hay que contar a sus cinco esposas. La primera prácticamente dominaba su natal República Dominicana, pues su padre era nada menos que el sanguinario dictador Rafael Leonidas Trujillo. Después vinieron las dos mujeres más ricas del mundo en los años cuarenta y cincuenta: Doris Duke, hija única del propietario de la American Tobacco, y Barbara Hutton, heredera de la inmensa fortuna de los almacenes Woolworth. “¿Qué tiene de malo casarse con mujeres ricas? Los que me critican no tienen idea de nada, yo simplemente las consideraba mujeres. Y ¿qué tiene de malo recibir regalos de una mujer? Yo también los doy, así yo regale un anillo y ella me regale un bombardero”, dijo Rubirosa sin rubor.

Su asombroso recorrido por eventos del siglo XX inspira ‘Rubirosa’, la serie de 12 capítulos que desde el jueves emite Claro Video y protagoniza Manolo Cardona. Más que su caballerosidad, muchas mujeres atribuyeron su magia a su miembro viril. En el periódico The Sunday Times, Lynn Barber menciona que el atributo del dominicano “era de la longitud de un bate de béisbol y del grueso de una lata de cerveza. Las mujeres gritaban al ver su tamaño”. Zsa Zsa Gabor sumó que “habría podido ser una atracción de circo”. Y si bien sus amigos lo llamaban Rubi, en los años cuarenta se ganó otro famoso apodo: Siempre Listo, y no precisamente por pertenecer a los boy scouts. Le sugerimos: ¿Juan Gabriel está vivo? Verdad o hipérbole, el dominicano llevó una vida lujuriosa marcada por el dinero, las drogas, los coches rápidos, la alta política, el crimen y, por supuesto, las mujeres más hermosas y millonarias. No era un hombre guapo en el sentido estricto de la palabra. Aunque era un dedicado deportista, no era alto ni fornido, pero su atractivo de macho latino de ojos claros, su ropa exquisita, sus modales de alto mundo y su simpatía atraían poderosamente a las mujeres. Comenzó como ayudante de Trujillo, uno de los tiranos más violentos de todos los tiempos, a quien convirtió en su suegro, y mantuvo contacto con algunos de los personajes más poderosos y famosos del mundo: el presidente John F. Kennedy, el hombre de confianza de Hitler –Joseph Goebbels– como embajador en Alemania, el argentino Juan Domingo Perón, Frank Sinatra… Representó a su país en Francia, Alemania, Bélgica, Italia y Argentina, fue cercano a la realeza y vivió en el glamuroso mundo del polo y los autos deportivos. Pero su éxito con el sexo femenino lo hizo pasar a la historia.

Se casó 5 veces: 1. Flor Trujillo, 2. Danielle Darrieux, 3. Doris Duke, 4. Barbara Hutton, 5. Odile Rodin. Y entre sus conquistas también hubo decenas de actrices como 6. Zsa Zsa Gabor. A las ocho de la mañana del 5 de julio de 1965, después de una noche de desenfreno en la discoteca parisina en la que celebraba la victoria de su equipo de polo, estrelló su Ferrari contra un árbol en el Bosque de Bolonia. Tenía 56 años. El diario The New York Times comentó: “La forma como murió fue digna de su leyenda”. Le recomendamos: Fallece a los 77 años Bernardo Bertolucci, el director de El último tango en París Rubirosa vivió el momento y, por eso, se desvaneció sin dejar hijos ni fortuna. Shawn Levy, quien en 2005 escribió The Last Playboy, reveló archivos clasificados del FBI y de la CIA según los cuales había sido “ladrón de joyas, falsificador, magnate naviero y cazador de tesoros”. Nunca tuvo una fortuna propia pero siempre logró que sus mujeres le compartieran las suyas, y llegó a gastar cada año un millón de dólares en excentricidades. Por ese tipo de cosas, Rubirosa siempre ha despertado interés. Novelas como Los aventureros, de Harold Robbins, y biografías como The Irresistible Mr. Wrong, según la cual no había fiesta de la alta sociedad sin Rubi lo ponen en el centro de la acción. Hoy, más de medio siglo después de su muerte, su vida llega la pantalla chica. El servicio Claro Video estrena la serie Rubirosa, protagonizada por Manolo Cardona. El actor colombiano asegura que el personaje lo cautivó, pues “estuvo presente en varios eventos históricos mundiales, no en un papel secundario, sino como protagonista. Vivió de niño la Primera Guerra Mundial en Francia, estuvo con Hitler en las Olimpiadas de 1936, fue embajador en Argentina cuando Perón y estaba en la embajada de Cuba cuando Castro subió al poder”.

En 12 capítulos la serie abordará casi toda su vida, y resta ver en qué medida abordará su esterilidad. Porque nadie tuvo tanto éxito al revelar que no podía engendrar un hijo como Rubi. En una época en la que no existían los métodos anticonceptivos modernos, le resultó un gran gancho para seducir. Se ufanaba de su condición, que atribuía a un golpe recibido en un partido de polo. Su primer padrino, el general Trujillo, llegó al poder en 1930 y se quedó durante 31 años. El dictador dominicano le otorgó la mano de su hija, una pensión anual de 50.000 dólares y su primer cargo diplomático en Berlín. “Es excelente para ese trabajo porque las mujeres lo adoran y porque es un mentiroso”, explicó el tirano en 1936. Un año más tarde se separó, acusado de violencia e infidelidad, pero el dictador no lo odió. Lo nombró embajador en Argentina, donde conoció y sedujo a Evita Perón. También estuvo en Cuba, “donde sobresalió no por su trabajo, sino por ser el rey de la vida nocturna”.

Lo más cercano a un metrosexual de esta época, se cuidaba la piel con miel. Pero al volante era descontrolado. Murió a los 56 años cuando estrelló su Ferrari contra un árbol. Años más tarde, Rubirosa conoció a Danielle Darrieux, una actriz de 23 años por ese entonces la mejor pagada de Francia. Cuando se casaron, en 1942, la prensa no dejaba de publicar noticias suyas. Acto seguido, Trujillo lo trasladó a Roma y hasta ahí llegó el sonado matrimonio. Allá coincidió con la reportera Doris Duke, única heredera del imperio de American Tobacco. Levy destaca en su libro que Duke le pagó a la actriz francesa –al menos– un millón de dólares para que se divorciara de él. Esta vez, Rubirosa no se guio por los atributos físicos de su acompañante, sino por los 500 millones de dólares que tenía en su cuenta bancaria, y en 1947 se casó con ella. De entrada, la heredera le regaló medio millón de dólares, un avión B-25, decenas de caballos pura sangre y una mansión. Pero nuevamente Rubi fue infiel y el matrimonio no duró ni dos años. Tras la separación, acordaron que Duke le pagaría una pensión de 25.000 dólares mensuales hasta que se casara de nuevo. Dicha mesada duró seis años, hasta que Rubirosa conoció a Barbara Hutton, por ese entonces la única mujer del mundo más rica que Doris Duke. Heredera de los almacenes Woolworth, Hutton, entonces de 41 años, tenía un precario estado de salud. Una vida de alcohol, drogas y desórdenes alimenticios habían hecho de la millonaria la presa ideal para que Rubi le sacara provecho. Y después de muchos años, pasó lo impensable: se enamoró de Odile Rodin, una aspirante a actriz 31 años menor que él, que se convirtió en su quinta y última esposa. Rodin le dio momentos de calma, pero también vivieron una incómoda escasez, pues las pensiones de sus exesposas se habían esfumado, así como los cargos diplomáticos, desde que Trujillo murió asesinado en 1961. Nunca trabajó. Sabía ser un gran amante y un hábil relacionista público, pero cuando intentó incursionar en los negocios (con una línea de perfumes, una autobiografía y hasta un producto afrodisiaco) fracasó y cayó en una profunda depresión. El mundo recuerda a Porfirio Rubirosa por su clase y por su desempeño sexual. También por ser lo más parecido a un metrosexual del siglo XXI: nunca descuidó su cuerpo, se hacía el manicure y suavizaba su piel con miel. Alguna vez dijo que “La mayoría de los hombres quieren ganar dinero, yo prefiero gastarlo”. Ese dandi intemporal vuelve al ruedo. n